Un estudio de la Universidad de Iowa, publicado en revista Psychiatry Research, establece que la ludopatía es un trastorno heredado genéticamente, acompañado en muchos casos de cuadros de alcoholismo, drogadicción e incluso fobia social. La investigación refuerza los resultados de estudios anteriores que alertaban de la existencia de bases fisiológicas en las ludopatías.
De acuerdo con los investigadores, lo que se transmite no es la afición al juego, sino una impulsividad que en última instancia resulta autodestructiva. «La comorbilidad más frecuente es el abuso de sustancias, dando lugar a manifestaciones de conducta diversas y a veces combinadas», explica Donald W. Black, que ha pasado ocho años estudiando a 31 jugadores y 31 controles sanos junto a sus parientes más cercanos.
Black critica ácidamente en su informe a las autoridades del Estado de Iowa, el más permisivo de la Unión en cuanto a legalización de sistemas de apuestas, juegos de azar y casinos. «Datos científicos avalan la teoría de que cuantas más oportunidades de juego se ofrecen a la sociedad, mayor es la proporción detectada de ludópatas», dice. El especialista añade que los hombres se inician en la ludopatía antes que las mujeres, «pero ellas acaban jugando de forma mucho más compulsiva».
A modo de perfil social del ludópata, Black afirma que la mayoría son solteros, divorciados o viudos. «El modelo de vida estándar del ludópata ha seguido un rumbo algo caótico y de difícil convivencia». El investigador americano dice estar en la brecha para identificar la causa del deseo inconsciente de tomar riesgos y sus mecanismos de recompensa, para poder intervenir terapéuticamente y evitar un verdadero infierno a estos individuos.
Bases biológicas
La impulsividad asociada al juego patológico podría deberse a factores genéticos, según un nuevo estudioLa adicción al juego provoca, como es sabido, importantes alteraciones de la conducta que inciden negativamente en el entorno social del jugador y en su propia salud. Estas alteraciones tienen un reflejo visible en áreas específicas del cerebro. Son las zonas donde se cree que se localizan los mecanismos de recompensa, en la región prefrontal. De acuerdo con los resultados observados en distintos experimentos basados en el registro de la actividad eléctrica cerebral, a menor activación del área prefrontal mayor sería la adicción al juego patológico.
Las claves para entender como los ludópatas van forjando una dependencia de los mecanismos de recompensa que entrañan muchos juegos y máquinas de azar fueron proporcionadas por Jan Reuter, de la Unidad de Terapéutica Conductista del Hospital Universitario de Hamburgo (Alemania). En un artículo publicado en Nature, los autores pudieron comprobar a través de una iconografía por resonancia magnética de gran calidad cómo reacciona el sistema mesolímbico de recompensa ante el estímulo del juego patológico. La actividad queda reducida en los ludópatas y genera una dependencia muy similar a la de los drogadictos.
La relación de la ludopatía con una reducción de la sensibilidad en el sistema de recompensa se había sospechado con anterioridad. Pero nunca se habían obtenido imágenes que pudieran objetivarla o, lo que es lo mismo, establecer una gradación cuantitativa. Los investigadores citan «una reducción de la activación prefrontal del estriado ventral y ventromedial» que se relaciona inversamente con la gravedad de la dependencia.
A pesar del azar
Puede que pase inadvertida la masiva presencia del azar como juego en nuestra intimidad más cotidiana. Pero hay claras señales de que el juego está más que presente. Cada noche, en casi todas las cadenas de televisión aparecen anuncios o resultados de sorteos, quinielas o loterías de índole diversa. En muchas salidas nocturnas de fin de semana nos cruzamos con un bingo o un casino de atractiva presencia. El gordo de Navidad ha pasado a convertirse en un acontecimiento popular tradicional y no faltan las ocasiones para una porra en familia o con amigos sobre los ganadores de un concurso o el resultado de un partido de máxima rivalidad. Hasta los parlamentarios se apuntan.
Para completar el panorama quedan incontables sorteos de automóviles, viajes, ordenadores, videos, televisores, baterías de cocina o hasta enciclopedias que se ofrecen como promoción a una determinada venta. La cosa no queda sólo en las tiendas, puesto que bancos, escuelas, ONG u hogares de pensionistas disponen también de juegos de azar como recurso para ingresar divisas a una causa noble, una iniciativa empresarial o un viaje de fin de curso.
Parece que la Ley ande ajena a estas cuestiones, pero no es así. El Estado regula la convocatoria de juegos de azar, si bien es el principal beneficiado con sus ganancias. Los impuestos sobre juegos de azar son lo que los expertos en hacienda llaman «impuestos perfectos»: la gente los paga de forma voluntaria sin necesidad de inspección o coacción alguna, incluso perciben que en caso de perder contribuyen a una causa común.
Datos del Instituto Nacional de Estadística confirman que los españoles gastamos cada año la friolera de 25.000 millones de euros en juegos de azar, convirtiéndose así España en el segundo país del mundo que más gasta, después de Filipinas.
No es, pues, casualidad que el nuestro sea un país de ludópatas y que centros como el Hospital Ramón y Cajal de Madrid hayan puesto en marcha un programa pionero de atención farmacológica a la ludopatía. No son pocas, tampoco, las asociaciones para la rehabilitación de ludópatas que operan tanto a nivel estatal como autonómico. Román Fernández, presidente de ACOJER, recuerda que la ludopatía es una enfermedad que provoca problemas familiares, laborales, económicos y sociales. «El enfermo necesita jugarse todo el dinero que encuentra, y llega a romper con su trabajo, sus amigos o su familia, e incluso a robar, para satisfacer su propósito».
Los jugadores patológicos han existido siempre, por más que la OMS no recogiera este trastorno en su clasificación internacional de enfermedades hasta 1992. Previamente (1980), el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM_III) de la Asociación Americana de Psiquiatras (APA) había planteado una cierta definición y algunos criterios diagnósticos. Todo hace pensar que, con anterioridad al reconocimiento del trastorno, los ludópatas eran considerados simplemente como aplicados aficionados de juegos de apuestas en los que unos resultados rápidos y contundentes pudieran servir de refuerzo positivo o negativo.
Desde la APA, la ludopatía sigue encuadrándose dentro de los trastornos del control de los impulsos y se describe como «una conducta de juego inadaptada, persistente y recurrente, que puede llegar a alterar la continuidad de la vida personal, familiar o profesional».
Un ludópata universalmente conocido fue el escritor ruso Fëdor Mihajlovic Dostoyevski (1821-1881), que en su novela El jugador reflejó con toda suerte de detalles las vivencias de un ludópata en el ambiente aristocrático y burgués de su tiempo. Con todo, no fue hasta mediado el siglo XX que la ludopatía se extendió por todas las sociedades y todos los rincones. La popularización de máquinas tragaperras, la proliferación de bingos y casinos en locales públicos, bares, estaciones y salas de espectáculos, acabó generalizando el conflicto de personas con una predisposición genética y un deseo irreprimible, destructivo, de jugar.
Se estima que en España el síndrome de Dostoyevski tiene una prevalencia del 2%, lo que significa que más de medio millón de personas de nuestro entorno son adictas al juego y necesitan tratamiento psiquiátrico para resolver esta adicción.