Tener la enfermedad de Alzheimer puede llevar a padecer depresión y viceversa, es decir, sufrir este trastorno mental con problemas de memoria al mismo tiempo puede conducir al mal Alzheimer al cabo de unos años. Según los expertos, la asociación entre ambas enfermedades es clara, aunque no se da en todos los afectados por una u otra. Sin embargo, cuando ocurre, nunca se debe aceptar con resignación y hay que actuar, puesto que existen tratamientos y estrategias para combatir los síntomas de las dos. En este artículo se explican los síntomas de estas dos enfermedades, el Alzheimer y la depresión, que, aún siendo tan distintas tienen algunos aspectos en común.
De la depresión al Alzheimer y viceversa
¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? Esta cita popular bien podría aplicarse a dos problemas de salud como la depresión y la enfermedad de Alzheimer, ya que con frecuencia uno conduce al otro y se diagnostican en un mismo paciente. Son dos enfermedades distintas que tienen muchos puntos en común. Muchos casos de depresión, cuando los afectados tienen una edad avanzada, pueden desembocar en el mal de Alzheimer, que se manifiesta más tarde.
Debutar con episodios depresivos por primera vez a partir de 65 años se asocia a un mayor riesgo de sufrir Alzheimer
«Entre las personas con depresión, hay un subgrupo que puede tener una demencia añadida o predemencia depresiva, que se estima en el 15% de todas las iniciadas por primera vez en personas mayores de 65 años. Otras veces, es al revés: entre el 30% y el 40% de los enfermos de Alzheimer desarrolla la enfermedad mental», explica Manuel Sánchez, coordinador de la Unidad de Psicogeriatría del Hospital Sagrat Cor, de Martorell (Barcelona), y del máster de Psicogeriatría de la Universidad Autónoma de Barcelona.
«Sabemos que las personas mayores que han desarrollado depresión y, al mismo tiempo, han sufrido mucha afectación de la memoria, si siguen un tratamiento para la primera pueden mejorar la segunda», asegura Sánchez. Aunque al inicio los episodios se hayan tratado con éxito, según indica este experto, «al cabo de unos ocho años, de igual manera, pueden desarrollar demencia». Estos casos son una predemencia depresiva, lo que implica la necesidad de mantener un cuidado especial con las personas que tienen episodios depresivos por primera vez a partir de 65 años, «porque tienen un riesgo mayor de sufrir Alzheimer, aunque se trate con éxito su depresión, y debemos seguir evaluándolas».
También es posible que personas con la enfermedad de Alzheimer desarrollen síntomas depresivos. Sucede que al desestructurarse su mundo interno, se encuentran presos de su enfermedad y sienten soledad, aislamiento e incomprensión por parte del mundo que les rodea. Estos signos contribuyen a empeorar su estado y su calidad de vida y «se deberían tratar», destaca Sánchez. «Hay que cuidar mucho el ambiente y el manejo de la vida diaria de los enfermos de Alzheimer para evitarles ese aislamiento, el abandono o la desconexión de los estímulos del ambiente familiar y, con ello, que empeore su estado. Los síntomas depresivos no son normales, a pesar de que coexista una enfermedad incurable como la de Alzheimer», precisa Sánchez.
Cómo cuidar a las personas con Alzheimer
Se deben mantener los estímulos luminosos, sonoros y sensoriales que rodean a la persona que sufre Alzheimer
Sea con Alzheimer o depresión, las personas afectadas precisan determinados cuidados para evitar que su enfermedad derive en la otra. Sánchez explica que «está en nuestra mano cuidar al paciente con Alzheimer, para que disponga de un ambiente adaptado a su discapacidad y siga formando parte de él». Estima habitual que, por su dificultad para responder, los estímulos disminuyan en su entorno y el paciente no participe en ninguna actividad del hogar. «Pero, aunque no tenga capacidad para el lenguaje, tiene bastante preservada su capacidad de reacción sensorial e, incluso, a las caricias afectivas, hasta periodos avanzados de su enfermedad», añade.
Esto implica que se deben mantener los estímulos luminosos, sonoros y sensoriales que rodean al paciente con el mal Alzheimer, a quien de manera errónea se «sitúa en zonas poco iluminadas de la casa o institución en la que reside». De hecho, algunos estudios científicos señalan que «determinados niveles de luminosidad -la luminoterapia- ayudan a combatir la agitación persistente o la inquietud psicomotriz y los episodios depresivos en estos enfermos», agrega Sánchez.
Su contacto con niños y animales también es beneficioso. Las experiencias de terapia asistida con perros de gran tamaño (como perros lazarillo) en personas con demencia, aún escasas en España, han demostrado que la estimulación afectiva (el tacto y el contacto) funciona: los animales les ayudan a manejarse y a ser autónomos en su domicilio y están entrenados para evitar que se extravíen. Otras experiencias con gatos, aunque no utilizados como animales guías, han sido positivas desde el punto de vista afectivo. En cuanto al contacto con los niños, resulta beneficioso y enriquecedor para ambas partes. Los más pequeños aprenden a conocer y a tratar a personas significativas de su familia, aunque tengan mermadas sus capacidades.
La depresión siempre se debe tratar, como ocurre con la enfermedad de Alzheimer, aunque la persona sea de edad avanzada. Es algo que debe quedar claro tanto para la familia como para el propio afectado, que tiende a justificar su estado, pensar que es lógico y atribuirlo a pérdidas de su entorno. “La depresión no es un estado anímico normal y, por ello, debe evaluarse y tratarse”, destaca Manuel Sánchez.
Una vez resuelta, si los síntomas se han diagnosticado en una edad avanzada, los profesionales deben valorar si es una situación puntual y corroborar cuál es el estado cognitivo del paciente con pruebas que permitan anticipar la evolución de la depresión hacia una demencia. Si se identifica un deterioro cognitivo leve o incipiente, la persona todavía conserva la capacidad de hacer cierta gimnasia mental para mantener su autonomía más tiempo. En este caso, debe integrar conversaciones, ejercicios y lecturas, pero sin cometer excesos, porque eso le induciría una sobreestimulación y causaría el efecto contrario. Debe rechazar participar en actividades que le saturen, detalla Sánchez.