Resulta muy complicado conocer el funcionamiento de la memoria inmune. Varios inmunólogos nos han ayudado a descifrar los mecanismos que nos la aportan resolviendo muchas dudas en este artículo. Así, sabemos que podemos adquirir la memoria inmunitaria al pasar una infección de forma natural, es decir, sufriendo la enfermedad, o al vacunarnos, pero que siempre es mejor vacunarse, porque enfermar es asumir riesgos, como ocurre con la covid-19 y sus peligrosas neumonías bilaterales o tromboembolismos. Y en las siguientes líneas, nos explican una más: por qué la respuesta inmunitaria de niños y adultos es diferente.
Hay diferencias entre la respuesta inmunitaria de niños y adultos. Pero para entenderlo, es primordial conocer antes cómo responde el organismo ante una infección.
Así responde el organismo ante una infección
Cuando un patógeno (un virus, una bacteria, un hongo) o toxina entra en nuestro organismo, el sistema inmune actúa a distintos niveles:
Respuesta innata
La fiebre aumenta la producción de interferones, un grupo de proteínas producidas por las células infectadas que avisan a las células vecinas para que paralicen la producción de virus. Además, en el sistema inmunitario innato existen un conjunto de células llamadas fagocitos que se encargan de devorar estas células infectadas, o las llamadas células Natural Killer NK, que como su nombre indica, son células que, sin aprendizaje previo, de manera innata identifican y matan a las células anormales, que provienen de un virus o un tumor. Y, a veces, con estas armas es suficiente para acabar con el patógeno.
Respuesta adaptativa
Cuando la inmunidad innata no puede parar la infección, entonces tiene que hacerlo la adquirida, una inmunidad que es más específica y que se ha construido a través de años de haber sufrido repetidas infecciones, por lo que tiene memoria de todas ellas. En ella participan los linfocitos T (o células T), que destruirán a las células infectadas de forma muy selectiva, y los linfocitos B (o células B), que producirán los anticuerpos. Estos anticuerpos, proteínas que ha creado el sistema inmune y que quedan en la sangre, serán capaz de reconocer a ese patógeno la próxima vez que entre en nuestro organismo, neutralizándolo y protegiéndolo.
Los niños y los anticuerpos
Existen diferencias entre la respuesta inmunitaria de niños y adultos, y esto es porque los pequeños están más expuestos a las primeras infecciones que sufre el organismo ante un determinado patógeno. Por ello, a la hora de generar la memoria de sus defensas prevalece su inmunidad innata, que es muy rápida e intensa a esa edad. Los adultos, sin embargo, tienden a tener una respuesta basada en su inmunidad adaptativa, formada por los anticuerpos desarrollados gracias a las exposiciones previas a microorganismos que han tenido a lo largo de los años.
Un estudio realizado en la Universidad de Columbia (Nueva York) y publicado en 2020 en la revista Nature, mostraba que los pequeños que habían pasado la covid-19 generaban menos anticuerpos que los adultos. Según Sergiu Padure, profesor de Inmunología de la Universidad CEU San Pablo, la explicación se encuentra en esa buena respuesta innata en los niños, combinada con el trabajo de los linfocitos T, que a esas edades están casi intactos. “No se van a producir muchos anticuerpos, pero sí que permite una evolución de la infección más controlada desde su inicio, incluso sin llegar a provocar la enfermedad (dejándole al niño como portador) o solo con síntomas leves. Los adultos, al contrario, tienen menos linfocitos T, que son los que se enfrentan a patógenos a los que el organismo nunca se había enfrentado, por lo que para combatirla producirían una cantidad más diversa de anticuerpos”, detalla el inmunólogo.