Beber muy poca cantidad de líquidos, apartar el salero de las comidas y evitar los alimentos que contienen fósforo y potasio son algunas de las medidas que deben adoptar los enfermos renales. Cuidar los riñones es fundamental desde los estadios iniciales de la insuficiencia renal y no solo al llegar a la diálisis. Los expertos inciden en la relevancia que tiene el cuidado de estos órganos, a menudo olvidados, para prevenir el desarrollo de otras enfermedades asociadas e importantes.
Imagen: Camilo Rueda López
Más de 500 millones de personas en todo el mundo, el equivalente al 10% de la población adulta, tienen alguna enfermedad en los riñones. Entre las personas de más de 20 años, el porcentaje de afectados sube al 13%, y el 4% registra insuficiencia, lo que significa que sus riñones han dejado de funcionar de manera correcta. España se sitúa en la media europea, ya que la incidencia de pacientes con insuficiencia renal que necesitan un trasplante o diálisis se acerca a 129 por millón y año. Se calcula que unos 40.000 españoles están en esta situación: 19.000 personas en tratamiento de diálisis y 21.000 trasplantadas, según datos difundidos por la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo (FRIAT), con motivo del Día Internacional del Riñón.
El riñón, un órgano importante
Los riñones son órganos de suma importancia para el organismo, ya que realizan dos funciones cruciales -excretora y endocrina- y, cuando enferman, pueden desarrollarse numerosas enfermedades. La diabetes, la hipertensión y los problemas del corazón son algunas de ellas. No obstante, en la práctica es difícil saber si las patologías asociadas a la insuficiencia renal son previas o posteriores a ella. Un ejemplo es el denominado síndrome cardio-renal. A él se ha dedicado el Día Mundial del Riñón, celebrado el pasado 10 de marzo con el lema «Proteja sus riñones, cuide su corazón».
La Sociedad Española de Nefrología (SEN) define este síndrome como «un trastorno del corazón o de los riñones en el que una disfunción aguda o crónica de un órgano induce una lesión aguda o crónica en el otro órgano. Es bidireccional». Y es que cuando la función excretora de los riñones deja de funcionar, estos no filtran todos los productos de desecho que se acumulan en el organismo. «Esta situación, a largo plazo, deteriora muchísimas funciones más», informa María Jesús Rollán, presidenta de la Sociedad Española de Enfermería Nefrológica (SEDEN) y supervisora del Servicio de Nefrología del Hospital Clínico Universitario de Valladolid.
Los problemas de riñón tardan años en desarrollarse y se detectan cuando los afectados no orinan u orinan menos cantidad
La enfermedad renal no se desarrolla de repente, a no ser que haya un tumor, sino que es progresiva. A pesar de que la mayoría de los casos son de origen desconocido, otras veces sí se conoce la causa. La diabetes es una de ellas y una de sus complicaciones es la nefropatía diabética, que ocurre por una alteración de las arterias del riñón y provoca que deje de funcionar. «En ocasiones, los problemas de riñón tardan años en desarrollarse y se detectan cuando los afectados no orinan u orinan menos cantidad y, por lo tanto, no son capaces de eliminar los productos de desecho del organismo» explica Rollán.
Restricciones alimentarias
Esta patología implica la adopción de varias restricciones alimentarias desde que se diagnostica, aunque sea en estadios iniciales. Estos cuidados son necesarios para evitar que la disfunción renal cause más alteraciones en el organismo. Las fundamentales son cuatro: evitar beber mucha agua y líquidos, retirar la sal y los productos que la contengan y evitar los alimentos con fósforo y potasio.
Agua y líquidos. Los pacientes renales pueden beber muy poco: solo 500 centilitros más del volumen total que orinan, que puede variar de unas personas a otras. Esta cantidad se refiere a la ingesta total de líquidos y, por lo tanto, incluye la leche, la sopa y los alimentos que la contienen, como la fruta, que en un 80% de su composición es agua.
Sodio. La sal debe desaparecer de las comidas por dos razones: porque aumenta la sed y porque, al no poder eliminar el sodio del organismo, es posible desarrollar hipertensión. Para prevenirlo, hay que retirar el salero de la mesa, no salar los alimentos ni comer otros con mucha sal, como los embutidos, las latas de pescado o de aves, los ahumados, el jamón o los platos precocinados.
Potasio. Los alimentos con potasio son nocivos para los enfermos renales porque pueden provocar arritmias cardiacas e, incluso, paradas cardiacas. Entre ellos figuran el plátano, las fresas, las naranjas, el melón, el kiwi (en general, los alimentos que contienen vitamina C), todos los frutos secos, las patatas fritas o la coca-cola. Para compensarlo, se pueden tomar frutas en almíbar o en compota (siempre que no sean diabéticos), pero sin beber el almíbar ni ingerir la compota, sino solo las frutas secas.
Esto se debe a que el potasio es hidrosoluble, por lo que se queda en el jugo en almíbar y en la compota e, incluso, puede permanecer en el líquido de la cocción de las verduras y las legumbres, que se deben colar para eliminar bien el agua. Un truco para asegurar la eliminación del líquido consiste en consumir las verduras congeladas, ya que la industria conservera, a menudo, las cuece brevemente antes de proceder a su congelación y contienen menos potasio que sus homólogas frescas. La contrapartida negativa de esta práctica es que contienen menos vitaminas.
- Fósforo. En caso de insuficiencia renal, se debe evitar el fósforo porque se daña el metabolismo del fósforo-calcio, se desarrollan problemas óseos y se calcifican las partes blandas, a la vez que se altera la parathormona, debido a la cual se puede desarrollar hiperparatiroidismo secundario a la enfermedad renal. Esto se debe a que aumentan mucho los niveles de la hormona paratirodea. En general, todos los alimentos con proteínas contienen fósforo. Entre ellos figuran el queso, el yogur o el pescado.
Cuando los pacientes atraviesan los últimos estadios de la enfermedad, se les restringen mucho las proteínas en la dieta, porque la urea -que mide el grado de disfunción renal- es un producto de degradación de las proteínas. Esta importante restricción puede resultar perjudicial, ya que es capaz de provocar una grave desnutrición. Para evitarlo, otra opción médica es la administración de quelantes del fósforo, fármacos que captan este mineral del aparato digestivo, lo fijan, lo eliminan a través de las heces y evitan que se absorba y pase a la sangre. Con ello, los afectados están bien nutridos (sin carencias de proteínas) y eliminan el fósforo dañino, según informa Rollán.
No obstante, en ocasiones, la administración de quelantes del fósforo tampoco es una buena solución, ya que, por la propia patología, los afectados deben tomar muchas pastillas (al menos tres veces al día), por lo que si además ingieren demasiados alimentos ricos en fósforo y se les recetan quelantes, es probable que, debido al exceso de fármacos, terminen por incumplir este tratamiento (falta de adherencia terapéutica).
El fuerte impacto que puede suponer el fallo de un riñón para la salud general del organismo debería ser motivo suficiente para que quienes estén en situación de riesgo acudan al médico y se sometan a una prueba muy sencilla para detectarla. Entre éstas figuran las personas diabéticas, hipertensas, obesas, quienes ingieren grasas saturadas, no practican ejercicio físico o fuman. Los factores de riesgo para el corazón también lo son para el riñón, destaca María Jesús Rollán.
Puesto que muchas personas vulnerables a esta enfermedad no acuden al nefrólogo, se les aconseja asistir cada seis meses a un centro de atención primaria (CAP), donde los equipos están preparados para detectar cualquier alteración renal en sus fases iniciales. Para ello, se realiza una prueba muy sencilla, consistente en la detección en la orina de una proteína denominada albúmina. La presencia de niveles más elevados de lo normal es un signo de que los riñones fallan. La detección de microalbuminuria sería un indicador de que empiezan a fallar y la de albuminuria macro, de que la enfermedad ya está más avanzada, lo que indica que la persona debería acudir al nefrólogo, especifica Rollán.
Esta detección temprana es crucial, ya que la enfermedad implica muchas restricciones en la dieta de los afectados, además de otras medidas, y repercute de manera notable en su calidad de vida, sobre todo, cuando deben someterse a diálisis a la espera de un trasplante de riñón para sustituir el órgano deteriorado. Al respecto, según detalla la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo (FRIAT), “los pacientes que se someten a diálisis tienen que ir al menos tres veces por semana a efectuarse un tratamiento que dura cuatro horas, que con los traslados suman seis horas. Ante esta situación es complicado contar con un trabajo”. Por ello, la Fundación ha creado una lavandería en la que todos sus empleados están sometidos a un tratamiento de diálisis.