Nunca ha existido en la historia de la Humanidad mayor cantidad de jóvenes que ahora. De los 6.300 millones de personas con quienes compartimos el planeta, la mitad son menores de 25 años. Por eso, a ellos se dedicó especialmente el pasado viernes. Naciones Unidas les prestó toda su atención en el Día Mundial de la Población. «Reconozcamos su derecho a la salud, a la información y a los servicios que necesitan y demandan», señaló Kofi Annan, secretario general de la ONU, en un claro llamamiento a todos los gobiernos para garantizar la protección de la juventud en todo los países.
El mundo se encuentra ante la mayor generación de adolescentes jamás conocida: más de mil millones de jóvenes entre 10 y 19 años han inaugurado este milenio. Ellos tienen en su mano el motor de toda la población mundial. De sus decisiones y buen hacer en la vida depende el crecimiento demográfico y el futuro de las nuevas generaciones. A medida que vayan entrando en la etapa adulta contribuirán a modelar nuestro mundo. Y las estimaciones dicen que, incluso si las tasas de fecundidad descendieran instantáneamente hasta el nivel del reemplazo generacional (2,1 hijos por mujer), el fenómeno tendría una traducción de cifras inmediata: aumentaría unos dos tercios el crecimiento demográfico.
Pero el mundo asiste mudo al desarrollo de esta juventud, una de las etapas más vulnerables en el crecimiento del ser humano. A los riesgos y peligros a los que se enfrenta el resto de la población adulta en los países en desarrollo (pobreza, hambre, desempleo, falta de agua…), hay que añadir aquellos que tienen especial incidencia sobre los adolescentes. Y entre ellos, las niñas forman el grupo más sensible. Los embarazos precoces o no deseados están a la orden del día.
Cada año, 15 millones de adolescentes entre 15 y 19 años dan a luz y más de 4,4 millones se someten a un aborto, una intervención que en el 40% de los casos se realiza en deficientes condiciones higiénicas. Muchas madres adolescentes no sobreviven al parto o al embarazo, ya que en estas edades el riesgo de perder la vida aumenta cinco veces más que en las mujeres de entre 20 y 24 años.
Por si fuera poco, gran parte de las jóvenes han llegado a esas situaciones en contra de su voluntad, obligadas por familas que desde muy temprana edad entregan a sus hijas como moneda de cambio en matrimonios apalabrados por los padres -cada año se casan más de 70.000 adolescentes- y otras veces en respuesta a la pobreza o al temor de un embarazo extramatrimonial. Y es que las violaciones y maltratos son más que frecuentes en sociedades donde la mujer apenas puede emitir un hilo de voz para ser oída, unos abusos que se acentúan durante los conflictos armados. La discriminación por razón de sexo está vigente en muchos países: cada año 2 millones de niñas de corta edad son sometidas a la mutilación genital y aproximadamente el 60% de los niños de 6 a 11 años de edad que no asiste a la escuela son niñas.
A esas edades el comienzo de la actividad sexual también pone en peligro la salud de los adolescentes, ya que aumenta el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual. El peor de los males es el sida, cuya propagación resulta muy difícil de frenar y que se ha convertido en muchos países en una cuestión de vida o muerte. Cada día, casi 6.000 jóvenes se suman a las personas infectadas por el VIH, pues tampoco el uso de anticonceptivos está generalizado. Sólo el 17% de los adolescentes que declara mantener relaciones sexuales los utiliza.
Ante todos estos peligros, Naciones Unidas aboga por el apoyo a la juventud, a través de políticas de educación y de información, por ejemplo sobre sexualidad, y de planes que faciliten el acceso a servicios de salud adecuados, como tratamientos para prevenir enfermedades durante el embarazo. «Al ayudar a los adolescentes a finalizar su Educación Secundaria y aplazar el matrimonio es posible contribuir a frenar el ciclo de mala salud, analfabetismo y pobreza», indicó Thoraya Ahmed Obaid, directora ejecutiva del Fondo de Población de Naciones Unidas. Además, se obstaculizaría un crecimiento demográfico desenfrenado que hoy día no parece conocer obstáculo. En palabras del propio Kofi Annan, «sólo el hecho de que una mujer espere hasta los 23 años para tener su primer hijo reduciría el ritmo del crecimiento de la población un 40%».