En la Hamada argelina la humedad atmosférica abandona su rasgo relativo y no supera jamás el 0%. El único líquido incoloro, inodoro e insípido son las lágrimas. Por tanto, las únicas cataratas que uno ve allí tienen su origen en los ojos de un pueblo humillado hasta la saciedad. Una catarata no es un lagrimeo exhaustivo; la leucocoria, o catarata blanca, es una opacidad progresiva del cristalino (lente situada dentro del ojo que en condiciones normales debe ser transparente). Es fácil adivinarlas por parte de quienes nos dedicamos a la fotografía: los ojos nunca aparecen rojos por mucho flash que se utilice. La visión se desvanece progresivamente y sólo es posible recuperarla por medio de cirugía.
Cielo protector, pueblo desprotegido
Cataratas blancas, tracomas o glaucomas son afecciones corrientes en una población permanentemente expuesta a un sol de piedad, a condiciones higiénicas nefastas y a vientos capaces de introducir arena hasta en el tuétano del hueso. Por si fuera poco, los refugiados saharauis dependen por entero de la cooperación internacional, sin medios propios para hacer frente a casi todos los problemas de salud. Cooperantes y refugiados intercambian razones para ver y vivir. Aquel cielo protector que embelesó la prosa del escritor norteamericano Paul Bowles y que cada noche sigue clavando en la arena a los cooperantes venidos de latitudes más confortables, proporciona la experiencia más semejante a estar suspendido en el espacio. Sin grillos ni viento, sin electricidad y con un silencio cósmico que sólo interrumpe muy de vez en cuando el alarido de un chacal, el cielo del Sahara despliega seguramente más fulgores que en ninguna otra parte del planeta. Pero de bien poco sirve tanto embeleso a los refugiados saharauis, habitantes de un patria que no les corresponde y herederos de un país ocupado por Marruecos.
La ONU estima en 80.000 ciudadanos a la población saharaui aunque en realidad son el doble, lo que significa que reciben la mitad de víveres y medicinas que necesitan
Herederos del viejo imperio almorávide, los saharauis conocieron en carne propia la peor faceta del colonialismo europeo. En virtud de tratados de rancio abolengo, España y Francia inauguraron el siglo XX repartiéndose los territorios del África noroccidental, quedando a merced de Madrid una franja de territorio situado entre Marruecos y Mauritania, Argelia y Mali (países que no tardaron en conseguir su independencia) que recibió el nombre de Sahara Occidental. Los saharauis nómadas de Mali o Mauritania adoptaron la nacionalidad de estos recién creados países, pero los saharauis que permanecían en el Sahara Occidental aguardaban con impaciencia la retirada española y la proclamación de una República Árabe Saharaui Democrática (RASD).Ocurrió, sin embargo, que las cosas se torcieron. España, conocedora de la intención de Marruecos de anexionarse los territorios tras su retirada, ocultó semejante fraude a los saharauis y optó por replegar sus negociados y su legión sin hacer ruido.
Pese a que los saharauis crearon un ejército de liberación, el Frente Polisario, Marruecos rehuyó una guerra abierta y optó por organizar un desplazamiento masivo de población marroquí hacia el Sahara Occidental, la famosa Marcha Verde, a la vez que persiguió policialmente a los independentistas y sembró de minas y bombas de racimo sus impuestas fronteras. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) no vio precisamente con buenos ojos lo ocurrido y reconoció a la nación saharaui, a la que Argelia concedió algo más que asilo político, toda vez que le otorgó el triste título de pueblo refugiado y asumió la tutela administrativa de la zona militarizada de la Hamada que el gobierno de Argel se había aprestado a ceder. Tras 30 años de negociaciones entre mediadores de la ONU, representantes de la RASD y del Frente Polisario, Marruecos y las diplomacias de España, Francia y EEUU, todo sigue igual y sin solución en el horizonte. Los saharauis siguen siendo refugiados tutelados por la ONU y Marruecos mira al otro lado cada vez que se le reclama el legítimo derecho de esta gente a vivir en el país de su pasado y de su identidad.
Tan pobres son los habitantes de los campamentos de la RASD en Argelia que, por no tener, no tienen ni un censo bien hecho. Para la ONU, la población saharaui no llega a los 80.000 ciudadanos (casi todos ancianos, mujeres y niños), mientras que la última comisión de la Fundación Ulls del món que ha visitado el terreno especula con que sean en realidad más de 160.000. Todo quedaría en mera desproporción cabalística, si no fuera por el hecho de que la ONU organiza el reparto equitativo de comida y medicinas en virtud de la población estimada; lo que significa que los saharauis reciben exactamente la mitad de víveres y medicinas que necesitan. ¿Futuro? Nadie cree en él por aquellos pagos. Las jóvenes generaciones sólo aspiran a obtener una beca del Gobierno de Cuba para viajar al país caribeño y poder conocer una realidad bien distinta a la suya. La RASD mantiene en los campamentos una especie de socialismo de supervivencia con poco espacio para el fundamentalismo islámico (aunque también pervive). Los saharauis son sunitas. La tradición pesa mucho, pero cada vez menos. Las escuelas laicas parecen ganar terreno a las religiosas, pese a que estas últimas obtienen más fondos para sus abnegados propósitos.
La salud: lo primero y lo último
Pocos rumores de rezo en las wilayas (municipios) saharauis. Los barrios de las darias
«Contamos con tecnologías que no se encuentran ni en los hospitales argelinos, pero esto también nos hace vulnerables a los hurtos»
No obstante, el primer día de trabajo de la comisión coincidió con la muerte (trágicamente habitual) de un niño de corta edad por la deshidratación debida a una diarrea… Son dramas evitables que, además de alimentar nuestra pertrechada conciencia de privilegio, denuncian a las claras que no todo se hace bien. En el interior del hospital, resguardados de la luz dura del mediodía, los enfermeros saharauis median entre los pacientes y la comisión traduciendo del hassanía al castellano. Durante las dos semanas de trabajo de la comisión, 65 pacientes fueron intervenidos y se llevaron a cabo medio millar de consultas, además de unas encuestas orientativas de satisfacción. El trabajo se desarrolló tanto en el Hospital de Rabuni como en centros acomodados de todas las wilayas, en parvularios, escuelas, centros especiales para discapacitados y hasta en las residencias donde los cooperantes cenaban y dormían…
El director del Hospital de Rabuni reconoce que disponer de la ayuda solidaria de países como España y trabajar con profesionales competentes y equipo sofisticado atrae la atención de muchas millas a la redonda. No sólo saharauis, sino también bereberes y argelinos se aglutinan alrededor del hospital, el vehículo identificativo de Ulls del món y los demás lugares de consulta para curarse y también para curiosear. «Trabajamos a pleno rendimiento, contamos con tecnologías (láser) que no se encuentran ni en los hospitales argelinos, pero esto también nos hace vulnerables a los hurtos». Mostar denuncia que el Hospital de Rabuni no dispone ni de una puerta de hierro con la que cerrar su entrada principal. «Temo tanto por el poco material que hemos conseguido y del que no podríamos de ningún modo prescindir, que incluso duermo en el hospital para vigilarlo». El director culpa de los crecientes robos a gente venida de Argel; a saber.
Lo cierto es que en los campamentos impera una concordia envidiable. Hay policías patrullando wilayas, darias y barrios, y comisarías; pero las cárceles están vacías. Los pocos prisioneros que el Polisario tomó a Marruecos viven en los campamentos como los demás, y no vivirán tan mal por el hecho de que podrían volver a su país y no lo hacen. En las comisarías no hay formularios de denuncia; si te roban, puede que sea culpa tuya por no vigilar bien tus pertenencias. «Si nos comparamos con otros campos de refugiados en, por ejemplo, Darfur, podremos concluir que aquí no nos falta nada; de todos modos, si comparamos nuestro hospital con cualquier centro de España, veremos que el laboratorio de análisis de Rabuni sólo opera al 10% de sus necesidades por falta de recursos… Los médicos deben anteponer muchas veces su intuición a la certeza de un análisis de sangre por la imposibilidad de practicarlo…»
Ojos duros
Acompañando a Teresa Noguer y sus ayudantes saharauis nos dirigimos a la wilaya más alejada de los campamentos: Dajla, cercana a la frontera de Argel con Mauritania. Nos sorprende averiguar que los ayudantes tienen familia en tan recóndito puesto. «Todo el mundo tiene familia en Dajla», responde uno de ellos, Muley. Lo cierto es que tiene razón, Dajla es la más acogedora de las wilayas con diferencia, la más cercana al paisaje y los tópicos que uno se lleva del desierto cuando visita el Sahara por primera vez. La distancia, sin embargo, le cobra el peaje de ser también la wilaya que menos se visita y la que cuenta con menos medios.
Sólo se dispone de electricidad unas horas determinadas del día, de forma que las noches quedan sumidas en la oscuridad más densa que jamás he conocido. «De noche, en Dajla», me explica Muley, «uno no puede alcanzar a ver ni el dedo índice de su mano». Otra característica de Dajla es que, cuando se visita, hay siempre mucho trabajo por hacer. Abandono mi cometido indagador de periodista para auxiliar a Noguer en sus labores más esenciales. Ella me agradece el gesto, pero ve mis ojos demasiado atareados, tratando de explicar cada gesto y cada rostro que se trae entre manos. En tono pedagógico, me ilustra sobre la disciplina de los ojos.
Una catarata, explica, inicialmente no hace perder agudeza visual, sino que produce otros síntomas. Si miopiza el ojo, produce una miopía que no había antes o aumenta la que existía previamente; pero este fenómeno el paciente suele llevarlo bastante bien. Debe tenerse siempre en cuenta que la catarata no produce escozor, picor, sensación de arenilla, enrojecimiento del ojo ni lagrimeo. Todos estos síntomas implican una alteración de la superficie ocular debida a la sequedad de los ojos, que es un acontecimiento muy frecuente en el desierto. Lo malo es que la cirugía de la catarata no va a mejorar los síntomas correspondientes a la superficie ocular. Cuando un niño nace con una catarata supone un problema serio, por la dificultad que supone la operación, porque interesa operarle cuanto antes (un ojo con mala visión de forma precoz corre mucho riesgo de hacerse vago), porque al operar de catarata suprimimos la capacidad de enfocar de cerca de ese ojo y un largo etcétera. La causa de cataratas congénitas es muy variable, pero en el Sahara abundan las lesiones fetales por una infección durante el embarazo, la toxoplasmosis, de la que cabe culpar a la convivencia con gatos.
La infección ocular por Chlamydia trachomatis se dispara en zonas rurales o desérticas de países en desarrollo y afecta con frecuencia a los niños
La fauna de los campamentos saharauis se agota en un tris-tras: moscas, mosquitos, cucarachas, escorpiones, ratas, gatos, perros, cabras, camellos, víboras, gallinas y cuervos. Lo bueno es que, con la sola excepción de escorpiones o víboras, los demás animales se llevan de maravilla entre sí… Nunca he visto gatos y ratas convivir tan amigablemente como en los campamentos de la Hamada argelina. Noguer, volviendo a las cataratas, lamenta que haya intervenciones complicadas que deban llevarse a cabo en España y a la que los niños casi nunca tienen acceso. «Los papeleos que hacen falta para el viaje, además de la necesidad de cubrir también los gastos de un progenitor o acompañante, hacen muy difícil o casi imposible esta opción por otra parte tan necesaria». La oftalmóloga recuerda que Ulls del món tan sólo puede asumir dos traslados a España cada año, para lo cual se seleccionan los casos más rentables desde el punto de vista médico. Otra enfermedad oftalmológica que se visita a menudo es el glaucoma. Al contrario de la catarata, esta enfermedad comporta una lesión del nervio óptico del ojo de la que resultan una pérdida de visión y ceguera.
Un examen completo de los ojos con dilatación de las pupilas puede revelar tanto éste como otros factores de riesgo. Para la mayoría, el tratamiento toma forma de gotas para los ojos conteniendo medicamentos antihipertensivos (generalmente betabloqueadores), que ayudan a drenar el líquido del ojo y disminuir la presión intraocular. La trabeculoplastia con láser ayuda asimismo a que drene el líquido del ojo. Desde una perspectiva epidemiológica, la preocupación principal de Ulls del món reside no obstante en otra enfermedad, el tracoma. En marzo del 2003 la Fundación llevó a cabo un estudio de incidencia de tracoma entre la población saharaui que dio como resultado un tracoma activo del 5,7% y cicatricial del 8,7%.
El tracoma, o conjuntivitis granular, es una infección ocular causada por Chlamydia trachomatis que, de no tratarse a tiempo, puede producir cicatrización crónica y ceguera. Aunque la enfermedad está presente en todo el mundo, su incidencia se dispara en zonas rurales o desérticas de países en desarrollo y afecta con frecuencia a los niños. El tracoma se adquiere por contacto directo con secreciones oculares o de la nariz-garganta de individuos enfermos, incluso con objetos inanimados que puedan haber estado en contacto con estas secreciones, como toallas, pañuelos o ropa. Además, las moscas que se hayan alimentado en estas secreciones pueden transmitir el tracoma con gran facilidad. Sus síntomas principales son una conjuntivitis con secreción ocular, párpados inflamados, pestañas invertidas, inflamación de los ganglios linfáticos justo delante de las orejas y opacidad de la córnea. Sólo una terapia sistémica con antibióticos orales (eritromicina y doxicilina) puede prevenir las complicaciones a largo plazo.