La enfermedad de Alzheimer representa más del 60% de todas las demencias. Junto a la pérdida de memoria y al deterioro cognitivo que la caracteriza, el deterioro físico, la inactividad y la malnutrición hacen que aumenten las infecciones entre los afectados por esta patología. De hecho, las infecciones son la principal causa de fallecimiento entre los pacientes que en España se cifran entre los 600.000 y 800.000. En este artículo se describe el papel de la memoria, la alimentación y las infecciones en el desenlace del también llamado mal de Alzheimer.
El progresivo aumento del envejecimiento se asocia a un mayor número de afectados por enfermedades neurodegenerativas. Según los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística (año 2012), un total de 13.015 personas murieron a causa del mal de Alzheimer. No obstante, no es la enfermedad en sí la culpable de un fallecimiento prematuro, sino el deterioro progresivo e irreversible de las funciones cognitivas, que provoca un empeoramiento gradual del estado de salud de la persona hasta que fallece. Así, son los problemas asociados a la malnutrición y la pérdida de peso y las infecciones los que provocan los mayores problemas.
Alzheimer: pérdida de memoria y de peso
Hay estudios que cifran en un 30% las personas con la enfermedad de Alzheimer que sufren pérdida de peso. Los pacientes llegan a un estado de malnutrición, básicamente, porque entorno más cercano. Con el paso del tiempo, no recordar qué comidas le gustaban más, perder el gusto por comer o no sentir el mala alimentación. Ello hace que la persona pierda el apetito y los kilos.
A esta situación cabe sumarle el gasto aumentado de energía que tienen estos enfermos, debido al estrés y a los estados de agitación, que les pueden suponer una pérdida de peso importante y la deficiencia de algunos nutrientes.
Alzheimer: mayor riesgo de enfermedades
El fallecimiento de una persona con la enfermedad de Alzheimer ocurre, por norma general, debido a una infección o a una insuficiencia orgánicaEl fallecimiento de una persona con la enfermedad de Alzheimer está provocado, por norma general, por una infección o a una insuficiencia orgánica (respiratoria, cardiaca o renal, o múltiple). Está descrito en la literatura científica que los ancianos con demencia sufren una importante comorbilidad (una o más enfermedades además de la primaria, en este caso, el Alzheimer), que se relaciona a un mayor consumo de fármacos y que, en ocasiones, provoca problemas relacionados con los medicamentos, incremento de los ingresos hospitalarios y mayor mortalidad. Algunos estudios sugieren que es probable que a esta comorbilidad en pacientes con deterioro cognitivo se le otorgue menos importancia de la que fuera necesaria.
Además, el estado de desnutrición característico de la enfermedad aumenta el riesgo de contraer una infección de dos a seis veces. En esta situación, las infecciones respiratorias, como la neumonía, o urinarias están a la orden del día. En estas últimas, factores como la edad, dificultades para el total vaciamiento vesical, la incontinencia o los sondajes prolongados, entre otros, son factores de riesgo para el desarrollo de una infección complicada.
Los síntomas de la enfermedad de Alzheimer
A menudo hay personas que se preocupan si no recuerdan una palabra determinada en algunos momentos, o porque no saben dónde han puesto las llaves… Sin embargo, las señales de la enfermedad de Alzheimer van mucho más allá de un simple olvido. Si se tiene en cuenta el momento en qué empiezan a manifestarse, entre los síntomas prematuros están:
- Dificultad para recordar cosas, hechos o conversaciones recientes.
- Hacer la misma pregunta de manera repetida, con independiencia de que sea contestada una y otra vez.
- Tener problemas con los pagos mensuales de alguna cuota o para resolver problemas sencillos.
- Perderse.
- Perder objetos o colocarlos en lugares inadecuados.
Cuando la enfermedad va progresando, el afectado puede: olvidarse de cómo realizar algunos procedimientos habituales, como lavarse los dientes, preparar las comidas, escoger la ropa apropiada o conducir; sufrir desorientación temporo-espacial y con las personas de su entorno; no acordarse de los nombres de los objetos comunes (mesa, silla…); o caminar sin dirección determinada lejos de su hogar, entre otros.
En España, se estima que unas 800.000 personas sufren este tipo de demencia, aunque que se cree que un 40% no lo sabe. En ocasiones, algunos síntomas depresivos o, incluso, una depresión, puede ser el primer indicio de la enfermedad y, a su vez, ser un factor que complique el diagnóstico del mal de Alzheimer. La diferencia entre ambas patologías estriba en que los estados de apatía, confusión y dificultad para concentrarse mejoran en la depresión cuando se tratan los síntomas.
A pesar de que no se conoce con exactitud qué conduce a sufrir la enfermedad de Alzheimer, los especialistas creen es una combinación de factores genéticos, ambientales y de estilo de vida.
En fechas recientes, durante un estudio, publicado en JAMA Neurology, los investigadores han buscado la conexión entre los niveles elevados en sangre de diclorodifenildicloroetileno (DDE) y el riesgo para la enfermedad de Alzheimer. En trabajos anteriores este grupo de científicos ya concluyó que los niveles séricos de DDE (el metabolito del pesticida DDT) habían sido elevados en una pequeña muestra de pacientes con esta afección. En esta investigación, los autores analizaron niveles de DDE y una apolipoproteína E (APOE4), principal factor genético de riesgo que se asocia con las placas amiloides características de la enfermedad. Este estudio ha evidenciado que quienes la sufren tienen cuatro veces más cantidad de DDE en sangre y que las personas con una mutación en APOE4, que les predispone a la enfermedad, y con altos niveles de DDE, tienen un deterioro más grave que los pacientes sin la mutación.
El DDT es un insecticida utilizado desde 1939 con fines agrícolas y forestales. Fue prohibido cuando se demostraron sus efectos sobre la salud, lo que sucedió en 1972 en EE.UU. y entre 1975-1977 en España. No obstante, en nuestro país no se vetó por completo (como sustancia intermedia para fabricar otros productos) hasta el año 2008. El problema radica en que, después de casi 30 años, todavía persiste en el 88% de la población.