¿Disponer de más medicamentos implica tener mejor salud?
No hay ningún estudio que demuestre eso, más bien al contrario. Cuando la variedad de medicamentos disponibles en una comunidad está por encima de los que son necesarios, se crea confusión a todos los niveles de la cadena del medicamento: regulatorio, de gestión por el sistema sanitario, en la prescripción y en la dispensación.
¿Cuántos principios activos son necesarios y de cuántos podría prescindir la medicina moderna?
Por poner una cifra aproximada, la OMS incluye unos 350 en su lista de medicamentos esenciales y la ‘Guía Terapéutica‘ de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SEMFYC) viene a recomendar hasta 400 fármacos diferentes. Ahora hay más de 15.000 especialidades que pueden ser prescritas por los médicos de atención primaria; los especialistas pueden prescribir algunas más.
¿A quién beneficia este modelo?
Para empezar, a la industria farmacéutica. El sistema sanitario, al no seleccionar los medicamentos que va a usar, permite que muchas compañías farmacéuticas vivan del dinero público con unos fármacos que en realidad son repetitivos. Un ejemplo: no sé cuántas compañías comercializan genéricos de amoxicilina en España, pero pueden ser centenares.
¿Estos intereses están detrás también de que las analíticas sean cada vez más estrictas, por ejemplo, en los niveles que se consideran normales de colesterol?
Las recomendaciones terapéuticas que se hacen son mayoritariamente producidas por autodenomidados expertos y por sociedades médicas que tienen serios conflictos de interés con compañías farmacéuticas. Esto ha ocurrido con el colesterol y en la pandemia de covid en la que la mayoría de los expertos mediáticos cobraban dinero de los fabricantes de vacunas.
¿A qué se refiere con conflictos de interés?
Me refiero a cobrar de una compañía farmacéutica por difundir un mensaje experto y aparentemente neutral que en realidad es teledirigido por la compañía.
¿Todas las sociedades médicas tienen este tipo de vínculos?
No todas, pero la mayoría reciben dinero de las compañías farmacéuticas para lanzar campañas que confluyen con sus intereses. Por ejemplo, en el último año hemos visto cómo se cantaban las excelencias de los nuevos medicamentos para el tratamiento de la obesidad y se decían frases tan altisonantes como que “cambian el paradigma sobre la alimentación”.
Se habla cada vez más del paciente como el centro de la atención sanitaria, pero usted sostiene en su libro que lo es cada vez más la enfermedad. ¿Por qué cree que es así?
Porque el médico ha sido educado desgraciadamente para sentirse cómodo con los protocolos y su aplicación está haciendo desaparecer la medicina. La medicina es una actividad que consiste en tomar decisiones sobre cada paciente, pero los protocolos tratan a todo el mundo por igual. Por ejemplo, si durante la consulta sale la palabra ‘dolor’ en la conversación con el paciente, es muy probable que se le prescriba un analgésico para las 24 horas del día sin preguntar nada más.
¿Qué tendría que hacer el médico en este caso?
Averiguar si el dolor aparece a una hora o con una actividad determinada e intentar aclarar las causas, y adaptar la dosis y el horario de toma a aquella persona en particular. Hay palabras clave que despiertan un reflejo espinal en el médico, que prescribe un medicamento sin tener en cuenta a la persona.
¿Eso desnaturaliza la medicina?
Se ha invitado al médico cada vez más a tratar síntomas o enfermedades y no al conjunto de la persona. Están bien los protocolos que orienten al médico sobre lo que es esencial y lo que no ante un problema, y sobre las limitaciones y las bondades del tratamiento, pero la medicina es la ciencia de individualizar.
En el libro dice también que el modelo de curación se ha desplazado hacia la prevención para personas sanas. Si están sanas, ¿por qué medicarlas?
Me pregunto: si están sanas, ¿por qué hay que hacerles creer que están enfermas? Si una persona tiene una cifra de colesterol elevada y no tiene ningún otro factor de riesgo cardiovascular, no está enferma, pero al que fabrica los medicamentos le interesa que sí se considere como tal.
¿En la práctica casi es la industria farmacéutica la que diagnostica?
Los sistemas sanitarios en Europa fueron una conquista social al acabar la II Guerra Mundial y la prioridad era garantizar el acceso a la atención sanitaria a toda la ciudadanía. Pero un sistema que cubre a toda la población, para el mercader es un mercado potencial enorme, de manera que inventa maneras de crear necesidades como se hace con cualquier objeto de consumo y así se amplía el mercado. Al mercader le interesa vender cuanto más mejor y al precio más alto posible, y para ello tiene que ampliar la clientela.
¿El resultado son problemas de salud que antes no lo eran y ahora afectan a casi toda la población?
Un ejemplo muy claro es el de la vitamina D. Antes se consideraba que había déficit cuando el nivel en plasma era de menos de 8 nanogramos por mililitro de sangre, y ahora se proponen 30 nanogramos por mililitro. Por debajo de 8 hay muy poca gente, por debajo de 30 está casi todo el mundo, de manera que se está proponiendo tratar con vitamina D a casi todo el mundo. Esto es particularmente surrealista, porque no se ha podido demostrar correlación alguna entre los niveles de vitamina D en plasma y el estado de salud.
Cita en su libro otro caso, el de la hipertensión. ¿Cómo se han modificado los valores?
Primero se consideraba que la diastólica era peligrosa si era superior a 100 miligramos de mercurio, después a 95, y ahora se ha bajado a 90 e incluso 80 para pacientes jóvenes. Esto conlleva un sobretratamiento de la hipertensión que produce más problemas que beneficios.
¿También influye en el consumo de medicamentos que se hayan convertido en patológicos procesos naturales como el duelo?
El malestar convertido en enfermedad es uno de los trucos más productivos para crear enfermos. El duelo no solo no es enfermedad, sino que yo diría al revés: quizá la enfermedad consista en no sentir tristeza por la muerte de un ser querido. Al principio el duelo no se consideraba patológico, después pasó a serlo si persistía dos o tres meses, y ahora ya es considerado enfermedad si dura más de 15 días. Y encima se propone tratarlo con fármacos mal llamados antidepresivos, que es una palabra que no me gusta porque de antidepresivos no tienen nada.
¿Se inventan enfermedades como paso previo a la comercialización de un medicamento?
Por una parte se inventan entidades, pero sobre todo se exageran. No niego que haya niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), por ejemplo, pero esa realidad se ha exagerado tanto que ahora se le diagnostica a cualquier niño con problemas académicos. Esto es muy frecuente.
¿Cuánto nos cuesta vivir empastillados?
Nos cuesta un dinero, eso es lo que se ha dicho hasta ahora en muchos libros, pero en el mío procuro explicar que nos cuesta nuestra salud. En España ocurren unas 400.000 muertes al año: 111.000 por tumores, 34.000 por infarto, 28.000 por ictus, 17.000 por EPOC, 16.000 por alzhéimer… Solo por efectos adversos de medicamentos en hospitales habría unas 18.000 muertes, y puede que haya un número parecido fuera de estos o que no son cuantificadas.
¿Qué problemas puede generar un medicamento?
Todas las enfermedades, excepto las genéticas, pueden ser causadas por medicamentos: problemas agudos como caídas con fractura, hemorragias, infarto, ictus o neumonías, y también problemas crónicos como cáncer, alzhéimer, etc. El médico debe preguntarse obligatoriamente qué medicamentos toma o ha tomado una persona para dilucidar si están detrás de un problema concreto. A veces, si se identifica que un fármaco es la causa, su retirada mejora o resuelve el problema.
¿Podría poner algún ejemplo?
Las estatinas para el colesterol causan diabetes en un porcentaje importante de pacientes. Quizá solo un 8 %, pero eso es mucho. Si en España empiezan tratamiento con estatinas cada año un millón de personas, tendremos 80.000 casos de diabetes originadas por estas. Los ejemplos son incontables. Enfermedades cardiovasculares, respiratorias, digestivas, neurológicas, mentales y otras son a menudo causadas por medicamentos.
¿Conocen los profesionales estos efectos adversos?
Uno de los argumentos para limitar el número de medicamentos disponibles para ser prescritos es que el conocimiento de 15.000 especialidades no cabe en la cabeza de ningún profesional ni de un especialista en farmacología. Seleccionar los medicamentos más idóneos no es ejercicio de austeridad, sino de inteligencia clínica. Es mucho mejor para los pacientes que el médico tenga un conocimiento profundo de los 30 o 40 medicamentos que prescribe que no un conocimiento difuso de miles de medicamentos con los que no está familiarizado.