Las alteraciones del sueño están íntimamente ligadas a nuestro comportamiento durante el día. Pese a ello, se continúa sabiendo muy poco acerca de lo que ocurre en realidad. Pediatra y neurofisiólogo, Eduard Estivill lidera en España un saber médico que atañe a una tercera parte de la experiencia vital humana y que, sin embargo, carece de especialistas. «En EEUU se trabaja ya con titulaciones académicas de medicina del sueño, pero aún falta el reconocimiento profesional de una especialidad en esta materia». Estivill se interesó por la ciencia del sueño a raíz de la necesidad de hacer dormir a los pacientes pediátricos para someterlos a determinadas pruebas clínicas. Es autor de numerosos trabajos y también de best-sellers de autoayuda para un sueño eficaz y provechoso. Ahora se halla investigando, junto a su grupo de colaboradores, el primer sueño de todos: el de antes de nacer.
Se rata en todos los casos de un síntoma y por tanto tiene lugar por efecto de una causa desencadenante. El problema es que no siempre somos capaces de dar con ese origen de insomnio; entonces es cuando hablamos de un insomnio esencial o idiopático. La fiebre, por ejemplo, causa insomnio y, sin embargo, es muy fácil de detectar o corregir.
«El cerebro consume más glucosa de noche que de día, lo que significa que trabaja más»
Las causas identificables de insomnio las agrupamos en tres grupos. El primero se refiere al consumo de sustancias excitantes [café, bebidas de cola o chocolate], además de algunos fármacos que pueden causar insomnio, como los empleados en enfermedades de la glándula tiroides. El segundo grupo atañe a los trastornos del ritmo horario como viajes de muy largo recorrido o cambios de horario de sueño por un requerimiento laboral. El tercer grupo es el de enfermedades como el asma, las cardiopatías, los cuadros de depresión o ansiedad y enfermedades neurológicas. No obstante, la mayoría de los pacientes que acuden a nuestras consultas debe su dificultad para conciliar el sueño a una tensión acumulada durante el día sin solución de continuidad. Son preocupaciones que derivan en un malestar de ciclo pernicioso que impide a estos individuos dormir bien y acrecienta su irritabilidad durante el día, para dormir luego peor y peor.
Disponemos de técnicas de relajación y también de fármacos, pero es imprescindible aclarar antes que nada el origen del insomnio. Nosotros trabajamos sobre un protocolo psicofisiológico en el que descartamos siempre las causas identificables, puesto que la eficacia del tratamiento a seguir se sustenta en haber dado antes con la causa precisa. No ayudaría recetar hipnóticos sin ton ni son a pacientes que no pueden dormir por abuso de determinadas sustancias o por una enfermedad de base.
En efecto. Es el cerebro, más que el cansancio corporal, el que determina y controla nuestros ciclos de sueño. Para ello se ayuda de sensores, sustancias que, como la melatonina, le informan de la cantidad de luz en el entorno y sirven para desencadenar los bostezos y ese aparcamiento cotidiano de cada noche. Investigaciones recientes han revelado, por otra parte, que el cerebro consume mucha más glucosa de noche que de día, lo que significa que lleva a cabo más actividades, trabaja más.
Sobre todo, mito. La ciencia del sueño es un saber médico muy reciente que apenas cuenta con poco más de medio siglo de historia y, por tanto, desconocemos más de lo que conocemos. Pero es cierto que hay gente que hace chirriar los dientes mientras duerme, otros hablan, otros experimentan terrores, otros se levantan. De lo poco que sabemos es que los sonámbulos son personas absolutamente normales cuyo único problema es una falta de control o un control defectuoso en determinadas funciones. Un niño que está durmiendo puede experimentar una necesidad urgente de orinar; se levanta, acude al baño, orina y vuelve a la cama. Un niño sonámbulo hace lo mismo pero, por ejemplo, orina en el suelo o en un rincón creyendo que está en el baño. Se trata de un error de cálculo del que no va a ser consciente cuando se levante.
«Despertar a un sonámbulo no comporta ningún riesgo, pero es mejor no hacerlo»
Contra lo que la gente cree, despertar a un sonámbulo no comporta ningún peligro. Pero es mejor no hacerlo o hacerlo con suavidad y tacto para evitar la confusión y el aturdimiento que ese despertar va a producirle. En cualquier caso, es falso que vaya a reaccionar con violencia. Aunque ande, aunque lleve los ojos abiertos y la mirada perdida, pasa por una fase de sueño y no es consciente de lo que hace o de donde se encuentra.
Poco. Freud era muy intuitivo y trabajaba sobre el valor de la impronta que las experiencias dejan en nuestro cerebro. La imaginería moderna permite detectar la actividad cerebral durante un sueño, de tal forma se empiezan a procesar emociones, sensaciones, recuerdos de forma totalmente aleatoria, sin secuenciación ni coherencia. Si pregunto a un paciente despierto qué es lo que le ha ocurrido durante el día, el cerebro construye un relato cronológico y más o menos coherente. En el sueño no ocurre igual. Es un campo de estudio fascinante en el que aún queda mucho por investigar.
Diría que el síndrome de las piernas inquietas. Se trata de una enfermedad que afecta a una de cada diez personas que, habitualmente, empiezan a experimentar una especie de inquietud en las piernas al caer la noche. Como que para conciliar el sueño es imprescindible que el cuerpo se encuentre en perfecto reposo, no pueden dormir. No sienten ningún dolor ni molestia; muchos ni tan sólo advierten esa inquietud en sus extremidades. Estamos investigando por qué se produce dicho trastorno y cómo se puede corregir. Otros campos de investigación puntera son las apneas infantiles que castigan el sueño de los más pequeños y repercuten en su aprendizaje o su rendimiento escolar. También investigamos las fases de sueño en la etapa fetal, así como la regulación hormonal del sueño en las mujeres durante el embarazo [se conoce que las mujeres recién embarazadas empiezan a experimentar más sueño que de costumbre], la menstruación o la menopausia.
El semanario TIME lanzó en su edición del pasado 24 de enero un reportaje de portada acerca de la «nueva ciencia del sueño». En él se daba cuenta de los hallazgos más recientes en torno a tan cotidiana actividad. Por ejemplo, conducir con sueño equivale a presentar un nivel de alcoholemia de 0,08. Suficiente para una multa y retirada de carné, pero sin posibilidad de detectarse.
Se piensa que el sueño permite al cerebro reorganizar toda la información aprendida durante el día y llevar a cabo algo así como sus labores de mantenimiento. Aprender a ir en bicicleta o a tocar el piano requieren un ajuste que el cerebro sólo puede efectuar mientras dormimos. Actúa de forma parecida al ordenador que pide reiniciar cuando se instala un software complejo.
Mediante electroencefalogramas (EEG) los investigadores del sueño monitorizan la actividad cerebral mientras dormimos. Giulio Tononi, de la Universidad de Wisconsin, admite que la imaginería está abriendo numerosas hipótesis. «Hace sólo dos años pensábamos que el sueño podía ser cualquier cosa; hoy disponemos de una cartografía cerebral mucho más completa y sabemos que sólo pueden ser unas cuantas cosas.»
«El sueño actúa de forma parecida al ordenador que pide reiniciar cuando se instala un software complejo»
Los humanos, al igual que el resto de los mamíferos, tenemos dos fases distintas de sueño: REM (rapid eye movement) y no REM. Hoy día se sabe que tardamos aproximadamente 90 minutos en pasar de una fase a la otra. Por medio de EEG se han estudiado los sueños y se ha constatado que en fase no REM, éstos son sumamente simples y constan, a lo sumo, de una imagen o dos.
Aun cuando los sueños, como explica Eduard Estivill siguen siendo un misterio, se piensa que el cerebro organiza aleatoriamente los recuerdos como las imágenes de un máquina tragaperras. Asimismo, se han distinguido hasta cuatro estadios distintos de fase no REM. En los estadios 3 y 4, además, se han detectado ondas eléctricas de baja frecuencia, lo que ha llevado a bautizar esa etapa como «sueño de baja frecuencia». Se ha descubierto que los niños tienen mucho sueño de estas características, lo que explica porque se duermen en condiciones poco habituales, en medio de una tumultuosa reunión o en un atasco de circulación. En los adultos, el sueño de baja frecuencia es menos habitual, y eso origina que los despertares sean mucho más sensibles al ruido o la luz.
Antes se creía que la fase REM era la de consolidación cerebral de lo aprendido durante la vigilia, pero experimentos con voluntarios han demostrado que individuos que hayan pasado una noche sin sueño REM recuerdan perfectamente palabras aprendidas en un orden concreto al igual que los depositarios de sueño REM. El caso más llamativo es el de un paciente israelita con un pedazo de metralla alojado en el cerebro que le impedía conseguir un sueño REM y, sin embargo, mantiene una capacidad de aprendizaje de conceptos y experiencias.
También en Israel, un equipo liderado por Abraham Weizman, del Geha Psychiatric Hospital de Tel-Aviv, ha descubierto que la capacidad de sus voluntarios estudiados para reconocer distintos patrones en la pantalla de un ordenador depende de la cantidad de sueño REM experimentada durante la noche. «Lo cierto es que sabemos tan poco del sueño como de la capacidad del cerebro para almacenar y procesar la memoria», señala el investigador. Lo curioso del experimento llevado a cabo por Weizman es que los voluntarios que tenían dificultad para retener un número secuencial (cómo un número de teléfono) a las 8 de la mañana, no progresaban significativamente a las 8 de la tarde y sí, por extraño que parezca, a las 8 de la mañana siguiente.
La etología, el estudio de la conducta animal, también aporta luz al debate. Los delfines duermen con la mitad de su cerebro en estado de vigilia, de forma que pueden seguir nadando dormidos y respirar. Se sabe que todos los animales duermen, desde las moscas al Homo sapiens. También que los mamíferos de mayor tamaño requieren menos sueño que los de formato menor. A un elefante, por ejemplo, le bastan cuatro horas de sueño. Otra clave interpretativa que debemos al sueño de los animales se refiere al metabolismo. Los mamíferos más durmientes, como los ratones o los murciélagos, eliminan muchos más radicales libres de su organismo que el resto. Esta pista ha abierto un debate entre los endocrinólogos acerca de la posibilidad de que un sueño corto, escaso, se traduzca en aumento de peso u obesidad.