La siesta durante la infancia es fundamental, sobre todo en los tres primeros años. En este periodo, el niño adquiere las bases necesarias para aprender de forma adecuada nuevos conocimientos y relacionarse con el mundo que le rodea. Esta pausa ayuda al cerebro a retener la información. En este artículo se describen los beneficios que aporta dormir una hora de siesta y cómo ayuda a los más pequeños a reponer fuerzas. También se aportan algunos consejos para ayudar a que un niño duerma la siesta para que se convierta en una rutina de descanso.
Beneficios neurocognitivos de la siesta
Más allá de curar el cansancio prolongado, el sueño facilita el almacenamiento de la memoria a corto plazo y deja espacio para nueva información. En los pequeños de uno a tres años, además, una siesta durante el día aumenta las posibilidades de alcanzar un nivel avanzado para discernir lo importante de lo irrelevante. Esta es una de las conclusiones de un trabajo estadounidense. Los investigadores analizaron las respuestas (mediante expresiones faciales) de niños de 15 meses de ambos sexos ante frases que habían oído con anterioridad, tras dormir o no unas horas.
Una hora de siesta despeja la mente y mejora la capacidad de aprendizaje
Los menores que durmieron una siesta aprendieron una oración o las relaciones entre diferentes frases. Por el contrario, quienes no lo hicieron, no reconocieron las frases que habían escuchado antes. Los pequeños que dormitaron fueron capaces de generalizar su conocimiento de la estructura de la oración y predecir una nueva frase. Esto sugiere que la siesta favorece el aprendizaje abstracto, es decir, la capacidad de detectar el patrón general de una nueva información (después de una frase, viene otra).
Si bien es conocida la importancia de estimular a lactantes y niños pequeños mediante la lectura, también es conveniente hablarles y exponerles a un amplio abanico de palabras. Estos estímulos deben llevarse a cabo, según los científicos, en un contexto bien regulado en el ciclo diario. Los investigadores aseguran que su trabajo es la primera demostración de que los niños necesitan dormir para transformar el conocimiento en pensamientos abstractos, igual que sucede con los adultos.
La siesta ayuda a reponer fuerzas
Además de estos beneficios neurocognitivos, las siestas proporcionan, al acelerado desarrollo físico e intelectual de los menores en esta etapa, el tiempo de descanso necesario para reponer fuerzas. También ayuda a que no lleguen a estados exagerados de agotamiento y tengan dificultades para dormir por la noche. Se ha confirmado que la siesta en la infancia reduce la hiperactividad y la ansiedad en los niños.
Las horas de sueño se limitan a medida que los menores crecen: un recién nacido puede dormir de 16 a 20 horas, que se reducen entre 10 y 13 en la etapa que comprende del año a los tres años. Estas necesidades no deben infravalorarse. La siesta diaria es imprescindible en determinadas franjas horarias. Cuando las horas necesarias no se cubren, los más pequeños pueden mostrar signos evidentes de fatiga o, incluso, problemas más sutiles que afectan al comportamiento y al rendimiento escolar.
Más razones para hacer una hora de siesta
Aunque el estudio ‘Hábitos de lectura de niños y jóvenes de Cataluña’, del Consell Català del Llibre Infantil i Juvenil, asegura que el descanso después de comer no atrae a los más jóvenes -se sitúa justo por delante de ordenar la habitación, que es la última actividad preferida en un listado de nueve-, la mayoría de las investigaciones certifican los beneficios de la misma: la siesta reactiva y agudiza la mente.
Otro trabajo llevado a cabo por la Universidad de Berkeley (EE.UU.) revela que una hora de siesta puede mejorar la inteligencia de las personas, ya que despeja la mente y favorece la capacidad de aprendizaje. Según los investigadores, dormir menos horas aletarga la mente. De hecho, una noche de insomnio desciende en casi un 40% la capacidad para retener nuevos datos.
Para que un niño duerma la siesta en su primera infancia, hay que seguir una rutina tanto al acostarse por las noches como al dormir la siesta durante el día. Cuando se detecten señales de sueño (estar inquieto o frotarse los ojos), hay que llevarle a la cama para que sea consciente del acto de ir a dormir y concilie el sueño por él mismo. Generar un ambiente agradable (música suave, cuentos o canciones) puede ayudar.
La siesta no debe convertirse en una batalla, aunque se muestre resistencia a dormir, algo habitual a medida que crecen. Supone la oportunidad de realizar actividades más relajadas, como jugar con tranquilidad en su habitación o leer. Si se establece la rutina de descanso adecuada, dormir durante el día no tiene por qué interferir en las horas de sueño nocturnas. Está demostrado que dormir durante la tarde tranquiliza el estado de ánimo de los pequeños y facilita la conciliación del sueño por la noche. Al contrario, la fatiga extrema puede ser contraproducente y sobreexcitar tanto a los niños que, en este caso, la conciliación del sueño puede ser difícil.