A las pocas horas de nacer, al mes, al año… Los expertos no se ponen de acuerdo. No existe unanimidad respecto a la mejor edad para que un bebé comience a acudir a clases de natación. Algunos médicos aseguran que a partir del primer mes los niños están listos para adquirir técnicas de flotación, mientras que otros animan a esperar hasta los dos años y recuerdan que, a pesar de todo, no es hasta los cuatro años cuando el aparato locomotor está lo suficientemente maduro como para aprender a nadar. Respecto a los posibles daños derivados de la depuración de las piscinas con cloro, parece claro que no existe peligro para el organismo de los pequeños, puesto que las técnicas habituales de limpieza recurren a otros sistemas como el uso de hipoclorito (con bajo contenido en cloro), bromo, ozono o rayos ultravioleta.
A qué edad puede acudir un bebé a la piscina
La matronatación se define como “la enseñanza de la natación a bebés de corta edad”, pero ¿qué significa corta edad? Según la Asociación Española de Pediatría (AEP), con datos de ‘La Guía del niño’ del Hospital de La Paz, “no existe unanimidad al respecto”, es decir, no hay una edad considerada idónea para aprender a nadar. “En todo caso, -reconoce María Castillo, profesora del INEF de la Universidad de La Coruña- depende de la madurez del bebé”.
La natación es una de las maneras más completas y divertidas de practicar deporte, además de un buen modo de prevenir que los niños se ahoguen en el agua por no saber nadar. Por ello es importante que nos familiaricemos con el medio acuático desde que somos pequeños y que ya los primeros baños en casa sean aprovechados por los padres para que el niño pierda el miedo al agua. Introducir la cabeza del bebé bajo el agua en la bañera, para lavarle la cara, o mojarle la cabeza y la frente son dos técnicas que pueden ayudar a conseguirlo.
Desde la escuela de natación Ureabi, su director, Alfonso Valdeolmillos, asegura que “no se trata de hacer bebés campeones, sino de que adquieran seguridad y sepan cómo actuar si caen al agua”. De hecho, en este centro los bebés acuden a clases de natación desde que tienen un mes. “En realidad, se trata de enseñarles a flotar en posición dorsal para que, en caso de que caigan al agua, sepan flotar. Es posible que el niño proteste un poquito, pero cuanto más pequeños empiecen, mejor”, asegura.
Con una veintena de clases, los bebés aprenden a flotar en posición dorsal; su cabeza es aún muy pesada como para que puedan controlarla y si nadasen boca abajo no podrían sacarla del agua. Además, hasta el cuarto o quinto mes de vida bloquean de manera natural la respiración debajo del agua, en un acto reflejo que les ayuda a cerrar las vías respiratorias por unos instantes, y con tan sólo un año- afirma Valdeolmillos – pueden nadar de espalda, siempre que un adulto les vaya cogiendo de la mano.
Con una veintena de clases, los bebés aprenden a flotar en posición dorsal
Por su parte, María Castillo reconoce que si las instalaciones acuáticas reúnen todas las medidas de seguridad y calidad del agua, no hay mayor problema por apuntar a los bebés a clase de natación, salvo porque sean muy chiquitines y tengan problemas para regular la temperatura o sean, por ejemplo, propensos a infecciones de oído. “Por acudir antes a estas clases no se gana nada. El ritmo de maduración del niño no se puede cambiar y por muchas clases que dé aprenderá a hacer aquello para lo que esté maduro”, precisa.
Según esta experta, las investigaciones apuntan a que antes de que los pequeños cumplan dos años de edad no hay diferencia entre los niños que van a la piscina y los que no van, porque el sistema nervioso aún es inmaduro. No obstante, considera positivo llevar al niño o niña a la piscina antes de cumplir esa edad por todo lo que los padres, que le acompañan en las clases, puedan compartir con él, y asegura que esta experiencia en común reporta beneficios de tipo afectivo más que físico. “Hasta los cuatro años un niño no está listo para coordinar el movimiento de las extremidades con la respiración, sólo aprende a tener equilibrio, orientación y control de la posición del cuerpo”, confirma.
Ventajas
La unión entre padres e hijos durante las clases de natación es indiscutible. El progenitor acompaña al pequeño durante toda la sesión, que suele durar unos treinta minutos, cuatro días a la semana, y consigue infundirle la tranquilidad que necesita para perder el respeto a un medio similar al que, al fin y al cabo, ha conocido durante los primeros nueve meses de vida.
Pero además de los beneficios sobre el vínculo afectivo, para María Castillo la matronatación es una fuente de estímulo en todo el cuerpo del bebé que le permite ir despertando sus sensaciones al mismo ritmo que desarrolla otras habilidades como sentarse o gatear.
La matronatación es una fuente de estímulo en todo el cuerpo del bebé
En este sentido, Alfonso Valdeolmillos destaca también la mejora que la natación supone en niños con problemas de parálisis cerebral, problemas de espalda o síndrome de Down. “Al no haber fuerza de la gravedad en el agua pueden realizar ejercicios de manera más sencilla”, matiza. “Resulta especialmente conveniente que practiquen la natación los menores con problemas de columna vertebral o con movilidad reducida (niños en silla de ruedas, obesidad importante), es decir, aquellos que apenas pueden practicar otros ejercicios físicos. Sin embargo, no es siempre recomendable en niños asmáticos, ya que muchas de las crisis están desencadenadas por hongos o humedad”, añade la AEP.
En cuanto a las condiciones de las piscinas y los cursillos, se deben organizar programas en un horario en el que las instalaciones estén lo menos frecuentadas posible, ya que muchas veces lo que asusta a los niños es el bullicio o las salpicaduras de otros nadadores. Respecto a la temperatura del agua, ésta debe mantenerse alrededor de los 30 grados, la profundidad no debe superar el metro, preferiblemente para que los padres hagan pie y puedan reaccionar mejor ante cualquier contratiempo. Y es imprescindible que haya socorristas y monitores siempre cerca de los niños.
Peligros
Algunas de las preocupaciones de los padres cuando comienzan a llevar a su hijo a la piscina es la posibilidad de que éste rechace el medio acuático o las posibles consecuencias de la ingesta de agua clorada. En este sentido, María Castillo asegura que las condiciones higiénicas de la piscina están impuestas por las correspondientes áreas de sanidad de cada comunidad autónoma y recalca los “estrictos controles de calidad” a los que son sometidas las instalaciones.
La polémica más reciente en este aspecto hace referencia a diversos recortes de prensa en los que se advertía de que la natación antes de los dos años podía dañar los pulmones de modo irreversible. Según Valdeolmillos, esta información está elaborada a partir de un estudio realizado por el doctor Alfred Bernard, profesor de toxicología de la Universidad católica de Lovaina (Bélgica), quien declaró que la natación en piscinas fuertemente cloradas podría ser un factor de riesgo de desarrollo o empeoramiento del asma en el niño. “Después de hablar con el propio Bernard, él mismo aclaró que el estudio se refería al riesgo de la cloramina, resultante de la reacción del cloro con elementos orgánicos derivados de la piel y la orina. En este caso, sí se pueden producir determinados malestares, siempre y cuando se den concentraciones muy altas”, tranquiliza el director de la escuela Ureabi, que explica cómo las piscinas son depuradas en la actualidad con hipoclorito (una sustancia baja en cloro), bromo, ozono, cobre-plata o rayos ultravioleta. “Además, la depuradora tiene que estar funcionando constantemente, lo que evita la formación de cloramina, y las exigencias sanitarias obligan a renovar cada día el 5% del agua y el aire de las instalaciones”, precisa.
No existen evidencias del riesgo de desarrollo o empeoramiento del asma por acudir a clases de natación
Sí existe riesgo- continúa la AEP- de que los niños más pequeños presenten hiperhidratación por la ingesta de agua, mientras que las enfermedades más frecuentes incluyen la conjuntivitis química por cloro (sobre todo en verano, ya que el sol contribuye más a ello), la conjuntivitis infecciosa vírica o bacteriana, la infección de córnea en niños con lentillas, el denominado molluscum contagiosum (infección de la piel a modo de verruga con centro deprimido), infecciones de los pies por hongos (sobre todo en duchas), la pitiriasis versicolor (infección de la piel de la espalda por hongos) o las diarreas. “Estas infecciones se propagan en su mayoría por el agua, aunque habitualmente son benignas”, tranquiliza.