Las crisis epilépticas no siempre son fruto de una epilepsia. El diagnóstico de esta enfermedad neurológica y de su origen no es sencillo, sino «pura artesanía clínica», explica Francisco Javier Vadillo, coordinador del Área de Neurología del Hospital de Costa de Burela (Lugo) y profesor-consultor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Por esta razón, las nuevas pruebas de neuroimagen se están convirtiendo en un apoyo valiosísimo para diagnosticarla. Por la aplicación de una de ellas, Vadillo y Juan Manuel Outomuro, especialista en Medicina Nuclear del Hospital Meoixeiro, de Vigo, han obtenido el Premio Cádiz, patrocinado por la Real Academia de Cirugía y Medicina de Cádiz. En esta entrevista, Vadillo reflexiona sobre la situación del diagnóstico de la epilepsia.
Al 1% de la población. Esto significa que en España la sufren entre 400.000 y 450.000 personas, especialmente en la adolescencia y a partir de los 60 años. Son dos grupos de edad muy extremos y éste es un dato importante.
En adolescentes porque son personas que aún no han accedido al mundo laboral y esta enfermedad puede condicionar su desarrollo personal y laboral. En personas de más de 65 años, que precisan de más calidad de vida, la epilepsia puede disminuirla.
Las causas de la epilepsia son muy diversas y los medios diagnósticos que tenemos no siempre las detectan. Entre las más habituales figuran los traumatismos craneoencefálicos, un problema de anoxia durante el parto o un accidente cerebrovascular. Pero, a veces, no las encontramos.
En efecto. Dependiendo de los síntomas, se puede confundir con un episodio de ansiedad, una migraña o, si se sufren hormigueos, con parestesias en los brazos. Una sola crisis epiléptica no siempre es una epilepsia. Cuando la persona ha sufrido más de dos crisis y existe un foco desencadenante en el cerebro estamos ante una epilepsia.
Un 30% de los enfermos sufren epilepsia refractaria, es decir, no responden al tratamiento
El diagnóstico está basado en pura artesanía clínica: en una buena historia clínica y exploración. Y una parte fundamental de éste es que acudan las personas que han presenciado la crisis epiléptica.
Efectivamente, los niños van con sus padres. Pero, a veces, las personas mayores sufren crisis durante el sueño y acuden solas al médico. En estos casos, la capacidad de obtener información se reduce y el diagnóstico de la epilepsia se complica más.
La gravedad del error diagnóstico radica en que la persona en esa situación podría recibir un tratamiento inadecuado durante un periodo de dos a cinco años. A todo ello se le añade que, desde el punto de vista profesional y laboral, estos enfermos tienen más limitaciones.
No pueden trabajar con armas de fuego o en la conducción o aviación. Me refiero a los vigilantes, los miembros de Cuerpos de Seguridad y los camioneros, entre otros. A título de anécdota, hasta hace poco el Código Canónigo tenía prohibido que una persona con epilepsia se ordenase sacerdote porque se pensaba que, si ésta sufría un ataque epiléptico en el acto de consagración, se alteraría gravemente el rito.
Es fundamentalmente médico. Habitualmente, con un solo fármaco se controla bien y, si la persona no tiene crisis, se puede retirar la medicación. Pero si el diagnóstico no es correcto, se puede estar utilizando mal el tratamiento.
Ambas cosas. Un 30% de los enfermos sufren epilepsia refractaria, es decir, no responden al tratamiento. En estos casos, se intenta buscar el lugar o foco que origina la crisis para intervenir a los pacientes. Existen dos tipos de pruebas para ver dónde se producen estos ataques: las estructurales, como la resonancia magnética (RM), que muestra la estructura o anatomía del cerebro. Con ella, buscamos alguna zona cerebral con una calcificación, una lesión por un infarto cerebral o una malformación, como posible causa de las crisis epilépticas. Pero en muchas ocasiones no la encontramos. Las otras pruebas son las funcionales, como el electroencefalograma, que recuerda a un electrocardiograma. Consiste en colocar unos sensores a nivel cerebral para medir la actividad eléctrica del cerebro y así saber qué zonas funcionan mal y dónde se originan los ataques epilépticos. Recientemente, esta prueba aún ha avanzado más, gracias al videoencefalograma.
Se necesitan un mínimo de tres crisis epilépticas para localizar bien el origen de las crisis. Para ello, el paciente deber permanecer ingresado en el hospital. Se le retira la medicación, se le graba en video durante 24 horas para ver sus crisis y se realiza un registro eléctrico de su actividad a nivel cerebral. Es decir, compaginamos la visión de las crisis con el encefalograma
La media es de siete días de ingreso. Hay personas que no sufren muchas crisis y, por lo tanto, tenemos que reducirles el tratamiento para provocárselas. Otras tienen una tras otra sin parar. En España, hay centros muy preparados para realizar estas pruebas: el Hospital Clínico de Barcelona, el Hospital Clínico de Santiago de Compostela o el Hospital Clínico de Granada, entre otros.
Para la localización del origen de las crisis epilépticas se cuenta con la tomografía cerebral de perfusión (SPECT), recientemente galardonada con el Premio Cádiz, patrocinado por la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz. Se trata de una «prueba funcional similar al encefalograma», asegura Francisco Javier Vadillo, en la que se inyecta al paciente una «sustancia marcada con un componente radioactivo». Éste, a su vez, se deposita en la zona donde la persona, «que está en situación de no-crisis», tiene el origen de los ataques. La técnica se ha aplicado a un total de 92 pacientes con crisis cuyo origen no ha sido capaz de detectar el encefalograma o videoencefalograma.
El SPECT, parecido al PET cerebral pero menos complejo y costoso, según Vallejo, cuenta con el aval de la literatura médica, que ya ha demostrado que, aplicado entre crisis, es efectivo para registrar el origen. La efectividad de la técnica para localizar el foco epiléptico ha quedado plasmada en casi el 70% de los pacientes. Tras la localización del foco, los expertos aplican de nuevo la RM y «buscan si hay alguna alteración». Vallejo destaca que se trata de una «pieza clave en el diagnóstico de la epilepsia que no debe aplicarse aisladamente sino junto al resto de pruebas».