El silencio y la vergüenza han sido durante años la respuesta a un problema como la incontinencia urinaria. Miles de mujeres limitaban su vida ante las repercusiones sociales que se derivaban de una anomalía común. Sin embargo, los actuales avances médicos garantizan su solución. Conozca qué es y cómo se soluciona.
Un problema de grandes dimensiones
Lejos de parecer una anécdota, la incontinencia urinaria es un problema de primer orden que afecta fundamentalmente a miles de mujeres adultas. Sin ser una enfermedad propiamente dicha, la pérdida involuntaria de orina repercute a diario en la vida de aproximadamente el 20% de las féminas mayores de 35 años, tal y como asegura un reciente estudio elaborado en el Reino Unido. Otros análisis certifican que la mitad de las mujeres de edad avanzada padecen este tipo de disfunción de forma ocasional, y que una de cada diez la sufre de manera regular.
Esta anomalía, como tal, es propia de mujeres mayores de 30 años. Sin embargo, los expertos médicos confirman su aparición también en hombres y menores, aunque matizan que “como síntoma o reflejo de otras dolencias”. Así, no es raro encontrar niños y jóvenes -sin importar su género- que no pueden evitar el escape de orina por sufrir enuresis, problemas congénitos, lesiones medulares o patologías como la esclerosis múltiple, entre otras circunstancias. Tampoco es extraño encontrar a varones adultos con esta disfunción debido a afecciones de próstata, diabetes, problemas neurológicos o infecciones diversas, aunque, como ya se ha aclarado anteriormente, la incontinencia urinaria es una disfunción típicamente femenina.
La explicación facultativa de la incontinencia urinaria en mujeres indica que se da por alteraciones en el denominado suelo pélvico -conjunto de músculos, ligamentos y huesos que guardan órganos vitales como la vejiga, vagina, o útero, responsables de la evacuación de la orina-. Factores como la edad, el embarazo, haber tenido varios partos o haber padecido infecciones pueden alterar su correcto funcionamiento y provocar escapes involuntarios, explica Javier Extramiana, jefe del servicio de Urología del Hospital Santiago Apóstol, de Vitoria. Además del género, otros factores de riesgo que explican la aparición de este problema son el sobrepeso, fumar o padecer patologías como la bronquitis crónica, que derivan en una tos persistente, según señala la Enciclopedia Médica de la Biblioteca de Medicina de Estados Unidos.
Sin duda, la aparición de anomalías en el suelo pélvico puede provocar que éste pierda fuerza y elasticidad, dejando así de sustentar correctamente los órganos reseñados con anterioridad, que pueden variar su posición inicial. El cambio de situación de éstos implica asimismo una alteración en su funcionamiento. Por lo tanto, cualquier esfuerzo -tos, estornudos o ejercicio físico, entre otros- puede presionar la vejiga y provocar un escape de orina incontrolado. Ésta es la denominada incontinencia por esfuerzo.
Otro tipo de incontinencia es la provocada por el estrés. Se encuentra muy relacionada con la anterior, de hecho, ambas tienden a aparecer de forma conjunta. Esta versión se presenta porque los órganos se encuentran fuera de su sitio natural y la irritación originada por los roces, por ejemplo, provoca inconscientemente deseos de orinar para remediar esta sequedad.
Sin embargo, no todos los escapes de orina se pueden considerar incontinencia. Para detectar positivamente esta disfunción, la clase médica apuesta por regir el diagnóstico a través de los siguientes pasos:
- Exploración física en busca de anomalías.
- Comprobar la relación que existe entre la anomalía detectada y un esfuerzo concreto del paciente.
- Tras los dos primeros pasos, se obliga al paciente a elaborar un diario miccional en el que debe reflejar las horas a las que habitualmente orina, el volumen evacuado, así como las pérdidas detectadas y la acción que las provoca.
- Después, los facultativos analizan el número de compresas usadas al día.
- A continuación, el enfermo se someterá al denominado test de la compresa. Éste consiste en comprobar el cambio de peso de una compresa tras una hora de esfuerzo del paciente. Si la variación es de alrededor de 12 gramos, se considera incontinencia.
- Tras todo lo dicho, se realizan estudios urodinámicos, en los que se reproduce a través de técnicas informáticas como es el proceso de evacuación de orina de cada paciente.
Solución eficaz: rehabilitación y cirugía
La incontinencia urinaria tiene solución en el 95% de los casos, según atestigua Javier Extramiana. El remedio consiste en un proceso de rehabilitación ideado para fortalecer y reeducar los músculos del suelo pélvico. Si no dan resultado estas técnicas, la cura se completaría con cirugía.
Una vez detectado positivamente el problema, comienza la adopción de las medidas pertinentes. La rehabilitación “puede curar por sí sola la incontinencia, aunque con la edad de la paciente, disminuye esta posibilidad”, certifica Extramiana. Al respecto, los historiales médicos dictan que sólo a través de la readaptación muscular se remedian el 30% de todos los casos diagnosticados. De hecho, hay factores como el grado de la incontinencia, el historial de operaciones quirúrgicas o radiológicas sufridas por la paciente en su zona pélvica o la motivación, que influyen de manera muy significativa en el éxito de medidas rehabilitadoras. “Si la paciente es joven, por ejemplo, tras un parto, o con una determinada predisposición positiva ante la vida, se puede solucionar hasta el 90% de los casos”, sentencia este urólogo.
La rehabilitación se centra en los músculos perineales de la paciente, a la que se enseña previamente cómo ejercitarlos. Después, el proceso continúa con un control instrumental, en el que se muestra a la paciente cómo evacua su propia orina. Este paso se realiza mediante la monitorización de los órganos de la cavidad pélvica de la enferma. Por último, como tercer paso de esta técnica, se usan los denominados conos vaginales, que son unas pesas esféricas con las que se fortalecen una serie de músculos. Para que la rehabilitación sea exitosa, hay que guardar indispensablemente un protocolo de actuación como el descrito, según especifican desde el servicio de Urología del Hospital Santiago Apóstol.
Entre los ejercicios que se prescriben, cabe reseñar que en 1950, el doctor Kegel diseñó un plan para fortalecer los músculos del suelo pélvico. Desde Sanitas explican que esta metodología consiste en contraer el esfínter anal entre 20 y 30 veces en cada una de las cuatro series que hay que realizar al día.
Segundo paso: La cirugía
Si la rehabilitación fracasa, la cura requiere cirugía. A través de esta opción, se remedia de una sola vez todas las disfunciones que pueda padecer la enferma en su suelo pélvico. De esta manera, se pueden recolocar órganos que se han movido con los años de su sitio natural, se restaura la continencia, se evita que ésta aparezca en el futuro, se conserva la capacidad coital de la paciente o se alivian los síntomas anormales. Por lo general, la cirugía utilizada es de carácter ambulatorio.
El éxito de este proceso -rehabilitación y cirugía (si fuese necesaria)- está avalado por datos concluyentes. Éstos indican que sólo se producen complicaciones en el 2% de los casos. Además, la estancia en el centro médico se ha reducido con los años de un mínimo de siete días a un máximo de dos. Incluso, se alivia el post operatorio, ya que la paciente se reincorpora a su vida laboral en la misma semana en la que concluye su operación. “Aumenta la satisfacción y los resultados a largo plazo”, concluye Extramiana.
Al respecto, los expertos médicos hacen otra valoración. Fieles a la máxima de que más vale prevenir que curar, apuntan a la necesaria prevención para evitar la aparición de la incontinencia. Lo recomiendan en el post parto, donde “una rehabilitación del suelo pélvico evitará males mayores en el futuro”.
Un problema social
Sea como fuere, la evidencia de los datos aquí expuestos deja entrever un problema de grandes dimensiones, tanto por sus consecuencias para la salud, como por sus repercusiones económicas, sociales y psicológicas. Todas ellas derivan en la merma considerable de la calidad de vida de las mujeres que padecen esta anomalía. No en vano, según reflejan los datos de un estudio realizado en España, el 93% de las afectadas por este problema limita sus viajes, el 85% tiene la sensación subjetiva de desprender mal olor, el 67% acota su vida social, el 64% siente vergüenza por sufrir incontinencia y se ve incapaz incluso de consultar a su médico y el 55% limita su vida sexual.
La fría realidad de los números constata la importancia de esta anomalía. A juicio de Javier Extramiana, la dimensión de este problema es cada día mayor, entre otras cosas, “por el incremento de la edad media de los pacientes, y por ende, de los problemas de salud que presentan, por el aumento de la calidad de vida -ahora sí que se da la importa que merece esta afección-, y la incorporación de la mujer al mercado laboral”. Todo ello deviene en un interés mayor por esta anomalía y, en consecuencia, las consultas sobre el tema aumentan, cuando antes era un problema que se escondía.
Tampoco ayudaban antaño los métodos médicos que se usaban para remediar esta disfunción. De hecho, según Extramiana, cada facultativo -urólogo y ginecólogo- trataba el problema que le correspondía unilateralmente, provocando múltiples operaciones y un fracaso amplio en las curas. Sin embargo, la toma de conciencia de un problema global llevó a la aparición de equipos multidisciplinares de doctores para tratar de forma conjunta las disfunciones del suelo pélvico.
Los resultados de esta política médica no se hicieron esperar, ya que lograron incrementar en más de 30 puntos los resultados positivos obtenidos, hasta alcanzar el ya mencionado 95% de éxitos. Tampoco es desdeñable el grado de satisfacción de las pacientes tratadas. De hecho, según una encuesta realizada sobre éstas en un centro hospitalario vasco, el 90% de ellas otorgaron una nota media superior al ‘8’ a su satisfacción tras ser tratadas como se ha descrito en este texto. Un 93% ya no se acuerda ni de compresas ni de absorbentes que, hasta ser analizadas, corrían de su cuenta. Un 95% ha recomendado este sistema a una amiga que sufre también esta disfunción y un 98% reconocía que si lo hubiera conocido antes, se hubiera operado antes.