La detección precoz de los problemas de visión en niños pequeños es fundamental para su futuro, puesto que su desarrollo depende, en gran parte, de una correcta evolución de la visión. Por este motivo, es imprescindible seguir las revisiones anuales para prevenir y resolver cualquier tipo de afección visual. Uno de los mejores momentos para realizar una exploración oftálmica completa es al inicio del curso a fin de asegurar un buen rendimiento escolar. En este artículo se describe qué señales pueden indicar que un niño no ve de manera correcta, cuándo llevarlo al especialista y qué requisitos hay que tener en cuenta al escoger unas gafas para los más pequeños.
Se estima que, en España, uno de cada cuatro escolares tiene problemas de visión sin diagnosticar y la mitad de los que deberían llevar gafas no han sido diagnosticados. Y este no es un problema trivial, puesto que la falta de salud visual está relacionada con un bajo rendimiento escolar, tal y como informan desde el Colegio Nacional de Ópticos-Optometristas. Estos especialistas señalan que cerca del 30% del fracaso escolar se debe a alteraciones visuales, tales como ojo vago, la miopía, la hipermetropía, el astigmatismo o el estrabismo.
Para algunos de los niños que los padecen, el diagnóstico y el tratamiento precoz en edad preescolar resulta fundamental a fin de evitar un mal rendimiento que, a largo plazo, puede desembocar en fracaso escolar. Por este motivo, los expertos apuntan que es imprescindible revisar la vista de los más pequeños una vez al año, durante las primeras semanas de colegio hasta bien cumplidos los ocho años y de manera bianual hasta los 18 años.
¿Cuándo llevar al niño al oftalmólogo?
Hay algunas señales que pueden ayudar a los progenitores a detectar que el niño sufre algún problema de visión, pero también los profesores están en un entorno favorable para ello. Parpadeos, errores al copiar de la pizarra, mala caligrafía o, incluso, faltas de ortografía, dificultad para leer, acercarse mucho al papel al escribir, tendencia a guiñar un ojo o a entornar ambos al escribir o a ladear la cabeza siempre hacia al mismo lado, pueden ser consecuencia de problemas de enfoque o de percepción.
Es recomendable seguir revisiones sistemáticas, si hay antecedentes familiares de miopía, hipermetropía o astigmatismo
Los especialistas advierten de que, además de los signos anteriores, si los padres perciben que el pequeño desvía los ojos, se acerca demasiado a un libro para leer o comenta que no ve bien la tele, se queja de dolor de cabeza al volver de la escuela, también pueden ser un síntoma de que algo no anda bien.
Por supuesto, a pesar de que todas estas señales deben servir para consultar al pediatra (encargado de los exámenes periódicos), quien valorará si el menor precisa una visita al médico oftalmólogo, es recomendable seguir un régimen de revisiones sistemáticas. Sobre todo es aconsejable, incluso ya desde los tres o cuatro años, si existen antecedentes familiares de miopía (mala visión de lejos), hipermetropía (problemas de visión a distancias cortas) o astigmatismo (se ven imágenes poco nítidas).
Cómo escoger unas gafas adecuadas para los niños
Si después de la revisión se han detectado algunos problemas de visión, toca elegir unas gafas. Cuando es el turno de los más pequeños, puede volverse complicado, sobre todo cuando se deben escoger por primera vez. Para asegurarse de que se optan por las más idóneas para los niños, hay que tener en cuenta una serie de requisitos, y no solo dejarse llevar por factores como la moda o el precio. Desde el Servicio de Oftalmología y Optometría del Hospital de Niños de Barcelona sugieren tener en cuenta los siguientes aspectos.
Primero, la montura. Es importante fijarse en la forma de las gafas, puesto que deben quedar centradas respecto al ojo y ser de puente bajo. Las mejores son las ovaladas o redondeadas, pero siempre que la parte superior siga la forma de las cejas sin interferir en el campo de visión y que no permitan que el pequeño mire por fuera de los cristales. El material más apropiado, sobre todo para menores de cuatro años, es la silicona porque es más flexible, anatómica y más difícil de romper que las monturas metálicas o de pasta. Estos dos materiales, que son más rígidos y resistentes, son más adecuados para los mayores de cinco años. Los especialistas señalan que, a pesar de que las plaquetas de las gafas metálicas pueden adaptarse a la nariz con más facilidad, también se deforman más y necesitan ajustarse con frecuencia.
En cuanto a las lentes, hay dos tipos de material disponibles: el orgánico y el policarbonato. Las lentes orgánicas son más ligeras y resistentes, pero se rayan con facilidad y deben pasar por un tratamiento químico de endurecido que le confiere más resistencia. Sin embargo, las lentes confeccionadas con policarbonato son más resistentes a las roturas que las anteriores, pero más frágiles a los rayones y las abrasiones. También se puede escoger que la lente sea antirreflejante. Estas son lentes que se someten a un tratamiento que mejora la transparencia y elimina los reflejos, disminuyendo la fatiga visual (picor, escozor, etc.) en el uso de pantallas y la luz artificial, aunque también tienen su parte negativa: se ensucian mucho más, por lo que serían las más indicadas para mayores de siete años.
Los especialistas del Hospital de Niños de Barcelona insisten en que es fundamental que las gafas sean cómodas para el pequeño y que le queden suficientemente bien ajustadas para que no se muevan cuando juegue, pero sin que le cause daño en nariz o tras las orejas. Asimismo, se pueden evitar roturas o rayones utilizando gomas o cintas que se sujetan por detrás de la cabeza. Y, por último, hay que tener en cuenta que las monturas desajustadas o unas lentes muy rayadas interfieren en el rendimiento visual.