Una de las mejores enseñanzas que los progenitores pueden transmitir a sus hijos es una actitud saludable frente a la vida, prepararles para tratar las dificultades y desafíos que se les presenten de una manera provechosa. Uno de los caminos para lograrlo es ayudarles a ver el lado bueno de las cosas, un aspecto que no tiene por qué estar ligado a inocencia e ingenuidad. Este artículo describe cómo hacerlo y, además, cuál es la razón de llevarlo a la práctica desde la infancia más temprana.
Un estudio reciente publicado en la revista Child Development afirma que los niños entienden que pensar de manera positiva les hace sentir mejor. Incluso que el optimismo de los padres podría ayudar a los más pequeños a comprender cómo los pensamientos, positivos o negativos, influyen en el estado anímico. Este trabajo conjunto, llevado a cabo por la Universidad de Jacksonville y de California-Davis (EE.UU.), asegura también que, a medida que crecen, los menores comprenden más la relación entre emociones y sentimientos.
El papel de los progenitores es imprescindible, y más aún ante situaciones adversas, cuando su ejemplo resulta esencial. En esos casos, los investigadores observaron que a los pequeños les costaba más comprender cómo el pensamiento positivo podía ayudarles en situaciones negativas, como caerse y hacerse daño. En estos escenarios era fundamental la actitud de padres y madres para que el hijo captara la importancia de afrontar los problemas también con optimismo.
Ser optimista: con intención y voluntad
Aunque la vida causa los mismos contratiempos y tragedias a todos los individuos, los optimistas saben afrontarlas mejor«El pensamiento positivo como enfoque está relacionado con ampliar la lente con la que interpretamos el mundo«, define Silvia Adriasola, experta en psicología positiva aplicada al coaching. Es importante no centrarse «solo en lo doloroso, en la adversidad, el contratiempo o la carencia, sino en ser capaces de abarcar también aquello que sí que funciona, en aquello que es valioso y que está presente en las oportunidades y aprendizajes que conlleva la experiencia», añade. Sin embargo, la tendencia natural del individuo es centrarse en lo negativo y en las amenazas que ello supone.
En definitiva, conseguir mirar también hacia el aspecto positivo es un esfuerzo intencionado y voluntario que permite ampliar la visión de realidad y las opciones de logro y bienestar de uno mismo. De la misma manera, «se consigue mayor objetividad y exactitud en la comprensión de los resultados obtenidos, con lo que se entrenan nuevos recursos para responder mejor a las situaciones», amplía Adriasola.
El optimismo no consiste en la repetición de pensamientos o eslóganes felices a uno mismo; si bien estos otorgan bienestar por un momento, no ayudan a medio plazo a lograr los objetivos. Martin E.P. Seligman, director del Departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.) considerado el padre de la psicología positiva, afirmaba que «la vida causa los mismos contratiempos y las mismas tragedias tanto a personas optimistas como a pesimistas, pero los primeros saben afrontarlas mejor«. Tras 20 años de estudio, señalaba que el optimismo reside en «el modo como uno piensa en las causas, las explicaciones que se dan para explicar la realidad».
Cómo enseñar a los niños a ser optimista
El niño aprende no solo de lo que oye, sino de las conclusiones que saca de observar el comportamiento de quienes le rodean
Son muchos los beneficios de incentivar a los más pequeños a construir una visión optimista, que les garantizará una visión saludable de la vida. Asimismo, cuando un niño consigue un logro, experimenta una sensación de fuerza que le permite seguir y conquistar más éxitos. Se ha demostrado también que el optimismo incrementa la autoestima y la seguridad en uno mismo.
Seligman manifiesta que el optimismo y el pesimismo no son innatos (si bien no hay que desestimar un cierto porcentaje de factores hereditarios), sino que procede de la realidad: los menores aprenden su estilo explicativo de progenitores, maestros, medios de comunicación y compañeros, es decir, de todo su entorno desde la infancia. «En general, los niños aprenden por imitación, repiten respuestas y así construyen, poco a poco, su modelo de funcionamiento», confirma Adriasola. «Aprendemos a responder ante la adversidad como nuestro entorno más directo responde, y ese modelo nos acompañará sin cuestionarlo mucho tiempo o, incluso, toda la vida», dice. En otras palabras, el pequeño aprende no solo de lo que oye, sino de las conclusiones que saca de observar el comportamiento de quienes le rodean.
Y es en este punto donde los progenitores juegan un papel muy importante. «Enseñar optimismo a un niño es instruirle a conocerse a sí mismo, a que desarrolle una postura activa y, en su mundo, que elabore su propio punto de vista, que sepa discriminar los sucesos y su propio comportamiento en ellos», constata la experta, quien agrega que para enseñar optimismo es esencial vivirlo en primera persona.
Como cualquier persona, cuando un pequeño hace algo mal, se pregunta por qué, y siempre tiene tres recursos con los que responder: ¿quién tiene la culpa?, ¿cuánto tiempo durará?, ¿en qué medida me afectará? Aquí es donde los padres pueden enseñar al niño cómo abordar las respuestas desde una visión más amplia para aprender a mejorar desde la responsabilidad. Compartir los pensamientos positivos con los hijos, reformular sus frases negativas para que puedan descubrir la parte beneficiosa, contar historias parecidas de superación de dificultades o usar elementos gráficos para inspirar (vídeos, cuentos, historias…) son algunas herramientas que pueden ser útiles a los progenitores.
El humor es otro buen recurso para potenciar el optimismo. “Sirve como válvula interna de seguridad que permite liberar tensiones, disipar las preocupaciones, relajarse y olvidarse de todo”, afirma Lee Berk, profesor de Patología en la Universidad de Loma Linda, California (EE.UU.), uno de los principales investigadores en el mundo sobre la salud y el buen humor. “El humor es una de las grandes fortalezas del ser humano”, asegura Silvia Adriasola.
Numerosos estudios relacionan el valor curativo de la risa sobre el sistema inmunológico, en la apertura hacia las relaciones sociales y en la generación de esperanza y optimismo. “La risa es un estímulo eficaz contra el estrés, la depresión y la tristeza“, afirma. “Es más difícil ser pesimista cuando se practica el buen humor, pero también es una fortaleza que puede entrenarse y actuar como un balón de oxígeno para flexibilizar la realidad y aumentar, así, el bienestar”, concluye.