Es recomendable esperar al menos uno o dos años antes de intentar tener hijos después de someterse a una terapia contra el cáncer testicular. Así lo dicen los urólogos, que recuerdan que los tratamientos a base de fármacos y radioterapia suelen alterar de tal modo la producción de espermatozoides que llegan a propiciar la aparición de anomalías fetales. La generación de semen se reduce, además, durante ese tiempo prácticamente a la mitad.
Pasado ese periodo, lo normal es que el paciente, si lo desea, pueda tener descendencia con toda normalidad, salvo que por motivos de salud se le hayan extirpado los dos testículos. No obstante, existe la posibilidad de congelar semen para que en un futuro pueda ser utilizado en programas de reproducción asistida.
La mitad de las veces el problema se resuelve sin que se necesiten posteriores sesiones de quimioterapia y radioterapia. Cuando el tumor se detecta en fases tempranas, el tratamiento suele limitarse a la extirpación del órgano afectado, que a menudo se sustituye por prótesis de silicona que mejoran notablemente el aspecto estético. Sólo la realización de un adecuado y riguroso control médico permitirá eludir una medicación agresiva, aún cuando el cáncer haya sido detectado en sus primeros estadios.
Aprender a autoexplorarse
Los urólogos consideran, no obstante, que es fundamental saber palparse los genitales y conocer su forma y textura con el fin de aprender a apreciar posibles irregularidades y detectar así a tiempo un tumor maligno. Los expertos estiman que la autoexploración testicular debería convertirse en un hábito de periodicidad mensual a partir de los 18 años.
Los hombres no están tan acostumbrados a revisarse los testículos como las mujeres se vigilan la aparición de posibles quistes y bultos en las mamas. Roberto Llarena, urólogo del hospital vizcaíno de Cruces, afirma que un buen control personal del estado de las bolsas, unido a una mejora de la atención sanitaria, permitirían reducir en dos o tres puntos la mortalidad de este cáncer. El de testículos no es, en cualquier caso, de los tumores más letales, pero aún así, acaba llevándose por término medio la vida de uno de cada diez afectados.
La frecuencia es mayor entre los chicos de 20 a 30 años y entre los hombres de 40 a 45. Por regla general, los pacientes pertenecientes al primer grupo requieren tratamientos más intensivos porque sus células, más jóvenes, son también más dañinas. Aún así, se han registrado casos «muy muy raros» de niños aquejados y otros, también anecdóticos pero bastante menos extraños, de enfermos con edades más avanzadas de lo habitual.
Mejoras en dos frentes
La batalla contra el cáncer testicular debe mejorarse, según Llarena, en dos frentes. Los servicios sanitarios han de ser capaces de reducir el tiempo que transcurre desde que un hombre detecta la existencia de un problema y el momento en que se diagnostica la enfermedad y se toman las medidas terapéuticas necesarias para atajarlo. «Está demostrado que desde que un hombre comienza a preocuparse hasta que se le opera transcurren seis meses de media», indica el urólogo.
Los varones, por lo que les toca, han de perder el miedo a palparse los genitales en busca de posibles irregularidades. El testículo, según explica el médico vasco, tiene la forma y la textura de un huevo. Es liso y cuando se toca debe sentirse firme -«sin apretar demasiado porque duele»- y libre de bultos e irregularidades. Lo mejor es explorarlos por la mañana después de ducharse, cuando aún están lacios por efecto del agua caliente. En la parte superior, se localizará una especie de conducto, que es el cordón espermático. Cuantas más veces se haga este ejercicio, mayor práctica se logrará en la localización de posibles cambios.
El hallazgo de un bulto, de un cambio de tejido, es prácticamente la única señal que puede advertir de la existencia de un problema. El cáncer de testículos no se manifiesta por la aparición de dolores ni por manchas en la piel. Tampoco puede hacerse mucho más que examinarse con cuidado para evitar la aparición de un tumor. La investigación tan sólo ha conseguido apuntar que tienen más predisposición a padecer esta enfermedad los jóvenes que tuvieron un mal descenso testicular cuando fueron bebés.