Para la mayoría de las personas, la hepatitis C carece de síntomas y solo se hace evidente cuando se produce daño hepático. Para otras, no obstante, se puede manifestar a través de síntomas como cansancio, dolor muscular o estomacal, fiebre, pérdida de apetito o diarrea. España es líder en la lucha mundial contra este virus, que afecta a unos 71 millones de personas en todo el planeta. Sin embargo, una pronta erradicación es posible. Con motivo del Día Internacional de la Hepatitis C, celebrado el pasado 1 de octubre, y para hablar de esta infección, sus síntomas y formas de contagio, hablamos con Mariano Gómez Rubio, profesor de Medicina en la Universidad Europea y especialista en aparato digestivo.
La hepatitis C sigue siendo un problema de salud pública que afecta a unos 71 millones de personas en el mundo y 5,6 millones en Europa. En España se estima que entre 70.000 y 80.000 personas están infectadas por este virus. Ha habido un gran avance en el tratamiento de la enfermedad, pero aún hay numerosas cuestiones pendientes.
En 2016, la OMS estableció su primera estrategia a nivel mundial para la erradicación de la hepatitis C. En España, el Ministerio de Sanidad elaboró en 2015 el ‘Plan Estratégico para el abordaje de la hepatitis C en el Sistema Nacional de Salud’, que incluía entre sus objetivos el estudio de la frecuencia de esta enfermedad y el establecimiento de una estrategia de tratamiento. Desde entonces, más de 130.000 pacientes han sido tratados. Y más recientemente, desde finales de 2018, algunas comunidades autónomas han comenzado a implantar planes globales de screening, consistentes en estudiar a toda la población para identificar a las personas infectadas y que así puedan ser tratadas.
En el caso de que se realizara el screening de toda la población, probablemente sería posible la completa erradicación de la hepatitis C en España antes de 2025.
La hepatitis C es una de las causas más importantes de cirrosis hepática y cáncer de hígado, responsables a su vez de unos dos millones de muertes anuales en todo el mundo. La cirrosis hepática, en concreto, está entre las 20 principales causas de muerte y discapacidad.
La hepatitis C es una enfermedad causada por la infección de un virus. En la actualidad, en los países con alto nivel de vida, la vía principal de contagio es el empleo de drogas inyectadas cuando se comparte material inyectable. Otros fluidos corporales, como el semen y la saliva, son infecciosos y también es posible —aunque relativamente infrecuente— la transmisión de madre a hijo. Y previamente al descubrimiento del virus de la hepatitis C, que tuvo lugar en 1989, se podía transmitir por transfusiones de sangre.
En los países desarrollados, el mayor riesgo de contagio lo tienen los usuarios de drogas inyectables y los hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres sin la protección del preservativo.
Los nuevos tratamientos para la hepatitis C, que han aparecido en los últimos años, son los antivirales de acción directa. Han constituido una revolución terapéutica al conseguir eficacias cercanas al 100 %, administrándose por vía oral y con escasos efectos secundarios.
Uno de los problemas de este tipo de tratamiento es la accesibilidad, debido a su elevado coste. Ello limita su amplia utilización en los países subdesarrollados o en aquellos en vías de desarrollo. Por el contrario, en los países occidentales existe una amplia disponibilidad y, por ejemplo, en España el sistema sanitario público permite su administración a todos los pacientes. Sin embargo, para determinados grupos, como los usuarios de drogas inyectadas y los inmigrantes, el acceso al tratamiento es limitado.
La hepatitis C ocasiona una infección crónica que, en la mayor parte de los pacientes y en ausencia de tratamiento, dura toda la vida. Una parte importante de estos enfermos pueden evolucionar hacia la cirrosis hepática y el cáncer hepático.
