El colesterol es una sustancia presente en cualquier organismo e imprescindible para su funcionamiento. Sin embargo, niveles elevados en la sangre aumentan el riesgo de padecer enfermedades coronarias y constituyen un grave peligro para la salud, al favorecer la acumulación de colesterol en las paredes de las arterias (arterosclerosis). Una dieta baja en grasa y ejercicio físico moderado pero continuo favorece la presencia del denominado colesterol “bueno”, encargado de limpiar los vasos sanguíneos y destruir el colesterol “malo”.
Definición
La Fundación Española del Corazón (FEC) define el colesterol como aquella sustancia grasa natural que está presente en todas las células del cuerpo humano y resulta “imprescindible” para el normal funcionamiento del organismo.
- Su presencia favorece la formación de ácidos biliares, necesarios para la digestión de las grasas.
- Constituye la membrana celular, de manera que sin él no habría estructuras celulares.
- En la piel, y al contacto con los rayos solares, consigue transformarse en vitamina D.
- Protege la piel de muchos agentes químicos y evita la deshidratación por vaporización.
- Ayuda en la formación de ciertas hormonas, como las sexuales y las tiroideas.
“Enfermos de colesterol como tal no existen. Sin embargo, los niveles de colesterol plasmático elevados constituyen un factor de riesgo cardiovascular”, apunta Carmen Cuadrado, profesora de Nutrición de la Universidad Complutense de Madrid.
El ser humano obtiene cada día cantidades importantes de colesterol que proceden de dos vías: del hígado -que fabrica cerca de 1.000 mililitros- y de alimentos tan habituales como la yema de huevo, las comidas grasas o la mantequilla. Esta circunstancia obliga al ser humano a tener en cuenta los niveles recomendados por los especialistas y a someterse a exámenes periódicos, sobre todo, cuando se forma parte de los denominados ‘grupos de riesgo’.
En este sentido, la FEC advierte del peligro que implican niveles elevados de colesterol (hipercolesterolemia) y recuerda que conviene aprovechar las extracciones de sangre que se realicen por cualquier motivo para medir estos niveles. “Antes de los 30 años deberíamos saber nuestra cifra de colesterol total”, alerta.
Colesterol «bueno» y «malo»
Aunque no existen colesteroles distintos, según el tipo de lipoproteínas -partículas esféricas formadas por proteínas y lípidos- en que éste es transportado en el organismo, los expertos distinguen entre colesterol ‘bueno’ y colesterol ‘malo’.
En concreto, la Sociedad Española de Hipertensión denomina colesterol “malo” a aquel que va unido a la lipoproteína LDL (de baja densidad), mientras que el colesterol “bueno” sería el que va unido a la lipoproteína HDL (de alta densidad).
Colesterol “malo”. Presenta una tendencia a depositarse en las paredes de los vasos sanguíneos y aumenta cuando se come mucha grasa de origen animal, quesos grasos o embutidos. En este caso, las lipoproteínas LDL contienen un 47% de colesterol y pueden oxidarse y convertirse en agentes dañinos.
Colesterol “bueno”. Libera a las paredes de los vasos sanguíneos del exceso de colesterol y aumenta con el ejercicio físico y una dieta rica en fibra y baja en grasa. Las lipoproteínas HDL se forman en el hígado y en el intestino ricas en proteínas y contienen relativamente poco colesterol al nacer.
Además, existen lipoproteínas de muy baja densidad (VLDL), que transportan triglicéridos y que cuando están muy altas elevan también los niveles de LDL, haciéndolo más denso y pequeño, con una mayor facilidad para depositarse en las arterias.
Es muy importante, por ello, conocer los niveles de colesterol bueno y contribuir a su formación, ya que se encarga de devolver el exceso de esta sustancia al hígado para su posterior destrucción y reduce los riesgos de padecer enfermedades coronarias o cardiovasculares.
La Fundación Española del Corazón acepta como normales los siguientes valores:
- Colesterol total: menos de 200 mg/dl.
- Colesterol LDL o malo: menos de 100 mg/dl.
- Colesterol HDL o bueno: más de 35 mg/dl en hombres y 40 mg/dl en mujeres.
- Triglicéridos: menos de 150 mg/dl.
“Se recomienda que la ingesta de colesterol dietético, el que se toma con los alimentos, esté por debajo de los 300 miligramos diarios o de los 100 miligramos por cada 1.000 kilocalorías”, explica Carmen Cuadrado.
Si el colesterol total ha de ser, como máximo, 200 mg/dl, se debe buscar el equilibrio entre el malo y el bueno, que debe presentar niveles elevados (no exagerados) para reducir las probabilidades de sufrir accidentes cardiovasculares. De poco sirve que el colesterol total esté dentro de los parámetros aceptados si el ‘bueno’ se encuentra por debajo. Cuanto mayor es la proporción de colesterol bueno alto, menor es el riesgo coronario.
Tratamiento
Diagnosticada la enfermedad, el médico será quien recomiende el mejor tratamiento, que puede ser con fármacos o sin fármacos.
En el primer caso, el paciente deberá poner en marcha una dieta baja en colesterol y realizar ejercicio físico continuo. “La dieta más adecuada para las personas con hipercolesterolemia sería aquella en la que se lograse reducir la ingesta total de grasa, limitando los ácidos grasos saturados y aumentando los monoinsaturados”, describe Cuadrado.
“También es conveniente reducir la ingesta de alimentos ricos en colesterol dietético, como yema de huevo o embutidos, adecuar la ingesta energética para evitar el sobrepeso, la obesidad y otros factores de riesgo cardiovascular, aportar fibra en la dieta y alimentos ricos en hidratos de carbono complejos, como leguminosas, pan, patatas, pasta o arroz, y aumentar el consumo de verduras y frutas por su contenido en antioxidantes y ácido fólico, además de fibra”, añade.
Con todo, los especialistas apuestan por la dieta mediterránea como la más beneficiosa para conseguir los mejores resultados, con un aporte de grasas inferior al 35%, y revelan la importancia de distinguir entre:
- Grasas saturadas. Favorecen el depósito de colesterol LDL en las arterias y se encuentran en la carne, los embutidos, leche, queso, mantequilla y aceites vegetales, como el de coco y palma.
- Grasas poli-insaturadas. Rebajan el colesterol sanguíneo, protegen de la arteriosclerosis y se encuentran en algunos aceites vegetales y en pescados azules.
- Grasas monosaturadas. Aumentan el colesterol HDL y se encuentran en el aceite de oliva.
En el segundo caso, también será el médico el que decida los medicamentos más adecuados para controlar el colesterol, si bien estos siempre deben ir acompañados de una dieta adecuada y el conveniente ejercicio físico.
Prevención Debido a que el colesterol alto no produce síntomas físicos hasta que aparecen las primeras complicaciones, su acción es lenta y silenciosa. La FEC aconseja, por ello, realizar un análisis de sangre a los enfermos (y sus familiares de primer grado) que padezcan cardiopatía isquémica y otras enfermedades cardiovasculares a edades tempranas.
Y es que existen determinados factores que no son modificables -tales como la edad, el sexo o los antecedentes familiares- y otros sobre los que se puede actuar para prevenir las enfermedades cardiovasculares.
Así, es importante ser consciente del daño que producen en el organismo el tabaco o el alcohol, una dieta con abundancia de grasas o el sedentarismo. La sustitución de estos factores por otros más saludables contribuye a mejorar la calidad de vida y, en consecuencia, de la salud.
Edad. Lo habitual es que la colesterolemia se manifieste a partir de los 25 ó 30 años, si bien cada día son más frecuentes los casos de niños y jóvenes, cuyos niveles deben estar por debajo de 170 mg/dl.
Sexo. Las mujeres deben controlar los niveles de colesterol muy especialmente durante el embarazo y la menopausia, ya que en estas etapas se producen alteraciones en los niveles de lípidos y lipoproteínas, respectivamente.
Embarazo. Son necesarios los controles de las cifras, sobre todo, en aquellas pacientes con niveles altos de lípidos.
Menopausia. Resulta habitual la subida del colesterol total y LDL frente a la disminución del HDL. Antes de la menopausia, las mujeres presentan niveles menores que los hombres. Sin embargo, a partir de ésta, las cifras son más elevadas que las masculinas.
Genética. La presencia de colesterol bueno en el organismo viene determinada genéticamente. Se trata de una predisposición heredada que, no obstante, puede ser modificada. Las concentraciones de colesterol están determinadas por la cantidad que produce el propio organismo y debe tenerse en cuenta tanto la historia familiar de altos niveles de colesterol sanguíneo, como de enfermedades coronarias.
Peso. El exceso de peso suele ir asociado con un elevado nivel de colesterol total, al igual que la distribución de la grasa. Un aumento de la grasa en el tronco y en la mitad superior del cuerpo implica un mayor riesgo de infarto.
Ejercicio físico. Para conseguir unos resultados más beneficiosos, éste debe ser regular de tipo aeróbico, como dar un paseo o una carrera suave, priorizando la duración en lugar de la intensidad y bajo prescripción médica. Permite el control del peso y reduce la presión arterial.
Grasas. Su consumo favorece los casos de obesidad, el aumento de los triglicéridos y de la tensión arterial. Además, reduce la capacidad del organismo para eliminar el colesterol.
Alcohol. Pese a que el consumo moderado (unos 30 g al día, poco menos de dos copas) aumenta el colesterol “bueno” y protege al “malo” de su oxidación, especialmente cuando se trata de vino tinto, una ingesta excesiva resulta muy perjudicial para el organismo y aumenta el colesterol LDL.
Acido Oleico. Presente, sobre todo, en el aceite de oliva (70%), el ácido oleico eleva la fracción de colesterol “bueno” y disminuye la del “malo”, por lo que su consumo es muy recomendable. También se encuentra en aceitunas, frutos secos, grasa y carne de cerdo.
Dieta. Debe conseguir que prevalezcan las carnes magras, el pollo, el pavo o el conejo, además de las legumbres, las frutas, las hortalizas y el salvado de avena. También son importantes los productos lácteos descremados y consumir un máximo de tres huevos a la semana.
Preparación de alimentos. En cuanto a la forma de preparación de los alimentos, las técnicas de la cocción, vapor, parrilla o plancha resultan más sanas, aunque, según recuerda Cuadrado, “la técnica de fritura no es tan agresiva como se piensa”.