Sanitarios, epidemiólogos y políticos no son los únicos actores en el escenario mundial de la salud. La industria rige el destino de muchos de los avances que se suceden a diario gracias a estructuras que abarcan de la investigación y el desarrollo a la explotación comercial. En algunos casos la industria recurre a estrategas visionarios para avanzarse al futuro. Este es el caso de Jean-Michel Cosséry, responsable de márqueting de la división de salud de la multinacional General Electric e impulsor de Imagination Breakthroughs, el área desde donde se imaginan soluciones y tecnologías médicas en esta compañía.
No se trata de evitar que muramos, pero sí de corregir muchas injusticias en las muertes que ocurren por motivos de salud, o por falta de ella, y restar sufrimiento y tragedia al reto natural de enfermar. Sueño el día en que las enfermedades más mortales que hoy conocemos pasarán a convertirse en simples dolencias crónicas, y no es ninguna utopía. Ese día no está muy lejos. Tener sida, padecer un cáncer o una cardiopatía, serán situaciones que la medicina acabará controlando y haciendo compatibles con una calidad de vida aceptable.
La tecnología desempeña un papel esencial en la medicina de hoy. La imaginería diagnóstica, los sistemas clínicos computadorizados, la biología molecular, la genómica y la proteómica trascienden en la actualidad la barrera de los tejidos y las células para aproximarse a los átomos y a su relación con los acontecimientos que suceden en el organismo humano. No se trata sólo de abrir nuevos campos de investigación, sino de revolucionar la misma práctica de la medicina.
«Algún día no muy lejano las enfermedades más mortales que hoy conocemos pasarán a convertirse en simples dolencias crónicas»
Estamos pasando de curar una enfermedad a partir de un diagnóstico apoyado en síntomas a monitorizar el desarrollo de esta enfermedad, antes incluso de que los síntomas aparezcan, permitiendo al médico prevenir lo peor cuando todavía se está a tiempo. Asimismo, la tecnología permite verificar el efecto de los agentes farmacológicos que usamos o las maniobras quirúrgicas realizadas sobre el organismo. Pronto estará todo a la vista, podremos identificar perfiles de riesgo, estratificar los pacientes más susceptibles y personalizar mucho más las terapias.
Gran misterio, en todo caso, puesto que los pacientes se convertirán de esta manera en los principales artífices de su salud y en ellos recaerá cada vez una mayor responsabilidad y poder para tomar decisiones. La labor del médico se hará menos docta y más auxiliar.
Todo lo contrario. Los profesionales se verán obligados a rentabilizar mucho más el
tiempo empleado y los resultados de su ejercicio. Los pacientes demandarán mucha más información, por lo que médicos y enfermeras deberán aprender a suministrarla de la mejor manera posible. Los pacientes podrán establecer una relación contractual con el médico, que se verá sujeto a más demandas legales. Los sistemas de reembolso variarán, y los profesionales deberán adoptar un talante más administrativo.
Esas administraciones se verán apremiadas a auditar la eficacia, seguridad y transparencia de sus servicios, a responsabilizarse de la aptitud de los profesionales contratados y a compaginar precios cada vez más elevados con la universalidad de la atención sanitaria, haciendo casi inevitables las controvertidas fórmulas de copago.
«Pronto curar algunas enfermedades va a ser tan caro que nos esforzaremos por diagnosticarlas en su fase más precoz»
La gestión de la sanidad se complicará bastante, pero la salud de los pacientes mejorará, sin duda alguna, en la medida en que todos tomemos parte de esta revolución social en el ámbito de la salud pública. Los pacientes dispondrán de mucha más información sobre sus enfermedades, su edad media irá en ascenso y la frecuencia de enfermedades o problemas de salud también. Pero la ciencia podrá explicar muchas más cosas e intervenir en situaciones que parecen hoy una quimera. La preocupación por prevenir las enfermedades será un asunto de primer orden mundial; aún así, habrá enfermedades inevitables que habremos aprendido a controlar de forma crónica.
Curar estas enfermedades va a ser tan caro que nos esforzaremos por diagnosticarlas en su fase más precoz, extender medidas higiénico-dietéticas que eviten su progresión. Se hará más rentable intervenir cuando el paciente aún está sano, aunque deba actuarse de forma generalizada, que esperar a que enferme y luchar contrarreloj por librarlo de la muerte.
La salud dejará de ser un estado de gracia para convertirse en un estado de conciencia, desde el que cada paciente será en el futuro el gestor de su propia salud. La gestión se realizará desde la más tierna infancia, a cargo de los padres, que no sólo deberán velar por la salud de sus hijos sino educarles en la administración de ese capital. Contaremos con medios diagnósticos que permitirán detectar algunas enfermedades incluso antes de que acontezcan, pudiendo llegar a hacer innecesario su tratamiento que, por otra parte, será cada vez más específico.
No digo que no lo sean, pero su eficacia queda limitada, por lo general, a una tercera parte de los pacientes potencialmente tratables. Con el tiempo aprenderemos mejor qué conviene a cada paciente y administraremos los tratamientos de forma adecuada. En la actualidad seguimos tratando de forma un tanto empírica. La evidencia nos garantiza que un determinado fármaco es la opción más sensata para una determinada situación, pero esto sólo no nos garantiza que el paciente vaya a responder de la forma que quisiéramos. La clave es la respuesta del organismo tanto a la enfermedad como al tratamiento, y de eso es de lo que estamos aprendiendo.
Jean-Michel Cosséry pone dos ejemplos de progreso médico apoyado en la tecnología diagnóstica: el cancer de mama y la isquemia coronaria. En Europa, más de 350.000 mujeres han sido diagnosticadas de cáncer de mama. La enfermedad avanza a un ritmo trepidante y cada dos minutos y medio se diagnostica un caso nuevo. Lo peor es que cada seis minutos y medio se produce una defunción por esta causa. El cáncer de mama acapara hoy el 26,5% de las enfermedades oncológicas de nuevo diagnóstico y el 17,5% de las muertes por cáncer entre mujeres europeas. No obstante, la detección precoz ha disminuido la mortalidad en un 45%. «Si en toda Europa se adoptara un cribado diagnóstico para cáncer de mama en la población general [como se lleva a cabo ya en muchos países, entre ellos España] se podrían prevenir nada más y nada menos que 32.000 muertes anuales», recuerda Cosséry, y esto no ocurre en el futuro sino ahora mismo. Los dispositivos capaces de realizar una mamografía digital permiten identificar un cáncer de mama cuatro años antes de que se haga ostensible.
El segundo ejemplo que señala el empresario francés es la cardiopatía isquémica. «La OMS advierte de que en los países desarrollados habitan más de mil millones de ciudadanos con sobrepeso; de no hacer nada, esas personas se verán abocadas a una insuficiencia cardiaca y renal, diabetes y a un riesgo elevado de cardiopatía isquémica o ictus», dice Cosséry. Subraya que el coste de este complejo de patologías es elevadísimo y que, en cambio, se puede prevenir en un 80% de los casos.
Las enfermedades cardiovasculares causan cuatro millones y medio de muertes al año sólo en Europa, reducen en una tercera parte la expectativa de vida de los individuos afectados y ocasionan un dispendio anual de más de 270.000 millones de euros.
En sólo cinco segundos, un examen ecocardiográfico no invasivo puede asesorar la viabilidad de la circulación cardiaca y permitir una intervención con estatinas con la que evitar la mitad de los infartos que se producen al cabo de un año.
Un tercer caso al que hace referencia Cosséry son las demencias y la enfermedad de Alzheimer. «Cada año se diagnostican 600.000 nuevas demencias en Europa; se estima que casi el 10% de los europeos con más de 65 años padece una forma u otra de demencia, y los tres millones y medio de pacientes de Alzheimer que hay diagnosticados ahora se espera que se conviertan en siete millones y medio en 2050». La intervención precoz, asegura Cosséry, permite retrasar el debut de la enfermedad en cinco años, reduciendo la prevalencia en un 50% y ahorrar hasta 80.000 millones de euros anuales.