No son las heridas ni el agotamiento. La principal causa de muerte entre los montañeros que ascienden a cotas elevadas son las patologías derivadas de la altitud, especialmente los edemas cerebral y pulmonar. Así lo estima, al menos, el médico y montañero británico Andrew Sutherland, que en su expedición al Everest (Everestmax), comprobó el elevado índice de mortalidad en la montaña más alta del planeta. Los datos, publicados recientemente en British Medical Journal, revelan el desconocimiento que de estos riesgos tiene la mayoría de montañeros.
La falta de oxígeno
Los equipos de escalada han mejorado y hay rutas para subir a los montes más complicados. Sin embargo, en montañas como el Everest sigue habiendo una muerte de cada diez subidas con éxito, y para quien alcanza la cumbre, las posibilidades de regresar con vida son de una sobre veinte. Las adaptaciones metabólicas que debe realizar el organismo para combatir las condiciones adversas de frío, sequedad del aire, radiación térmica, y sobre todo, altitud, pueden tener consecuencias fisiopatológicas graves para la salud, aunque todavía se están investigando los mecanismos que lo originan y se desconoce por qué no afecta a todos los individuos por igual.
La gravedad de las dolencias aumenta con el nivel de ascenso: a una altura de entre 2.000 y 3.000 metros se desarrollan síntomas leves de mal de altura, pero es raro que se presente edema pulmonar y cerebral. Sin embargo, a partir de los 4.300 metros es fácil que no se produzca aclimatación y desarrollar edema pulmonar o cerebral. Este año han muerto 15 personas en el ascenso al Everest, la cifra más elevada desde que en 1996 perdieran la vida 16 montañeros, según afirma Sutherland. ¿Por qué se cobra la montaña la vida de tantas personas? Los médicos sostienen que la principal causa son las enfermedades derivadas de la altitud, del mal de montaña agudo o mal de altura en sus fases más graves. Esta patología consiste en la falta de adaptación del organismo a la hipoxia o falta de la presión parcial de oxígeno que se produce con la altitud, y la gravedad del trastorno es directamente proporcional a la velocidad del ascenso y a la altitud alcanzada.
El mal de altura es la falta de adaptación a la hipoxia y su gravedad es proporcional a la velocidad del ascenso y a la altitud alcanzada
Suele aparecer entre las seis y las diez horas de exposición a la hipoxia y, aunque se sabe que ésta es la responsable, los investigadores estudian aún el mecanismo exacto que produce la enfermedad aunque tradicionalmente se ha achacado a la elevación de la presión intracraneal. Las molestias que acompañan al mal de altura varían desde leves dolores de cabeza y náuseas hasta los casos graves, en que el líquido se acumula en los pulmones dificultando la respiración. A nivel del sistema nervioso central puede producirse edema cerebral (líquido en el espacio intersticial del cerebro) causando confusión, coma e incluso la muerte. ¿Por qué se llega a este extremo?
José López Candel, cardiólogo del hospital general Universitario Reina Sofía de Murcia e investigador de la expedición UMU, a la montaña Broad Peak (8.047 metros, aunque llegaron sólo a 7.000), señala que conforme aumenta la altitud, la presión atmosférica baja y el aire, menos denso, cuenta con menos oxígeno. Esta disminución en la cantidad de oxígeno provoca el aumento del ritmo y profundidad de la respiración y altera el equilibrio en los gases pulmonares de la sangre, incrementa la alcalinidad de la sangre (variando el pH) y altera la distribución de sales como el potasio y el sodio dentro de las células. ¿El resultado? El agua se distribuye de forma diferente entre la sangre y los tejidos. Con el transcurso de los días, el cuerpo responde produciendo más glóbulos rojos para poder transportar más oxígeno a los tejidos. La consecuencia de esta situación es que cualquier actividad se ve afectada y se produce una caída en el rendimiento físico e intelectual, así como alteraciones emocionales, en función de la altura hasta la que se haya ascendido en cada caso.
Preparación previa
Quien más quien menos, todos los montañeros que suben a cotas elevadas suelen presentar alguna dificultad respiratoria o bien un leve mareo, dolores de cabeza, náuseas, dificultad para dormir, pulso rápido, pérdida de apetito y fatiga. Todos ellos son síntomas leves que pasan en pocos días. Mayores complicaciones presenta el edema pulmonar, que se produce entre 24 y 96 horas después del ascenso y no suele aparecer por debajo de los 2.700 metros. Se trata de la acumulación de líquido en los pulmones, que provoca ahogo y falta de aire ante el menor esfuerzo. Además, quien lo padece tiene tos seca, con escasa expectoración rosada o incluso de sangre. El edema pulmonar se puede complicar muy rápidamente y pasar de ser una enfermedad moderada a una afección mortal en pocas horas.
Todo montañero debe aprender a reconocer los primeros síntomas de un problema para poder descender antes de empeorar
Más grave aún es el edema cerebral, que suele aparecer entre las 24 y las 96 horas posteriores al ascenso. En este caso, el líquido se acumula en el cerebro y los síntomas presentan mayor gravedad aún. La víctima presenta dificultades para caminar, torpeza en los movimientos de las manos, dolores de cabeza intensos y alucinaciones (aunque no suele reconocerlas como tales), síntomas más acusados conforme mayor sea la altitud. El edema cerebral se convierte rápidamente en un trastorno mortal por lo que la persona que lo padece debe ser tratada de inmediato. Y el mejor modo de hacerlo, válido también para el edema pulmonar, es trasladándola sin pérdida de tiempo a una altitud inferior y llevar a acabo una terapia con oxígeno, en el mismo terreno, si es posible.
Otra medida temporal es utilizar la cámara hiperbárica, un instrumento que aumenta la presión y simula un descenso de varios cientos de metros. Es una bolsa de tela muy ligera y una bomba de aire que se hace funcionar manualmente. La persona afectada debe ser colocada dentro de la misma y permanecer entre dos y tres horas en su interior, donde se ha aumentado la presión con ayuda de la bomba. Estas patologías, a juicio del médico y montañero británico, podrían evitarse si los escaladores mostraran mayor preocupación por su salud durante el ascenso, sin obsesionarse por la subida en sí.
De la misma opinión es Javier Botella de Maglia, médico intensivista del hospital La Fe, de Valencia. Montañero, con experiencia como expedicionario al Everest y autor del libro Mal de altura. Prevención y Tratamiento, señala en su obra que la clave es la instrucción de los montañistas antes de iniciar el ascenso a cotas elevadas. Todo montañero debe conocer los principios básicos, como un ascenso gradual, detenerse por uno o dos días a descansar cada 600 metros cuando se está por encima de los 2.400 metros, dormir a una altitud más baja mientras sea posible y aprender a reconocer los primeros síntomas de un problema para poder descender antes de empeorar. Quienes viajan por encima de los 3.000 metros deberían llevar oxígeno para varios días.
Asimismo hay que tener especial cuidado con las enfermedades que se padezcan antes del ascenso, especialmente con problemas cardíacos, pulmonares (se desaconseja que asciendan), y con la anemia, ya que ésta provoca un nivel bajo de glóbulos rojos y, por lo tanto, una cantidad menor de oxígeno en su sangre. Además, hay que tomar alimentos ricos en carbohidratos, ingerir líquidos, y evitar beber alcohol. Estar en buena forma puede ser una gran ayuda para evitar problemas en el ascenso, pero no tiene por qué garantizar que la persona vaya a encontrarse bien a grandes alturas. Lo idóneo sería, según Sutherland, que cada montañero midiera su capacidad de resistencia a la altitud antes de emprender una ascensión difícil, aunque reconoce la dificultad de tener experiencia previa y conocer su capacidad por encima de altura como los 8.300 metros del Everest.