El 9 de abril, el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, decretaba una “emergencia pública” por la epidemia de sarampión que avanza en la ciudad desde el pasado mes de octubre. Esta crisis sanitaria afecta mayoritariamente a las comunidades judías ultraortodoxas y suma ya casi 300 casos, en su mayoría en menores de 18 años. Entre ellos circula una publicación que anima a no vacunarse, en contra del criterio de las autoridades sanitarias, alegando que las vacunas producen autismo y que contienen “ADN de mono, rata y cerdo”. Por muy peregrino que parezca, este bulo se encuentra con no pocas personas que le otorgan una credibilidad que no tiene, y que adquiere especial relevancia pública al celebrarse estos días la Semana Mundial de la Inmunización. Asistimos a una epidemia de bulos sobre las vacunas. Lo abordamos en las siguientes líneas y enumeramos secuelas visibles de no vacunarse.
Imagen: belchonock
Este bulo no es el único ejemplo. En los últimos 15 o 20 años se han difundido de manera extremadamente rápida otros muchos en diversos campos de la ciencia, como el «montaje» de la llegada del hombre a la Luna, la existencia de fumigaciones aéreas para enfermarnos y otros más peligrosos, como el de que las vacunas son perjudiciales y provocan muertes y enfermedades, cuando es al revés: han salvado y salvan millones de vidas, impiden las consecuencias permanentes o secuelas de muchas enfermedades y suponen, junto con los antibióticos, los anestésicos y las mejoras en higiene pública, grandes hitos en la historia de la Medicina.
Una epidemia de bulos sobre las vacunas
A veces, las opiniones que nos llegan por WhatsApp o a través de un presentador de televisión, político, youtuber o cualquier autodenominado experto parecen contar más que las de los profesionales de la salud, y siembran dudas difíciles de explicar. Las redes sociales no deberían poder determinar la información que vemos y creemos, pues convierten en norma opiniones extremas y contradictorias emitidas por famosos y personajes mediáticos sin ninguna o escasa preparación.
Uno de los argumentos recurrentes en las personas que critican las vacunas es el de los «inmensos beneficios» que obtienen las compañías farmacéuticas al venderlas en el mercado sanitario, y que comparten de manera corrupta con todos los médicos que las recomiendan. Es un argumento falaz y con facilidad rebatible, si se conoce el precio, relativamente barato, de las más clásicas, y enormemente más económico que el gasto que supone curar y tratar las enfermedades que previenen. Por otro lado, es sencillo comprobar que el nivel de ingresos de los médicos en nuestro país no es que sea muy sospechoso de recibir prebendas por aconsejar vacunas, que además están en su mayoría subvencionadas por la Seguridad Social y se administran sin coste alguno en centros públicos o privados.
Tampoco se debe olvidar que, para que una nueva vacuna salga al mercado, son necesarios años y años de investigaciones previas, y hay científicos que no dejan de buscar soluciones a los grandes retos que aún quedan por delante con enfermedades como la malaria, la tuberculosis y el sida, que matan cada año a miles de niños y adultos en todo el planeta.
Algunas secuelas visibles de no vacunarse
Es lógico dudar cuando ves que hay que inyectar «algo» a un niño sano, con el fin de prevenir enfermedades que creemos inexistentes o erradicadas y que no vemos o conocemos. Sin embargo, sus efectos son perfectamente visibles en personas cercanas y los medios confirman que, aún en pleno siglo XXI, el sarampión sigue causando muertes.
Una de las enfermedades prevenibles con vacuna es la polio (poliomielitis o parálisis infantil), que va asociada a cuatro o cinco vacunas más para una mayor eficacia. Una de cada 200 infecciones por este virus produce una parálisis irreversible de una o ambas extremidades inferiores con atrofia muscular, y entre un 5 % y un 10 % de estos casos mueren por parálisis de los músculos respiratorios. Es sencillo ver en la Red imágenes de niños de los años 50, enclaustrados en los denominados pulmones de acero para poder sobrevivir a los efectos de esta enfermedad.
Imagen: José Ángel Franca Garcés
En la imagen se ven las piernas de un varón de 59 años que muestra la afectación de su extremidad inferior izquierda por haber padecido la polio cuando era niño. Hoy en día sufre el síndrome postpolio y necesita una prótesis para poder caminar. Existe una asociación sin ánimo de lucro (Asociación Afectados de Polio y Síndrome Post-Polio), que agrupa a personas con este síndrome y donde aquellas personas que deseen pueden afiliarse y tramitar ayudas, informes, etc.
La Iniciativa por la Erradicación Mundial de la Poliomielitis es un plan mundial para que esta patología se convierta en la segunda enfermedad erradicada del planeta en el año 2023 (la primera fue la viruela, en 1980). El objetivo que inicialmente se fijó fue 2018, pero por distintos motivos no pudo lograrse (uno de ellos, los problemas políticos en los países en los que sigue siendo endémica: Pakistán, Afganistán y Nigeria). Europa fue declarada libre de polio en 2002 (el último caso en España se dio en 1989), India en 2011 y Asia Sudoriental en 2014. Para que no vuelva a estas zonas, son necesarias coberturas vacunales altas y un sistema activo de vigilancia de poliovirus.
Muchos padres jóvenes piensan que no hacen falta vacunas porque la difteria, la polio o el sarampión son enfermedades «antiguas» que han desaparecido, ya que no tienen casos a su alrededor. Lo que quizás no sepan es que probablemente tengan cerca mayores de 55 años con cojera que pasaron la polio y que siguen sufriendo secuelas que, en algunos casos, aparecen muchos años más tarde. Tienen el denominado síndrome postpolio con un conjunto de síntomas neurológicos y del sistema osteomuscular como fatiga, debilidad muscular, dolor de espalda (incluida la zona cervical), intolerancia al frío, alteraciones urinarias, disfonía (alteración del timbre de voz), dolor al tragar e incluso, aunque más raro, insuficiencia respiratoria.
La varicela es otra de las enfermedades fácilmente prevenible con la administración de dos dosis (a los 15 meses y a los tres años, en el calendario infantil) y no tiene ningún fundamento realizar fiestas para que cuando un niño la coja, se la transmita a varios. El riesgo de complicaciones como encefalitis o abscesos cutáneos graves es real, y se puede confirmar simplemente preguntando en cualquier hospital si han tenido ingresados niños con complicaciones de la varicela. De hecho, se ha producido algún caso mortal en los últimos años. Actualmente ya está financiada por la Seguridad Social en todas las comunidades autónomas y se está comenzando a notar un claro descenso en su incidencia.
¡Infórmate con fuentes fiables!
Para evitar que la polio, la varicela o el sarampión afecten a nuestra sociedad (España se encuentra entre los países menos afectados en Europa, que registró un aumento de casos de sarampión en 2018), entre otras graves enfermedades como la difteria, el tétanos o la meningitis, es aconsejable seguir las directrices de las autoridades sanitarias y confiar en la ciencia que está detrás de las vacunas. Y, en caso de duda, recurrir a los profesionales para que nos las solventen. Recordemos que la asistencia sanitaria de calidad se basa en el establecimiento de una relación de confianza.
Además de aclarar conceptos erróneos y solventar dudas, es necesario recomendar portales y sitios web de profesionales colegiados y cualificados, sociedades científicas y organismos nacionales e internacionales. Es conveniente la consulta del libro ‘¿Eres vacunofóbico?’, del doctor Roi Piñeiro, pediatra del Hospital General de Villalba (Madrid), donde se desmontan los mitos habituales de las familias con miedo a las vacunas; la sección de vacunas de la Asociación Española de Pediatría; la pediatra Lucía Galán; o el libro ‘¿Funcionan las vacunas?’, de Oihan Iturbide e Ignacio López-Goñi.