No te preocupes del agua del grifo, y sí de tu dieta y de tus hábitos de salud. Es la conclusión a la que podemos llegar después de que una reciente investigación nos haya metido el miedo en el cuerpo al asociar el cáncer de vejiga con el consumo de agua del grifo. Porque, si analizamos la letra pequeña de este trabajo, podemos ver que la alerta es infundada; de hecho, como señalan los propios autores del estudio en declaraciones al periódico El Mundo, “el agua del grifo es potable y se puede beber”.
Pero primero expliquemos de dónde viene la alarma. Acaba de hacerse público en la revista ‘Environmental Health Perspectives’ este estudio, realizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), en el que se concluye que “la exposición a químicos en el agua potable se asocia con un 5 % de los casos anuales de cáncer de vejiga en Europa”. Este porcentaje equivale a unos 6.500 casos cada año, una cifra que, según los autores, podría reducirse aplicando determinadas medidas para optimizar el tratamiento del agua y su desinfección.
Tratamiento del agua, esencial
Precisamente en el tratamiento del agua está la clave de este asunto y es, de hecho, el punto de partida de la investigación, en la que se reconoce que “la desinfección del agua potable es esencial para la protección de la salud pública contra las infecciones transmitidas por el agua”. El problema, continúan los autores, es que en este proceso, y como consecuencia no deseada, se forman subproductos de desinfección (DBP). Se trata de “una mezcla compleja de cientos de químicos a los que prácticamente toda la población de los países desarrollados está expuesta por ingestión, inhalación o absorción dérmica cuando bebe o usa agua del grifo municipal y nada en piscinas”. Es decir, que, cuando tratamos el agua para hacerla potable, estamos asumiendo que se formen una serie de compuestos tóxicos.
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¿Nos asusta? Mucho peor sería no clorar el agua. Como explica Javier Puente, director del Instituto de Oncología del Hospital Clínico San Carlos y especialista en tumores urológicos, “el agua que consumimos está procesada con el objetivo de eliminar cualquier microorganismo que pudiera afectar a nuestra salud. Pensemos que el agua de la lluvia o de los manantiales no está exenta de peligros (parásitos, bacterias, virus…), por lo que hay que tratarla para convertirla en potable”.
El método que utilizamos con mayor frecuencia es la desinfección por cloro, un compuesto que a partir de ciertas dosis es tóxico para el organismo. En condiciones normales, cuando este cloro se combina con cierta materia orgánica presente en el agua, puede dar lugar a otros compuestos tóxicos, esos DBP a los que hacíamos referencia. Entre ellos, uno de los compuestos que se forman en concentraciones más altas son los trihalometanos (THM). Y éstos son los villanos de esta historia: según la investigación realizada, esos 6.500 casos anuales de cáncer de vejiga en Europa “pueden ser atribuibles a la exposición a THM en el agua potable”.
Límites para reducir sus riesgos
En realidad, el trasfondo no es novedoso. De hecho, hay estudios previos que ya han asociado la exposición a largo plazo con un mayor riesgo de cáncer de vejiga. Y, precisamente porque se sabe que los THM son potencialmente cancerígenos, la legislación ha establecido una serie de límites para reducir sus posibles riesgos. Así, el reglamento europeo ha cifrado en 100 microgramos/litro el límite máximo de THM que puede estar presente en el agua para consumo humano. Pues bien, en la investigación se ha comprobado que “el nivel medio de THM en el agua potable en todos los países estaba por debajo del límite reglamentario europeo”. En el caso de España, estos niveles son de 28 microgramos/litro, mientras que la media europea es de 11,7; es decir, cumplimos el reglamento.
En este sentido, desde la Asociación Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento han emitido un comunicado en el que recalcan que “las aguas de consumo suministradas en España, en su condición de APTAS, cumplen en todos los casos con la exigente normativa de la legislación española, basada en la legislación de la UE” y recuerdan que “el control del agua para el consumo humano (popularmente denominada potable) está asegurado por la autoridad sanitaria correspondiente”.
Factores de riesgo del cáncer de vejiga
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¿Cómo casa todo esto con el cáncer de vejiga? Tal y como explica el doctor Puente, “estos autores han correlacionado cuántos de los casos de cáncer urotelial que se diagnostican cada año podrían, potencialmente, ser atribuibles a estas sustancias químicas del agua en función de la concentración que han encontrado en las aguas analizadas. Es un estudio interesante, pero también un poco atrevido, pues asumen que son esas sustancias las que van a condicionar los casos de cáncer, cuando es algo que no se sabe con certeza. Puede haber otros factores, desde los antecedentes familiares a la dieta, que también hayan intervenido”.
En este sentido, conviene que nos interesemos por cuáles son las causas principales de este tipo de cáncer, uno de los más frecuentes que existen en el mundo, fundamentalmente en los países más desarrollados. “La causa más clara es el tabaquismo —señala el doctor Puente—. El de vejiga, junto con los de pulmón, cabeza y cuello, es uno de los tumores en los que se ve con mayor claridad la relación entre consumo de tabaco y desarrollo del cáncer”. Según la American Cancer Society, “el hábito de fumar causa alrededor de la mitad de todos los cánceres de vejiga; la probabilidad de que los fumadores desarrollen un cáncer de vejiga es al menos el triple de la que tienen los no fumadores”.
Otros factores de riesgo son la edad —es infrecuente por debajo de los 50 años—, el sexo —es mucho más habitual en varones que en mujeres—, determinadas infecciones crónicas y la exposición a sustancias químicas: tintes, cauchos, pinturas…
Y con el agua del grifo, ¿qué hacemos? Julio Basulto, dietista-nutricionista, no comparte la alarma suscitada en este artículo de su blog: “No estamos ante una prueba robusta que justifique una alarma social o que nos obligue a enviar mensajes de alerta a la población. Si te preocupa el cáncer de vejiga, deja de fumar, no de beber el agua del grifo”. Y Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, apunta que “es importante que la gente sea consciente de que hay factores mucho más importantes relacionados con el cáncer (tabaco, alcohol, sedentarismo, mala dieta…), que el agua se puede beber sin problema y que los beneficios del uso de cloro superan muy ampliamente los posibles riesgos que pueda tener”.
Es la base de la vida y la necesitamos como el respirar. Por eso no es extraño que cualquier noticia relacionada con la seguridad del agua nos llame la atención, y que precisamente en torno a ella surjan tantos mitos y falsedades.
Uno de los últimos reclamos nos vino de Silicon Valley: los ejecutivos más cool del planeta nos decían que debíamos beber “agua cruda“, es decir, agua que se extrae de un manantial y se comercializa sin recibir ningún tipo de tratamiento para potabilizarla y sin pasar por ningún control o filtro de calidad y de seguridad. Cuidado: el problema no es solo que nos saquen los cuartos —las botellas en cuestión se vendían a más de 10 dólares—, sino que esta práctica nos puede dar un susto: “El agua cruda puede suponer un riesgo para la salud, y en ella podemos encontrar cualquier cosa —advierte Miguel Ángel Lurueña—, desde arsénico a contaminación por purines, pesticidas, E. coli…”
Más allá de estas tendencias que van y vienen, otros mitos que rodean al agua suelen ir encaminados a desacreditar el agua potable en favor del agua embotellada. Uno de ellos es el de que la dureza del agua se relaciona con posibles perjuicios para la salud, como si nuestro estómago fuera el tambor de una lavadora. En este sentido, Julio Basulto explicaba en el artículo ‘Agua dura, ¿agua más sana?’ que ninguno de los distintos informes realizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) “ha hallado evidencias científicas convincentes de que la dureza del agua cause efectos adversos en humanos”.