La crisis ha supuesto numerosas pérdidas económicas, laborales, de estatus y de vivienda para muchas personas. Pero por más difícil que sea la situación, siempre hay un camino y una solución posible. Dicen los expertos en psicología positiva que la receta para superar la crisis es el optimismo. Este artículo describe esta actitud frente a la vida y ofrece las seis reglas de oro para ser optimista.
«Mira siempre el lado bueno de la vida», decía una de las canciones de la irreverente pero desternillante comedia ‘La vida de Brian’. Y esta es la receta que los expertos en psicología positiva proponen para afrontar y superar la crisis y las pérdidas económicas, materiales, laborales, de estatus e, incluso, de vivienda que comporta. Aun en el peor de los supuestos, siempre es posible tomar distancia y aplicar la actitud optimista. Incluso, en plena crisis, ha surgido un movimiento ciudadano, La Liga de Optimistas de España, que apoya la visión positiva de la vida, del mundo y del futuro.
«El optimismo es la manía de intentar siempre ver lo bueno de las cosas o esperar que en el futuro sean mejor, a pesar de que la situación de partida o presente sea mala», dice José Elías Fernández, psicólogo sanitario, especialista en hipnosis y coordinador del Grupo de Humor y Optimismo del Colegio Oficial de Psicólogos (COP) de Madrid. «Es una actitud frente a la vida y, más que hablar de personas optimistas, hay que hacerlo de optimismo, ya que según el momento o la circunstancia, se tiene una mayor o menor predisposición a esta actitud», dice Juan Cruz, psicólogo clínico, consultor comunicador y miembro del Grupo de Optimismo y Humor del COP, de Madrid, que en fechas recientes ha celebrado en la capital española la primera jornada «El humor y el optimismo como herramientas terapéuticas».
Optimismo realista e inteligente
Ser optimista no significa sentarse y esperar, sino aceptar una situación e intentar transformarla en oportunidadesSer optimista no quiere decir sentarse para esperar un milagro, lo que podría calificarse de optimismo ilusorio, o caer en una actitud positiva excesiva, porque sería hacerlo en una falsa confianza de «no pasa nada», además de contraproducente, por la enorme frustración que puede generar que se incumplan ciertas expectativas. Significa decantarse por un optimismo realista, el de las personas que parten de la realidad y actúan para mejorarla.
Además, la condición idónea es la que los especialistas denominan «disposicional’ o general, la de quienes esperan que la vida les funcione bien en todos los ámbitos, frente al situacional o parcial, que es la de quienes aguardan que solo les vayan bien en determinados aspectos (personal, social o laboral).
Debe ser un optimismo emocionalmente inteligente, que consiste en transformar las emociones negativas que conlleva una circunstancia adversa como la actual crisis (incertidumbre, miedo, dolor, rabia, frustración, tristeza, etc.) en otras no negativas o adaptativas, cuando se valoran los aspectos favorables de la coyuntura con la razón, de ahí el calificativo de inteligente.
Del pensamiento positivo a la acción
«Por lo general, cuando una persona piensa que le va a ir mal, tiene esa profecía autocumplida a nivel emocional y mental, consciente o inconscientemente, para que le vaya mal», destaca José Elías Fernández. En cambio, pensar en positivo ayuda a proyectarse hacia las metas deseadas y conseguirlas.
Así, perder un empleo puede ser una oportunidad para triunfar, dejar de desempeñar un trabajo que genera insatisfacción y proyectarse hacia nuevos objetivos laborales o vitales y buscar aquello que gusta y realiza. «Nadie triunfa si no ha pensado antes en triunfar. El pensamiento es energía en movimiento. Cuando una persona piensa de manera reiterada en algo, lo atrae o lo moviliza para atraerlo», afirma José Elías Fernández.
Pero el pensamiento positivo no basta por sí solo para conquistar las metas soñadas. Los expertos coinciden en que el optimista no se sienta y espera, sino que llega a una aceptación activa de la situación y, por negativa que esta sea, extrae consecuencias positivas e intenta mirar más allá para transformarla en oportunidades.
De esta manera, en el caso de que una persona esté parada, no debe permitir que el desempleo mine su autoestima. Si tiene cubiertas sus necesidades básicas, puede concederse un tiempo para recuperarse de la adversidad, la tristeza y angustia que la pérdida del trabajo le haya ocasionado, conectar con sus potencialidades y capacidades y decidir qué hacer con su tiempo libre: disfrutar de su familia y de sus hobbies, formarse, buscar otro empleo o decidirse por el autoempleo. Y, si no las tiene cubiertas, debe conectar con redes de apoyo familiar o los recursos sociales de su ciudad y, desde ahí, intentar revertir la situación, plantea Juan Cruz. «La vida es movimiento, si uno se para, se muere», recuerda.
Este experto apuesta por cultivar el optimismo mediante el contacto con la naturaleza; aceptar las propias emociones y empatizar con las de los demás; el cuidado de uno mismo, tanto en la vertiente física y psicológica como social; evitar las situaciones y personas tóxicas; y cultivar la solidaridad social y lo trascendente de la vida.
El optimismo es una fortaleza a la que algunos tienden más por naturaleza. Pero todos, hasta los más pesimistas, pueden entrenarla. Según José Elías Fernández, estos son algunos trucos para desarrollar esta actitud:
- Plantearse metas alcanzables y con sentido, pequeños logros que sean posibles conseguir. A medida que se obtienen, se refuerza la confianza en uno mismo, la felicidad, y se pueden fijar objetivos superiores. No importa que se vaya poco a poco, sino superarse cada vez más.
- Abrirse al exterior. El optimista tiene más relaciones con los demás, habla con amigos. Por el contrario, la persona pesimista se vuelve más retraída y ve las cosas de forma más negativa. Las actividades con los demás retroalimentan.
- No estar centrado en uno mismo y pensar en situaciones externas: ver que todo el mundo no está parado, sino que hay quien encuentra trabajo, y buscar modelos que sean afines a lo que uno quiere.
- Aceptar la propia realidad, sin fustigarse con frases negativas, sin decirse que es imposible conseguir algo. Aceptar que, a pesar de que la realidad sea dura, no significa que no puedan conseguirse objetivos dentro de esta situación. Así, en la actualidad, no se puede aspirar a empleos tan bien remunerados como los previos a la crisis, pero aún hay puestos de trabajo.
- Ser valiente y atreverse a hacer algo, aunque dé miedo. Un caso típico es el de quien habla mal los idiomas extranjeros porque le da vergüenza, no se atreve a hablar en público o tiene miedo de trabajar en determinados puestos.
- Educar la capacidad de gozo por los pequeños placeres de la vida e intentar ser un gourmet de la vida.