Conocer el párkinson es el primer paso para combatirlo. Afecta a entre 120.000 y 150.000 personas en nuestro país y a siete millones en el mundo. Según las previsiones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cifra se duplicará en los próximos 20 años. Acercar esta enfermedad neurodegenerativa a la población es el objetivo del Día Mundial del Párkinson que se celebra cada 11 de abril en conmemoración de la fecha de nacimiento de James Parkinson, el médico británico que describió la enfermedad hace dos siglos. Diego Santos, neurólogo del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) y uno de los mayores especialistas de España en esta patología, explica en esta entrevista, entre otros aspectos, qué avances cabe esperar en un futuro inmediato.
En algunas enfermedades como el cáncer se producen grandes avances de vez en cuando. ¿Ocurre lo mismo en el párkinson?
Sí, pero es posible que no trasciendan lo suficiente a la opinión pública. Se está investigando mucho en terapias potencialmente curativas o que intenten al menos retrasar la progresión de la enfermedad. El año pasado se presentaron los resultados de un ensayo con anticuerpos monoclonales –un tipo de inmunoterapia– que persiguen bloquear la expansión de la proteína que se acumula de forma anómala en el cerebro, la Alfa-sinucleína. También hay más de 15 moléculas en investigación para frenar su avance ya sea bloqueando la propagación de esta proteína, favoreciendo su degradación o inhibiendo su plegamiento anómalo.
¿Se esperan nuevos medicamentos para controlar los síntomas?
En la levodopa, que es el mejor tratamiento, se está investigando nuevas formulaciones de administración, por ejemplo, por vía subcutánea. También se estudia la apomorfina inhalada o sublingual. Por otra parte, se investigan biomarcadores para intentar hacer un diagnóstico precoz.
¿Qué importancia tiene detectar cuanto antes la enfermedad?
Es una enfermedad neurodegenerativa donde se van perdiendo facultades progresivamente y, por tanto, cuanto antes podamos intervenir en ese proceso, mejor. Si tenemos un tratamiento que frena la pérdida de neuronas, lo ideal sería aplicarlo pronto. Uno de los problemas actuales es que el diagnóstico se realiza cuando el paciente presenta rigidez o temblor, y en ese momento ya se han perdido más de la mitad de las neuronas dopaminérgicas. Lo ideal sería diagnosticar cuando empieza a haber pérdida neuronal, incluso en una fase presintomática.
¿Se puede prevenir de alguna manera?
Es complejo porque no está muy claro cuál es el origen de la enfermedad. Hay gran variabilidad de unos pacientes a otros, ya que intervienen factores genéticos y ambientales. A día de hoy no hay ninguna terapia ni intervención para prevenir el párkinson, con una excepción: el ejercicio aeróbico vigoroso ha demostrado que reduce el riesgo de desarrollar la enfermedad.
¿Además del temblor o la lentitud de movimientos, hay otros síntomas que puedan servir para identificar un párkinson incipiente?
Los más relacionados son la alteración del olfato, la hiposmia, o la perdida total de este sentido, la anosmia, así como el estreñimiento, el trastorno de la fase REM del sueño y la depresión. La mayor parte de estos síntomas no son específicos. No quiere decir que una persona con estreñimiento o con depresión vaya a desarrollar necesariamente la enfermedad, pero el trastorno de la fase REM del sueño sí es más específico del párkinson.
¿Se puede decir que una persona con este trastorno desarrollará la enfermedad?
Un porcentaje importante de las personas que lo sufren presentan párkinson transcurridos tres, cinco o diez años.
¿Cuándo hay que acudir al médico?
El trastorno del sueño REM se puede diagnosticar con un cuestionario clínico y también se puede hacer un estudio del sueño. Una vez diagnosticado, lo ideal sería hacer un seguimiento estrecho puesto que existe la posibilidad de que sea un marcador, un signo preliminar de la enfermedad previo a la aparición de problemas motores.
¿Qué función tienen las terapias rehabilitadoras en los enfermos?
La rehabilitación es importante como complemento a los tratamientos farmacológicos. Debería ser una parte fundamental del manejo de la enfermedad. En algunos países centroeuropeos se han potenciado mucho estas terapias multiintervención que incluyen ejercicio físico, logopedia, fisioterapia, rehabilitación o terapia ocupacional.
¿Qué beneficios aportan a los pacientes?
El ejercicio tiene beneficios físicos y psicológicos en cualquier persona. En una persona con párkinson, estos beneficios se multiplican. Con la rehabilitación se puede mejorar la marcha, la postura o el equilibrio u otros síntomas como la rigidez. Además, los estudios demuestran que con esta terapia multiintervención los pacientes necesitan menos cantidad de medicación.
¿En qué casos está indicada una intervención quirúrgica y qué resultados tiene?
Se aplica en pacientes que responden al tratamiento farmacológico pero han desarrollado fluctuaciones clínicas, es decir, a lo largo del día es como si se les agotara la batería y el medicamento dejara de funcionar. El enfermo pasa a estar mal, con temblor o sin poder caminar. La cirugía ha demostrado que mejora estas fluctuaciones, los síntomas motores y también los no motores. Proporciona autonomía al paciente en las actividades del día a día y, por tanto, mejora la calidad de vida. La cirugía no es compleja, es un procedimiento en el que se introducen unos electrodos para generar una corriente eléctrica mediante una batería en determinadas áreas del cerebro.
¿Qué papel tiene la educación sanitaria sobre el párkinson tanto para la persona enferma como para la familia?
Cada vez se habla más del rol activo del paciente. Es muy importante que sea el protagonista, que tenga conciencia de la enfermedad y esté bien informado para que las decisiones que se toman sean conjuntas entre el equipo médico, el enfermo y la familia. Las asociaciones de pacientes están haciendo un esfuerzo muy importante en esta línea.
Dos de cada tres pacientes han experimentado un empeoramiento en los síntomas de la enfermedad durante la pandemia. El estudio con 600 enfermos que dirigió Diego Santos así lo refleja. Según el neurólogo, se debe a múltiples motivos: “Las asociaciones de pacientes cerraron y dejaron de ofrecer las terapias complementarias que llevaban a cabo, el no poder salir de casa también influyó en el estado de ánimo de muchos enfermos y la atención sanitaria se vio perjudicada”.
Un año después de iniciarse la pandemia, los estudios demuestran que la covid-19 no se ha cebado con los enfermos de párkinson. “Algunos, incluso, han observado menos frecuencia de casos, probablemente porque los pacientes son muy cumplidores de las medidas de prevención”, apunta Diego Santos. Entre los que la han pasado hay un grupo de pacientes que sí ha tenido un peor pronóstico: los enfermos en un estadio avanzado de párkinson.