La OMS estima que cada año fallecen en el mundo cinco millones de personas; la mitad, con dolor. A través de estos enfermos la ciencia médica ha aprendido que el dolor crónico carece de utilidad biológica y que, una vez de analizado como síntoma, debe ser anulado o reducido hasta hacerlo tolerable para el paciente. Ahora bien, ¿quién y en función de qué decide cuáles son las sustancias se pueden emplear para mitigar el dolor o los trastornos que ocasionan algunos agresivos tratamientos médicos? Una de las sustancias de la controversia es el cannabis, que en Cataluña se puede utilizar ya con fines terapéuticos.
Cannabis sativa
La propia Organización Mundial de la Salud recomienda un tratamiento analgésico escalonado. Es decir, para dolores leves lo adecuado serían los fármacos como el paracetamol, para los moderados, se pasaría a los opiáceos débiles -codeína o tramadol-, dejando el uso de sustancias como la morfina, la metadona o el fentanilo -opiáceos fuertes- para los casos de dolor intenso. Es decir, para determinados casos aconseja recurrir a determinadas drogas, lo que inevitablemente alimenta la polémica: ¿qué sustancias se pueden usar? ¿por qué derivados del opio sí y del cannabis, que es la droga ilegal más consumida y una de las menos peligrosas, no?
La planta, la cannabis sativa, ha sido cultivada por el hombre desde el Neolítico y desde siempre ha sido empleada para extraer fibras para la manufactura de tejidos y sogas, e, incluso, como alimento para pequeños animales domésticos. Su facultad para alterar la función normal del cerebro (debida a la presencia del principio activo THC, o delta-9-tetrahidrocanabinol) hizo que su uso también se hiciera recurrente en ceremonias religiosas, celebraciones sociales y tratamientos médicos. Quienes la incorporaron a la farmacopea occidental -en la oriental es imposible fechar sus primeras aplicaciones- fueron lo romanos. Dioscórides prescribió las preparaciones de la planta como analgésico y como freno al deseo sexual, a lo que Galeno -cien años más tarde- añadió que el abuso producía esterilidad.
Independientemente de la controversia entre investigadores, el cannabis goza de cierta tolerancia social y su consumo constituye casi una forma de entender la vida. Esto es, se asocia con jóvenes y maduros progresistas, de claras tendencias izquierdistas, defensores de la paz y de cuantas reivindicaciones contribuyan a un mundo mejor. Un retrato robot no por estereotipado incierto y que encaja con el adulto activo participante -o simpatizante- del Mayo del 68 o el joven objetor de conciencia. Hoy, con prohibición de por medio, la comunidad científica sigue sin ponerse de acuerdo sobre los efectos terapéuticos de la que es, tras el alcohol y el tabaco, la droga más consumida. Según el Plan Nacional sobre Drogas, en España, casi un 20% de la población entre 15 y 65 años la ha probado alguna vez y entre un 4 y un 5% la utiliza habitualmente.
Desde su ilegalización, los argumentos a favor o en contra de su uso -ya sea terapéutico o lúdico- han estado siempre condicionados por prejuicios o intereses. El ejemplo más clarificador se dio hace tan sólo cinco años cuando la Organización Mundial de la Salud hizo públicos datos extraídos de un estudio que revelaban que la droga tenía efectos sobre el desarrollo cognitivo y la capacidad psicomotora de sus usuarios. Meses después, la revista inglesa New Scientist se hizo con el informe original y desveló que la OMS había suprimido de su declaración toda mención a las comparaciones entre la marihuana y el alcohol y el tabaco. En ellas se concluía que el daño general a la salud ocasionado por el consumo de la primera era inferior al generado por el uso de cualquiera de las otras dos.
Usos médicos
Las preparaciones de la planta más empleadas son la resina o aceite de cannabis, la marihuana y el hachís. El aceite, secretado por las terminaciones de los tallos y que también cubre las flores, contiene entre un 15 y un 30% de THC; la marihuana, que es la preparación seca y triturada de flores, hojas y tallos de pequeño tamaño y que se puede fumar sola o mezclada con tabaco, contiene entre un 5 y un 14% del principio activo; y el hachís, un exudado resinoso que, una vez prensado, se mezcla con picadura de tabaco, alcanza entre un 10 y 20% de THC. Aunque generalmente se reconoce que su consumo no es completamente seguro y lastra su condición de sustancia bisagra -según el Plan Nacional sobre Drogas, aparece en todos los modelos de policonsumo y se combina con todas las drogas, legales o ilegales-, también hay un acuerdo generalizado en reconocer sus efectos como sedante y estimulador del apetito.
Entre sus posibles usos médicos destaca el empleo del cannabis para combatir el glaucoma, al reducir la presión intraocular y frenar el proceso degenerativo; el dolor crónico, pues mitiga dolores y molestias causadas por múltiples patologías; la epilepsia, al prevenir los ataques en algunos pacientes; y la esclerosis múltiple y lesiones de médula espinal, disminuyendo el dolor muscular y los espasmos producidos por esta enfermedad. Los empleos terapéuticos más citados son en los casos de cáncer y sida. El cannabis alivia las náuseas, vómitos y pérdida de apetito ocasionados por el tratamiento con quimioterapia a los enfermos de cáncer, y con AZT y otras sustancias a los enfermos de sida. Disponer de medicación que consiga evitar estas molestias permite utilizar mayores dosis de fármacos antitumorales y combinaciones más agresivas.
Pero, desgraciadamente, que los beneficios terapéuticos del cannabis y sus derivados, y los posibles efectos secundarios de su uso estén o no documentados médicamente carece en muchos casos de importancia para los enfermos, a quienes además de causar sufrimiento físico, el dolor les puede alterar la vida social y laboral. “En el caso del cáncer, son pacientes tan deteriorados, con tantísimos problemas y tan faltos de todo que bienvenido sea cualquier medicamento que les pueda aliviar un poco y mejorar su calidad de vida”, explica María Luisa Franco, responsable de la Unidad del Dolor del Hospital de Cruces.
Las cortas expectativas de vida de muchos pacientes también restan peso a los argumentos de los colectivos prohibicionistas. “Preocuparse porque en estos casos se pueda crear o no dependencia es tontería”, insiste Franco, quien además aclara que la tan temida sensación de euforia, al igual que sucede con quienes son tratados con morfina, “se debe al propio bienestar, a la sensación de verse libre del dolor”.
En Cataluña, primera comunidad en España en la legalización del cannabis con fines terapéuticos, la agrupación Ágata de mujeres afectadas por el cáncer de mama ha sido pionera en tal solicitud. Allí aconsejan que “en cualquier caso se acuda al oncólogo”. “Independientemente del consejo que éste les dé, e independiente de que se sigan o no sus pautas, si la enferma decide consumir cannabis se lo debe comunicar, porque él tiene que hacerle un seguimiento. Nosotras no promovemos el uso de la marihuana; hay pacientes que nunca van a llegar a necesitarla. Lo que queremos es que sea una opción más para quienes sí la necesitan”, matizan. Su presidenta, Maria Dolors Albert, insiste en que “aunque el tratamiento con cannabis sólo le sea eficaz a una persona entre mil, hemos de permitir que tenga acceso rápido y sin problemas a este tratamiento, y queremos que se obtenga médicamente”.
Desde su experiencia añade otros matices a la discusión. Mientras lograr acceder a ciertos medicamentos es aún un proceso largo, “la planta es de fácil cultivo, cuesta poco dinero comprar las semillas, plantarlas y cuidarlas. Además, quien no quiera fumarla puede consumirla de diferentes formas utilizándola en recetas caseras como magdalenas, pastas, en ensaladas?”. Coincidiendo con María Luisa Franco, Albert también quita hierro a las críticas basadas en la capacidad adictiva del cannabis; “Una vez has finalizado el tratamiento de quimioterapia al igual que dejas de tomar otros medicamentos dejas el consumo del cannabis por que ya no lo necesitas. No crea dependencia porque lo asocias a la enfermedad”.
Situación legal
Con estos mismos argumentos en la mano, y tras la aprobación del Parlamento de Cataluña, en marzo de 2001 se presentó ante el Senado una iniciativa parlamentaria para instar al Gobierno a impulsar la legalización del cannabis y sus derivados para usos terapéuticos. En la proposición no de ley, los expertos llamados a consulta mencionaron estudios científicos que destacaban que en la composición de la planta hay componentes químicos que causan la desaparición de los vómitos y la ansiedad en enfermedades como el cáncer o el sida, que requieren tratamientos muy agresivos. Además, explicaron que los componentes químicos del cannabis que no producen efectos psicoactivos tienen mayor eficacia como antiinflamatorios, especialmente para la artritis.
La proposición también señalaba que “la situación de ilegalidad en la que se encuentra” la droga “impide que los beneficios de su uso puedan ser una opción” para muchas personas y explicaba que la “acción más eficaz la proporcionan los extractos estandarizados de la hierba y no sus fracciones químicas”.
La propuesta no prosperó, pero poco después el Ministerio de Sanidad anunció que los servicios de oncología de los centros hospitalarios españoles podrán recetar un fármaco cannabinoide sistético -el Nabilone- para aliviar las náuseas que provoca la quimioterapia. El medicamento, que se trae desde Gran Bretaña porque aquí no ha sido presentado por ningún laboratorio para su aprobación en la Agencia Española del Medicamento, se debe solicitar a Sanidad a petición del facultativo y sólo podrá aplicarse en enfermos que hayan fracasado con la administración de los actuales productos antieméticos. Además, tampoco es recomendado para todos los casos; las reacciones adversas que provoca pueden ser tan graves e incapacitantes como los vómitos; efectos neurológicos, vértigo, confusión, adormecimiento, euforia…., aunque también elimina la dificultad que ofrece la planta para determinar la dosis exacta, y la profundidad de las inhalaciones que debe realizar cada enfermo en cada estado de la enfermedad. Asimismo, las preparaciones de cannabis utilizadas comúnmente son mezclas de muchos compuestos, cuyos efectos a veces se contraponen y, cuanto más baja sea la potencia de la marihuana, más veces necesitarán los enfermos inhalarla para notar sus efectos, lo que incrementa el riesgo de efectos secundarios.
Desde el Plan Nacional de Drogas no se habla de la prohibición de los usos médicos de la marihuana, simplemente se insiste en que “no existe ningún estudio definitivo y categórico que demuestre de forma irrevocable” las ventajas del uso terapéutico del cannabis o su principio activo -el THC- frente a otras sustancias que ya se utilizan en la farmacología. Según reiteradas declaraciones del delegado del Gobierno, Gonzalo Robles, “nadie se opone a que se puedan usar las sustancias desde el punto de vista terapéutico, al igual que las derivadas del opio o la codeína, pero hay que estudiar si los efectos positivos para la salud son más importantes que los problemas que pudiera generar este tipo de conducta”. También se pone especial empeño en desmentir que tras la hipotética aprobación del uso médico de la marihuana se vaya a pasar a la legalización de su uso lúdico. De hecho, una de las principales preocupaciones de los responsables del organismo es que los consumidores no perciben el daño inmediato y la percepción de riesgo ha bajado, lo que se hace especialmente grave en el aumento registrado del consumo experimental de esta sustancia entre los escolares, víctimas de la manipulación de las informaciones de los supuestos efectos terapéuticos, y por ende no nocivos, de la ‘maría’.
Tras Cataluña, Baleares, Aragón y Andalucía también han puesto en marcha iniciativas similares. En Bélgica, Alemania y algunos estados norteamericanos, los enfermos disponen de pastillas con el principio activo de la marihuana con el nombre de Marinol. En Inglaterra, además, se ha rebajado la calificación de peligrosidad y se ha despenalizado la posesión de pequeñas cantidades de cannabis, aunque sin llegar a la situación de Holanda o Suiza, porque en Gran Bretaña la droga sigue sometida a un mercado ilegal. Los más decididos han sido los canadienses, quienes bajo estricto control médico han facilitado a los enfermos el acceso a la propia planta y no a sustitutivos sintéticos.
En cualquier caso, a la marihuana, que nunca ha dejado de ser considerada una droga blanda, le ha tocado abrir camino ante la posibilidad de emplear con fines terapéuticos otras sustancias adictivas más fuertes. El año pasado, en España se aprobó la posibilidad de presentar proyectos de ensayo clínico relacionados con la heroína a la Agencia Española del Medicamento. Estas pruebas, que sólo se podrán realizar un tiempo limitado y sujetos a unas rígidas condiciones, pretenden comparar los efectos de la heroína, la morfina y la metadona orales en heroinómanos que presentan fracaso reiterado en todas las alternativas terapéuticas convencionales.