Un microinfarto cerebral es un ictus, aunque se ha producido en uno de los vasos pequeños, es decir, en las pequeñas arterias intracerebrales, por lo que las consecuencias o secuelas son menores que las que se producen en las carótidas. Es también lo que se denomina como infartos lacunares.
Son poco conocidos, pero estos microinfartos suponen casi el 50% de los 80.000 infartos cerebrales que se diagnostican en España al año, según advierte la Sociedad Española de Neurología (SEN). Y éstos son sólo los que pasan por las manos de los médicos, ya que muchos de ellos están sin diagnosticar. «Este tipo de microinfartos pasan muchas veces inadvertidos para la propia persona que los sufre, que no tiene síntomas. Salen a la luz más tarde, una vez que el paciente se somete a un escáner por otro motivo. Éstos se definen como microinfartos cerebrales silentes», explica el doctor Ignacio Casado, vocal del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN.
Ataque silente
Al no presentar síntomas en muchos casos, es habitual que esos microinfartos estén «escondidos» varios meses o años hasta que se realice un escáner, de ahí la necesidad de ciertos controles. «Hay que estar muy alerta porque distintos estudios han demostrado que las personas que han sufrido un ataque silente tienen un mayor riesgo de demencia vascular o de Alzheimer», revela el experto.
Tampoco se puede olvidar que se ha sufrido un infarto cerebral, lo que supone un riesgo elevado de padecer otros infartos de este tipo e incluso aumenta el riesgo de un ataque de miocardio. «Este tipo de ictus no se divulga tanto porque su índice de mortalidad no es muy elevado en el primer ataque, pero hay que considerar que a la larga, si no se cuida, produce una mala calidad de vida, casi como una enfermedad crónica a largo plazo. Tendría casi los síntomas de un paciente parkinsonizado», enfatiza el doctor Casado.
Un síndrome motor o sensitivo puro (que incluso puede afectar a la cara) y cierta dificultad para expresarse son las principales secuelas de los microinfartos cerebrales, que pueden ser tanto provisionales como definitivos. Así, parálisis localizadas o, por ejemplo, dificultad para escribir de la noche a la mañana y sin motivo aparente, pueden ser algunas de las señales que deben dar la voz de alarma para acudir a un especialista y someterse a las distintas pruebas. Vértigos o cierta descoordinación se unen a la lista de los síntomas, aunque no son muy habituales.
Controlar la hipertensión
Las causas sí están muy claras. La hipertensión no controlada, así como una embolia desde la carótida o desde el corazón son su origen. «También pueden intervenir ciertas drogas o alteraciones coagulares, entre otros factores, pero es muy poco frecuente», detalla el especialista.
La hipertensión, la diabetes o la obesidad son, por tanto, elementos que hay que vigilar. Y sobre todo la hipertensión, de ahí la necesidad de llevar un control, especialmente a partir de los 60 años. No en vano, los expertos recalcan que este factor multiplica por cinco el riesgo de sufrir un ictus, y es incluso más importante controlarlo a la hora de evitar un infarto cerebral que uno cardiaco. La prevención en estos casos es de sobra conocida: una dieta equilibrada, pobre en sal y grasas saturadas, que están presentes, sobre todo, en conservas, embutidos, precocinados y bollería industrial.
Pero tampoco los diabéticos, los obesos o los fumadores, como ocurre en otros infartos, se pueden descuidar, especialmente a cierta edad, ya que el paso de los años aumenta considerablemente el riesgo de sufrir este tipo de ataques.
El tratamiento de esta dolencia depende de los resultados de las distintas pruebas y de lo que haya provocado el ictus. Dependiendo de la gravedad, el paciente en algunos casos sólo se tendría que someter a control médico. Otras veces es necesario un tratamiento de anticoagulación para evitar que se vuelva a producir un infarto de este tipo. Incluso, en contadas ocasiones, es necesario operar.