Vómitos, dolor de cabeza, ardor de estómago y cansancio generalizado. Sus síntomas son incómodos, e incluso en algunos casos se prolongan durante más de un día, lo que no impide que el consumo de alcohol aumente cada año y cada vez se ‘popularice’ más entre los jóvenes. Sin embargo, más allá de la simple y molesta resaca, los daños que provoca el alcohol en nuestro organismo comienzan desde que se toma el primer sorbo.
Síntomas, efectos y remedios
Quienes habitualmente no toman alcohol o quienes se exceden en su consumo conocen de primera mano la sensación de haberles pasado ‘un camión por encima’. Son muchos los que se preguntan por qué el alcohol provoca estos síntomas, pero no hay muchas respuestas. Y es que, como comenta el doctor Jesús Miguel Hernández Guijo, del departamento de Farmacología de la Universidad Autónoma de Madrid, “se conocen bastante bien los mecanismos fisiopatológicos asociados a los efectos agudos de la intoxicación por alcohol, así como los efectos del consumo crónico y del síndrome de abstinencia pero, por el contrario, se sabe muy poco de la resaca”.
No obstante, está comprobado que la resaca no la produce en exclusividad el etanol, sino más bien la adulteración de las bebidas con metanol y algunas sustancias que se forman en la elaboración de las bebidas alcohólicas, sobre todo, en las bebidas oscuras frente a los licores claros. “El denominado ‘garrafón’ suele llevar esa adulteración con metanol, además de gran cantidad de esas sustancias con fines adulterativos para intentar asemejar la bebida adulterada a la original”, comenta el doctor Hernández Guijo.
Los efectos que el alcohol tiene sobre el organismo humano dependen de factores tanto “individuales como del medio ambiente, así como de qué y cuánto se beba”, explica la doctora Mª Trinidad Gómez-Talegón, del Instituto de Estudios de Alcohol y Drogas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid. Cefaleas, malestar general, diarreas, anorexia, temblor y fatiga, son sólo algunos de ellos. Por supuesto, las características genéticas de cada individuo juegan un papel fundamental, que hacen que unas personas sean más sensibles que otras a los efectos del alcohol. La raza, el sexo o el peso son factores determinantes, aunque “también la historia personal de consumo de alcohol puede hacer que cambien los efectos con el tiempo. La causa de que una persona ‘aguante mucho’ bebiendo sin que aparentemente se emborrache es que ha empezado a aumentar su nivel de tolerancia, lo que puede llevarle a la adicción”, advierte el doctor Bernardo Ruiz.
“A fuerza de ser consumidor de alcohol, el cuerpo humano reacciona de forma diferente y aparece la tolerancia, lo cual no quiere decir que el alcohol no haga efecto, sino que la persona necesita beber más para lograr los efectos psicológicos o físicos que espera de él, con el consiguiente riesgo para su cuerpo y los demás”, corroboran desde el Instituto de Estudios de Alcohol y Drogas.
Tras ingerirlo, llega la parte más costosa: eliminarlo y pasar la consabida resaca. Todos los profesionales coinciden en señalar que se tarda bastante en expulsar el alcohol por completo. Un hígado sano elimina aproximadamente entre siete u ocho g de alcohol por hora, lo que equivale a un vasito de vino o una caña de cerveza, “se habla de 120 miligramos por kilo y por hora”, asegura el doctor Maldonado.
Y es que el alcohol cuenta con una particularidad: al contrario que pasa con los fármacos, que más se eliminan cuantos más se toman, el alcohol sigue una cinética de orden cero, es decir, su eliminación es constante. “No por tomar más, se elimina más’, aclara Rafael Maldonado.
Sin remedios
Ni por tomar más se elimina más, ni para lamento o desesperación de muchos, tras una fiesta existen remedios milagrosos que curen una resaca. “No hay ninguna sustancia que disminuya el nivel de alcoholemia en sangre. Las píldoras o medicamentos que a veces corren de boca en boca y aseguran que disminuyen los niveles de alcoholemia son meros mitos o publicidad comercial para aumentar sus ventas”, asegura la doctora Trinidad Gómez-Talegón, quien añade que “no está probado científicamente que ninguna sustancia disminuya el nivel de alcohol en la sangre después de haberlo ingerido”.
Quizá, el único remedio, además del tratamiento farmacológico que se emplea en algunos casos, como en el síndrome de abstinencia, y siempre bajo supervisión médica, es “el no consumo en exceso de etanol y ayudar al organismo a recuperar su estado normal con bebidas rehidratantes”, explica el doctor Hernández Guijo. Es decir, se aconseja no consumir alcohol en exceso y, en caso de hacerlo, tomar bebidas que hidraten nuestro cuerpo al día siguiente. Son muy recomendables los caldos y zumos, aunque generalmente lo que más apetece es tomar algo salado, ¿el motivo?: “se debe básicamente a que es necesaria una recuperación de electrolitos e iónes, que se pierden en exceso por la ingesta excesiva de alcohol”, desvela el doctor Hernández Guijo.
En general y asumiendo que el consumo ya se ha dado, es tarde para recomendar una costumbre muy útil: ingerir mucha agua si se va a beber, lo que evitará el proceso de deshidratación. Beber a la mañana siguiente también es conveniente para reponer el líquido perdido. “Pero no hay que beber alcohol porque no es cierta la teoría de que ‘un clavo saca otro clavo’, de esta manera sólo obligamos al organismo a seguir trabajando en algo que todavía no había concluido. Igualmente un café cargado, que es un excitante y podría combatir la sensación de fatiga, tampoco ayuda mucho por su carácter diurético”, explica la doctora Gómez-Talegón, quien añade que “hay quien dice que tomar un desayuno rico en grasas ayuda, pero no es verdad porque se obliga al sistema digestivo a trabajar más, cuando precisamente está dañado e irritado del trabajo de la noche. Paradójicamente, unas tostadas muy quemadas (remedio habitual hace unos años en los colegios universitarios) podrían ayudar, porque proporcionan carbono que hace de filtro en el sistema digestivo. Los huevos, que tienen cisteína, o los plátanos, ricos en potasio, pueden aliviar el malestar. Suplementos de vitamina B y C también son útiles, tanto para prevenir como para remediar”.
No obstante sí que existen algunas recomendaciones que ayudan a prevenir una resaca:
- Beber lentamente y con el estómago lleno.
- Beber un vaso de agua entre copa y copa, ya que de esa forma se disminuye el riesgo de sufrir una deshidratación
- Evitar ciertas bebidas que cuentan con mayor cantidad de etanol, como el coñac o el whisky.
El alcohol por el organismo
Los daños provocados por el alcohol dependen de la cantidad que se consuma y de las características genéticas de la persona, pero está claro que “es una sustancia tóxica, que provoca daños en todos los órganos y sistemas del organismo humano”, recalca el doctor Bernado Ruiz Victoria, psicólogo clínico y director del Instituto Detox. “Ataca principalmente al sistema nervioso y al cerebro, y de ahí vienen los efectos como la embriaguez y la posterior resaca, aunque puede dañar cualquier otro órgano”.
El alcohol es la única droga de abuso que actúa con un mecanismo inespecífico, es decir, “primero se disuelve en las membranas de la célula, desestructura la membrana celular, y posteriormente modifica la estructura de las neuronas gabaérgicas de manera reversible”, comenta el doctor Rafael Maldonado, de la Unidad de Neurofarmacología de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Los estudios que se han realizado al respecto han permitido a los profesionales descubrir que “existe un grupo de neuronas sobre las que actúa de forma de particular”.
Una vez ingerido el alcohol, a causa de su bajo peso molecular, es absorbido rápidamente por el organismo, en concreto, es una de las pocas sustancias que comienza su absorción en el estómago y no en el intestino como, por ejemplo, los fármacos. “La absorción es muy rápida, pudiendo alcanzar en algunos casos concentración máxima en la sangre en solamente 10 ó 20 minutos”, asegura la doctora Gómez-Talegón. La velocidad con la que el alcohol pasa del estómago al intestino para mezclarse con la corriente sanguínea y producir sus efectos está determinada por el tipo de bebida (sobre todo los licores oscuros) y la cantidad de alcohol que ésta contenga, la rapidez con la que se beba, la presencia en el estómago de alimentos, especialmente grasas, el peso corporal y sexo, el estado anímico y emocional de la persona y la experiencia previa de consumo.
Una vez en el estómago, pasa a la sangre a través de las paredes de éste, después al intestino delgado y, de ahí, al hígado y resto del organismo. “En cinco minutos puede alcanzar el cerebro y empieza a producir efectos que alteran su funcionamiento normal”, explica el doctor Ruiz Victoria. El hígado es el encargado de metabolizar el alcohol y el lugar donde provoca más daños tóxicos, comenta el doctor Maldonado. Y es que este órgano contiene la enzima encargada de descomponer el alcohol en el cuerpo, la alcoholdesoidrogenada. “El 90% de lo bebido es metabolizado por el hígado, el resto es eliminado por el sudor o el aliento”.
Beber, un hábito social
Cifras recientes facilitadas por el Ministerio de Sanidad y Consumo señalan a España como el séptimo país del mundo en cuanto a consumo de alcohol per capita, con 10,5 litros de media. El arraigo social que el beber tiene entre los españoles ha aumentado considerablemente en la última década, pasando de una costumbre ‘sana’ a un hábito causante de entre el 10% y el 15 % de las urgencias, el 4% de los ingresos hospitalarios, entre el 30% y 50% de los accidentes mortales y entre el 15% y 25 % de los accidentes graves.
El alcohol se ha convertido en el mejor aliado de los jóvenes para pasarlo bien el fin de semana y es que la edad de inicio en la bebida ha descendido hasta los 15,7 años. El 46,1 % de los adolescentes entre 14 y 18 años reconoce haberse emborrachado alguna vez, aunque sólo el 9% tiene la percepción de consumir mucho o bastante alcohol.
Una grave situación que llevó a Instituciones y gobiernos de diversos países a tomar cartas en el asunto y firmar el Plan Europeo de Actuación sobre Alcohol en 2000, con el fin de “proporcionar ambientes de apoyo en el hogar, la escuela, el lugar de trabajo y la comunidad local, para proteger a los jóvenes de las presiones que le inducen a beber, y para reducir la amplitud y profundidad del daño relacionado con el consumo de alcohol”. Muchos de estos jóvenes ‘bebedores’ no consideran el alcohol perjudicial, pese a que numerosos estudios han demostrado su toxicidad y los irreparables daños que causa en el organismo humano. La Organización Mundial de la Salud considera que el alcohol es una droga porque posee “etanol o alcohol etílico, que es la sustancia aditiva en las bebidas alcohólicas, que puede crear tanto dependencia física como psíquica y que compromete seriamente el hígado, entre otros órganos”.