Cardiólogos y dermatólogos pocas veces coinciden en la cabecera de un mismo paciente. Lo que ocurre en la piel no parece guardar relación con la salud cardiovascular, salvo en el caso de la psoriasis, una enfermedad crónica de componente inflamatorio que, según estudios recientes, incrementa de manera considerable el riesgo de alteración del flujo sanguíneo de las arterias coronarias.
En la última edición de la revista «American Journal of Cardiology» del 2008, se publica un estudio llevado a cabo por cardiólogos y dermatólogos estadounidenses que oficializa la relación de la psoriasis con un incremento considerable en cuanto a riesgo cardiovascular. En el artículo se aconseja a todos los dermatólogos que deriven sus pacientes afectados de psoriasis a un especialista para que supervise la salud del corazón y las arterias. Vincent E. Friedewald, de la Universidad de Notre Dame en Indiana (EE.UU.) y coordinador del estudio, denuncia asimismo que muy pocos cardiólogos están al corriente del riesgo que la enfermedad psoriásica representa en sus pacientes.
Desvío de atención
Incluso los mismos pacientes, explica Friedewald, están demasiado abrumados por una enfermedad inflamatoria crónica de la piel, visiblemente perniciosa, con recidiva frecuente y que se caracteriza por episodios de erupción en codos, rodillas, tronco, manos, parte inferior de la espalda y cuero cabelludo, causando un picor muy molesto que no invita a una vigilancia de los factores de riesgo cardiovascular clásicos como la hipertensión, el colesterol o el azúcar en sangre.
Parece ser que los afectados de psoriasis tienen mayor predisposición a sufrir un infarto de miocardio con independencia de otros factores de riesgo cardiovascular
Se desconoce aún el origen de esta enfermedad de la piel que afecta entre un 1% y un 2% de la población y que puede aparecer tanto de forma brusca como gradual a cualquier edad, con un máximo de incidencia entre la segunda y la tercera década. Su gravedad es variable, y el hecho de disponer de tratamientos sintomáticos eficaces centra toda la atención en el control de los brotes. «Nos hallamos ante un rompecabezas en el que no podemos acometer sólo la parte visible y más ostentosa [de la psoriasis] sin tener en cuenta las complicaciones inadvertidas que pueden poner en jaque la salud del paciente», explica el experto.
Friedewald recuerda también un estudio anterior que Joel M. Gelfand (Pensilvania, EE.UU.) publicó en la revista «Journal of the American Medical Association» (2006) con pacientes psoriásicos seguidos por espacio de dos años, que concluía que estos tienen una mayor predisposición a sufrir un infarto de miocardio con independencia de otros factores de riesgo cardiovascular.
El bucle inflamatorio
«Son muchos los interrogantes que debemos responder tras estos resultados», asume Friedewald, «pero todo apunta a que la cascada inflamatoria responsable de la enfermedad de la piel puede estar relacionada con la responsable de la arteriopatía coronaria». El investigador aduce a la sospecha cada vez más generalizada entre los cardiólogos de que en el infarto de miocardio el sustrato inflamatorio puede ser más importante aún que los niveles de colesterol.
Sin ir más lejos, el estudio JUPITER revela que una disminución en los niveles de proteína C reactiva (se produce en el hígado y su nivel se eleva cuando hay una inflamación en todo el cuerpo) resulta más eficaz en la prevención de enfermedad coronaria que reducir los niveles de colesterol perjudicial (LDL). Según Friedewald, el hecho de que en los meses fríos de invierno se produzcan más episodios coronarios responde a que el organismo produce más proteína C reactiva. En la bibliografía científica, existen múltiples pistas que relacionan la arteriopatía coronaria con otras enfermedades inflamatorias como la artritis, la periodontitis e infecciones agudas tanto de carácter pulmonar como renal.
La profecía de Kaski
El investigador argentino afincado en Londres Juan Carlos Kaski postuló hace diez años que la inflamación es un mecanismo clave tanto de la creación de placas de ateroma como de la progresión rápida de la enfermedad coronaria. La inflamación, sostiene Kaski, es una respuesta del huésped a una gran variedad de lesiones del tejido. «Cuando el estímulo inflamatorio es persistente o se repite de forma continua se producirá una inflamación crónica, que puede llegar a destruir el tejido o producir la pérdida de la funcionalidad del órgano afectado; en la aterosclerosis, como en otras patologías que implican una respuesta inflamatoria, se aumentan las concentraciones sanguíneas de marcadores de inflamación activa como el fibrinógeno (responsable de la formación de los coágulos de sangre) o la proteína C reactiva».
Hace poco se ha observado que estas proteínas están más elevadas en aquellos individuos con episodios cardiovasculares. Actualmente la proteína C reactiva atrae la atención de investigadores cardiacos en todo el mundo. La principal hipótesis en que se trabaja es la relación entre aterosclerosis e inflamación, haciendo especial hincapié en el papel de las citocinas (tipo específico de hormonas) y los reactantes de fase aguda como marcadores de inflamación y riesgo en la enfermedad aterosclerótica.
El canadiense José Antonio Aviña-Zubieta (Vancouver, Columbia Británica) ha llevado a cabo un metanálisis con enfermos afectados de artritis que avala las tesis de Vincent E. Friedewald y Juan Carlos Kaski. Su trabajo, publicado en la última edición de la revista “Arthritis & Rheumatism”, confirma que estos pacientes reumáticos tienen un 50% más de probabilidad de fallecer por enfermedad cardiovascular que los no artríticos. Tras examinar 24 estudios que han evaluado el riesgo de mortalidad cardiovascular, en un total de 111.758 pacientes artríticos durante un tiempo mínimo de 10 años, y registrando en este tiempo 22.927 episodios cardiovasculares graves, Aviña-Zubieta especifica que el riesgo aumenta un 60% para el infarto de miocardio y un 50% para el ictus.
El riesgo, subraya el autor, no es el mismo en todos los estudios, “resulta mayor en las muestras de pacientes hospitalarios (53%) que en las muestras comunitarias (35%)”. Como dato más significativo de este análisis, Aviña-Zubieta destaca el hecho de que en todos estos años ha mejorado sensiblemente tanto el tratamiento de la artritis como la prevención cardiovascular. “Sin embargo, dichos cambios no han tenido ningún impacto en el riesgo exhibido por los pacientes; más aún, los pacientes con artritis no han experimentado ninguna reducción en mortalidad cardiovascular global desde 1987, algo que sí ha ocurrido en los cardiópatas sin la enfermedad reumática“.