El riesgo de contraer una enfermedad por la presencia de sustancias tóxicas en alimentos suele asociarse a intoxicaciones agudas o bien a exposiciones altas durante un periodo de tiempo prolongado. Pero poco se ha escrito hasta ahora acerca de exposiciones a dosis bajas. Nuevas evidencias científicas, aunque todavía pocas en número y una correlación que muchos científicos califican de «débil», asocian ahora esta opción con la mayor incidencia que se está registrando para determinadas patologías, sobre todo de raíz metabólica y oncológica.
«¿Cuánto tiempo queremos esperar para actuar?». Esta la pregunta retórica que se formula Miquel Porta, catedrático de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la Universidad de Carolina del Norte, e investigador del Instituto Municipal de Investigación Médica de Barcelona. Se refiere a los efectos sobre la salud que muy probablemente tienen los contaminantes presentes en los alimentos. A pesar de que numerosos grupos llevan tiempo acumulando evidencias de que estos efectos existen, no se ha llegado aún a una «certeza científica» total al respecto. Pero ¿significa eso que hay que cruzarse de brazos? De ahí la pregunta de Porta.
Son muchas las dolencias en cuyo origen o desarrollo los contaminantes parecen tener un peso. La diabetes es una de ellas. Algunos trabajos hallan que quienes porten en el organismo concentraciones elevadas del contaminante PCB153 podrían tener un riesgo hasta 18 veces mayor de ser diabéticos, y hasta siete veces mayor si el compuesto en cuestión es DDT. Un reciente análisis del epidemiólogo de la Universidad de Carolina del Norte Matthew Longnecker, realizado sobre datos de 3727 estadounidenses, rebaja esa cifra a 3,8 veces más riesgo para el PCB153. Pero sólo después de pulir los datos de tal manera que el peso del contaminante en el desarrollo de la enfermedad fuera del todo independiente de cualquier otro factor, incluida la obesidad.
«En realidad esa cifra se queda corta, es una subestimación; el riesgo es bastante más alto», escribía recientemente Porta en El País. «La cifra de 3,8 está ajustada nada menos que por edad, sexo, raza, consumo de tabaco y de alcohol, sedentarismo, índice de masa corporal (valor empleado para determinar el peso adecuado), diámetro de la cintura, y concentraciones sanguíneas de colesterol y de triglicéridos. Este ajuste estadístico es muy exigente, resta mucho efecto al PCB».
Contaminantes y diabetes
La presencia de organoclorados se está asociando ahora con la mayor incidencia de diabetes
El hallazgo de Longnecker indica que los contaminantes pueden estar detrás, al menos en parte, del actual aumento en la incidencia de diabetes. Además, algunos investigadores han sugerido que estos compuestos podrían favorecer la acumulación de grasa en el cuerpo, lo que conduce a un círculo vicioso: las grasas animales no sólo serían el vehículo en el que los contaminantes entran disueltos en nuestro organismo, sino que a su vez favorecerían una mayor acumulación de grasas.
El caso de la diabetes no es nuevo. Hay estudios hechos con veteranos de la guerra de Vietnam que relacionan el desarrollo de esta enfermedad con el uso de armas químicas. Pero no es el único ejemplo. Infertilidad, endometriosis, parkinson y algunos tipos de cáncer han sido asociados a niveles elevados de CTP (compuestos tóxicos persistentes) en el organismo. El grupo de Porta halló, y publicó en 1999 en The Lancet, la primera relación entre un contaminante ambiental y la alteración genética más común en el cáncer de páncreas, un tipo de tumor relativamente poco frecuente pero de los más agresivos, causa de unas 3.500 muertes anuales en España.
«Muchas de estas sustancias no son carcinogénicas», señala Porta en conversación con CONSUMER EROSKI, «pero son promotores tumorales». Es decir, ayudan a que la célula mutada se reproduzca, cuando lo normal cuando se produce una mutación es que se repare, o que la célula muera.
También a dosis bajas
Los expertos admiten que la relación entre contaminantes y el desarrollo de enfermedades no es aún evidente, pero aseguran que crecen las evidencias
El PCB 153 es uno de los policlorobifenilos (PCB) que con más frecuencia se hallan en la sangre, la grasa y diversos órganos del ser humano. Lo mismo que el DDE, un metabolito del insecticida hoy prohibido DDT, y otros contaminantes como el hexaclorobenceno o el lindano. Estos compuestos tóxicos persistentes (CTP) entran en el organismo por las grasas de los alimentos, en las que se acumulan, y son persistentes, lo que significa que tardan décadas en desaparecer. Hoy en día se admite que casi todos los recién nacidos en España tienen CTP a dosis bajas en el organismo.
«¿Esto es grave o no?», se pregunta Porta. «De entrada, afortunadamente, estos compuestos no causan una toxicidad aguda», responde. Pero a medida que el organismo se va exponiendo a otros contaminantes ambientales, «lo más probable es que los CTP contribuyan a la aparición de problemas». Tradicionalmente se ha pensado que el efecto de estos compuestos tóxicos a dosis bajas era despreciable, pero cada vez hay más indicios de que una exposición muy prolongada a dosis bajas también puede ser peligrosa.
A pesar de todo lo anterior, los expertos reconocen que la relación entre la exposición a contaminantes y el desarrollo de enfermedades no está aceptada unánimemente. Pero «el público debe saber que es así como se avanza en ciencia», advierte Porta. «Hoy nadie pone en duda que el tabaco provoque cáncer, pero no siempre fue así». En realidad, cuando algo es aceptado de forma unánime es porque causa «pocos conflictos», no sólo científicos, sino también sociales y políticos. «Hay problemas que sólo han sido aceptados como tales una vez que se ha acumulado mucho conocimiento», agrega. La pregunta, entonces, es la del principio: ¿Hay que esperar a estar 100% seguros para actuar?
Un grupo de investigadores de la Universidad de Liverpool ha hecho un repaso a fondo de más de 300 publicaciones científicas que analizan la relación entre cáncer y alteraciones carcinogénicas y exposición a contaminantes organoclorados. Estudiaron trabajos que no hallaban evidencia alguna; que la descartaban por considerar que las dosis de contaminante eran muy bajas; y que, por el contrario, sí hallaban un vínculo. Su balance es que no hay datos para afirmar que los adultos están bajo riesgo, pero sí los fetos, los bebés, los niños e incluso los adolescentes.
La revisión se ha publicado en la revista Journal of Nutritional and Environmental Medicine. Los autores, John Newby y Vyvyan Howard, señalan que el efecto de la exposición al contaminante puede variar en función de la etapa del desarrollo en que esta se produzca, y también de la dotación genética personal.
Trabajos anteriores han sugerido la influencia de los compuestos organoclorados en el desarrollo de cáncer. Sin embargo, no son concluyentes, aseguran los investigadores, bien porque la exposición a los compuestos carcinogénicos o disruptores endocrinos es demasiado baja o bien porque el efecto nocivo potencial es «demasiado débil» como para ser considerado como una de las principales causas. No obstante, estudios realizados en laboratorio, tanto a nivel celular como en animales, así como estudios epidemiológicos, han puesto en evidencia que sí hay una relación entre estos compuestos y el desarrollo de algunos cánceres.