Este especialista del Institut Universitari Dexeus de Barcelona es una autoridad nacional en materia de sexualidad y, particularmente, en lo concerniente a la adicción al sexo. Ha participado en distintos estudios y ha publicado trabajos en revistas de impacto internacional pero humildemente reconoce que quien mejor ha prodigado la sensibilidad popular acerca de este tipo de adicción es el actor norteamericano Michael Douglas. «Muchos pueden pensar que la adicción al sexo es una suerte, más que un problema de salud; sin embargo, hablamos de personas que ven peligrar su estabilidad emocional, las relaciones familiares y sociales, trabajo o medios económicos por causa de un impulso imposible de frenar», explica.
Fantasías aparte, vivir con alguien incapacitado para llevar a cabo otras funciones que las sexuales resulta muy frustrante. Las parejas de los adictos al sexo experimentan una gran frustración y soledad.
Fue una aportación interesante, por cuanto antes de Freud los médicos sólo calificábamos como vitales los impulsos de respirar, comer, beber, dormir, evitar el dolor o excretar… Fisiológicamente sería posible sobrevivir sin impulsos sexuales; pero hoy, y en parte gracias a Freud, no cabe duda de que la sexualidad dispone de un impulso clave en el comportamiento. Ocurre, no obstante, que el problema de los adictos no es tanto la intensidad de sus impulsos como la dificultad para controlarlos. Es ahí donde debe recalar la terapia.
La frontera entre lo que está socialmente admitido y lo que no es sumamente heterodoxa. Incluso parafilias tales como el voyeurismo, fetichismo, froteurismo [excitación erótica mediante el rozamiento del órgano genital u otra parte del cuerpo con el de otra persona sin su consentimiento] o exhibicionismo, cuestan mucho de catalogar desde un punto de vista psiquiátrico como trastornos. ¿Qué es normal y qué no lo es? Tal vez lo único malo sea lastimar a alguien o lastimarse a uno mismo, y eso tiene más que ver con el control de los impulsos que con su intensidad.
Las adicciones del comportamiento se caracterizan por una pérdida de control, una persistencia de la conducta pese a valorar sus consecuencias adversas, un deseo obsesivo de repetir dicha conducta (dependencia psíquica), síndrome de abstinencia y pérdida de interés por otras conductas previamente satisfactorias.
Por supuesto. La abstinencia, en este caso, queda delatada por una cierta irritabilidad, ansiedad, náuseas, insomnio, temblores y cefalea; y todos estos síntomas remiten con una ‘dosis’ de sexo.
«La abstinencia al sexo queda delatada por una cierta irritabilidad, ansiedad, náuseas, insomnio, temblores y cefalea»
Primero se llega por una fase apetitiva, uno no puede sentir adicción por el sexo sin cierto gusto o curiosidad por llevar a cabo actos sexuales. Luego está la fase ejecutiva, en la que uno aprende a obtener placer de dichos actos y a repetir su ejecución de forma abusiva, hasta quedar literalmente exhausto. La demanda de satisfacción escala muchos enteros, a menudo resulta imposible mantener la actividad sin que interfiera con otros asuntos, por lo que el adicto se enfrenta tarde o temprano a la abstinencia y, por último, a una fase de adaptación en la que la adicción se mantiene, se agrava o se acaba abandonando.
Las adicciones no mediadas químicamente plantean numerosas controversias de tipo moral, semántico y también clínico. ¿Un adicto al sexo es un enfermo o un degenerado? ¿Se trata de una adicción en toda regla o de una disfunción en el control de los impulsos? Podríamos demostrar que la química lo gobierna todo.
Sí, incluso el enamoramiento. Por si no lo sabía, en la orina de los enamorados persiste mucha más feniletilamina que en la de los no enamorados. Sabemos que en los adictos al sexo se registra una disminución en los niveles cerebrales de beta-endorfinas y serotonina; aumentando, en cambio, los niveles de dopamina. La dopamina participa hasta tal punto en la gestión del placer, que podríamos decir que sin dopamina no existen sensaciones placenteras.
Los adictos no reconocen con facilidad su adicción, por lo que se habitúan a mentir de forma también compulsiva.
La pletismografía peneana [examen utilizado para medir los cambios en el flujo sanguíneo en el pene] es el mejor polígrafo para los adictos al sexo.
Hay más adictos que adictas, pero es su patrón de adicciones lo que les suele delatar. En el 2005 llevamos a cabo una investigación con 47 pacientes de sexo masculino y 8 de sexo femenino en la que demostramos la connivencia de la adicción al sexo con otro tipo de adicciones. La edad media de los pacientes era de 40 años y, puesto que las adicciones suelen comportar fuertes desembolsos, pertenecían a un sustrato social más bien rico. En 27 de estos pacientes identificamos adicciones a sustancias, destacando la cocaína y el alcohol; 18 padecían trastornos de índole depresiva y 15 eran, además, compradores compulsivos; 10 sufrían un trastorno de ansiedad generalizada, 9 bulímia, 6 practicaban ejercicio de manera compulsiva y 4 eran adictos al juego.
Sí, en líneas generales se trata de personas impulsivas e inseguras, con un cierto ‘vacío existencial’. Tienen necesidad de practicar sexo de forma impulsiva y repetitiva, mecánica, a través de breves encuentros con personas anónimas. La psicoterapia de grupo suele brindar muy buenos resultados; les permite reestructurar sus vidas y adquirir técnicas de habilidad social y de solución de problemas. Aun así, también hay pacientes que recaen.
La castración química se ha puesto muy de moda últimamente a raíz de la propuesta del Gobierno francés de castrar químicamente a los pedófilos. Mi opinión como psiquiatra es que esta opción tiene más de castigo que de medicina, puesto que al pedófilo castrado le seguirán atrayendo los niños aunque no pueda fornicar con ellos…
En realidad, son varios los agentes para anular los impulsos sexuales. El acetato de ciproterona, antiandrógeno por excelencia, actúa bloqueando la recaptación intracelular de testosterona y disminuye el deseo, las fantasías y la necesidad de practicar relaciones sexuales o masturbación; sus efectos secundarios son toxicidad hepática y ginecomastia. El acetato de medroxiprogesterona, por su parte, acelera la producción de testosterona-A-reductasa en el hígado y aumenta la metabolización de la testosterona; pero, además de causar toxicidad hepática, causa también aumento de peso, cefalea y sofocos frecuentes. También pueden emplearse agonistas hormonales del tipo de la LHRH, diuréticos (flutamida), esteroides o inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS).
Patrick Carnes, uno de los principales expertos en adicciones sexuales del Reino Unido, sugiere que son varias las señales de advertencia en una adicción de este tipo. La sensación de que se está fuera de control, la intuición de que puede haber graves consecuencias si se continúa por ese camino, un desprecio del peligro o la realización de actividades de elevado riesgo, son algunas de ellas.
Cuando existe limitación de las actividades sociales a fin de pasar inadvertidos, el recurso a las fantasías sexuales como una forma de hacer frente a difíciles situaciones o sentimientos, la experimentación de drásticos cambios de humor en virtud de la satisfacción o no del apetito sexual y el empleo de cada vez más tiempo en la planificación, realización o disimulo de las extravagancias sexuales, se podría estar ante una adicción de este tipo.
Además, en los afectados es propio dejar de lado el cuidado del aspecto y la salud, las actividades sociales, laborales o familiares y el consumo ininterrumpido de pornografía. El propio Carnes llevó a cabo un estudio en Gran Bretaña con el que demostró que el 70% de los adictos al sexo reclutados padecía graves problemas de relación social, el 40% había perdido a su pareja, el 27% se había quedado sin empleo, un 40% (mujeres) tuvo que hacer frente a embarazos no deseados, el 72% exhibió una ideación suicida, el 17% intentó suicidarse y un 68% padeció infecciones de transmisión sexual.