El aumento de la presión arterial empieza a detectarse en la población infantil, a pesar de que es un problema que muchas veces pasa desapercibido y no se diagnostica. No obstante, tras varios estudios que relacionan hipertensión y obesidad en la adolescencia con problemas en la vida adulta, lo que antes se comenzaba a tratar en la edad adulta, ahora toma importancia en los más pequeños.
Imagen: Sarah
La presión arterial elevada, hipertensión arterial, en la infancia podría predecir hipertensión en la edad adulta. Esto contrasta con los resultados de estudios aislados que muestran grandes variaciones en el grado de similitud de la presión arterial entre la infancia y los adultos. De esta manera concluye un metaanálisis publicado en la revista «Circulation» y conducido por Xiaoli Chen y Youfa Wang, de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, EE.UU. Para llevarlo a cabo, sus autores han analizado los datos de 50 investigaciones de diferentes continentes sobre presión arterial recogidos durante cuatro décadas.
De la infancia a la edad adulta
El trabajo revela, comparando la presión arterial sistólica -máxima- y diastólica -mínima-, que la presión sistólica en la infancia es mejor predictor de la presión arterial en la edad adulta respecto a la presión diastólica. Los investigadores atribuyen esta diferencia a la mayor dificultad para obtener valores de presión mínima confiables en niños debido a la variabilidad de mediciones producidas por edad, talla, peso, si el niño llora o está asustado, además de influir el tamaño del manguito de presión y la técnica en la toma.
Adolescentes obesos o con sobrepeso son hasta cuatro veces más propensos a morir por infarto de miocardio en la edad adultaTras los resultados, los autores remarcan la importancia de seguir con nuevos estudios que centren la atención en los factores de seguimiento de la presión arterial desde la niñez y la juventud hasta la edad adulta. Para justificar esta necesidad remarcan la persistencia actual de altas tasas de enfermedades cardiovasculares en los países desarrollados, así como el aumento de la epidemia de obesidad, que es uno de los principales factores de riesgo de la hipertensión y de problemas cardiovasculares.
La importancia del sobrepeso
Y es que, aunque la obesidad no sea ni mucho menos el único factor para la hipertensión, sí que conlleva en la mayoría de casos una presión arterial elevada, por lo que es habitual relacionar ambos conceptos. En este sentido, los resultados de este estudio se asemejan a otra investigación reciente llevada a cabo en la Universidad de Bergen (Noruega), que añade el problema de la posible obesidad en la juventud.
Tras analizar los datos de más de 200.000 noruegos, el estudio concluye que aquellos obesos o con sobrepeso en la adolescencia son tres o cuatro veces más propensos a morir por infarto de miocardio en la edad adulta, por lo que coincide con la idea de que los niveles de presión arterial en la infancia se asemejan a los de la edad adulta. Aunque los autores no registraron datos sobre el estilo de vida de los participantes, tales como el ejercicio, la alimentación o el tabaquismo, lo cierto es que el riesgo de morir por una cardiopatía, cáncer de colon o enfermedades respiratorias resultó mayor entre quienes tenían más peso en la adolescencia.
Youfa Wang afirma, tras el estudio estadounidense, que «la detección temprana y la intervención son importantes para superar la presión arterial alta». Añade que esta actuación debe llevarse a cabo mediante «modificaciones del estilo de vida más que con la medicación». Una dieta saludable y ejercicio adecuado desde la edad infantil deberían, por tanto, ayudar a reducir el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como obesidad, diabetes tipo 2 y síndrome metabólico, entre otras.
Parece claro que la lucha contra la obesidad debería ser uno de los primeros pasos para reducir la hipertensión infantil. Y parece ser que los esfuerzos, al menos en EE.UU., empiezan a dar sus frutos. El “Center for Health Statistics” acaba de publicar un estudio con lo que podría ser una de las primeras buenas noticias en la batalla contra la epidemia de la obesidad infantil. La epidemióloga Cynthia Orden, autora de la investigación, concluye que los datos sugieren que el número de niños con sobrepeso podría estar estabilizándose.
A pesar de que el número de menores con sobrepeso es todavía el triple de lo que era en los años 60 y 70 (por lo que se requiere mucho más esfuerzo), Orden declara que “hay razones para el optimismo, ya que según parece la tasa se ha nivelado bastante en los últimos ocho años”. David Ludwig, director del programa “Optimal Weight for Life” (peso óptimo de por vida) del Hospital infantil de Boston (EE.UU.), prefiere ser prudente tras los resultados de este estudio. Afirma que, a pesar de que parece haber una luz de esperanza, aún es demasiado pronto para saber si las tasas se han nivelado realmente. Además, concluye que “la prevalencia es tan alta que, si no se redoblan los esfuerzos, a esta generación le depara una vida más corta y menos saludable que la de sus padres”.
En este sentido, Ludwig enfatiza la necesidad sin interrupciones optimistas de una estrategia nacional integral: regular los anuncios de comida basura dirigidos a los niños, mejorar la financiación de la alimentación infantil pública (en comedores escolares, por ejemplo) o mejorar los fondos para regular la educación física en las escuelas y las actividades extraescolares.