Cuidar a una persona dependiente puede ser una experiencia muy satisfactoria y enriquecedora, a la vez que cansada, difícil y solitaria. Los cuidadores realizan una tarea que muchas veces afecta de forma negativa en su salud física y psicológica, más aún cuando esta situación se prolonga en el tiempo. No obstante, mientras el foco de atención suele centrarse en la persona dependiente, el bienestar de los cuidadores queda muchas veces olvidado. En este artículo se describen qué signos de malestar indican la necesidad de solicitar ayuda.
Ser cuidador de una persona dependiente, sea cual sea la patología que le acompañe, no es tarea fácil. Según informaron expertos en la XII Reunión Anual del Colegio Internacional de Psiconeurofarmacología Geriátrica, el 40% de los cuidadores de personas con demencia sufre sobrecarga por el desarrollo de su trabajo. En España, el índice de cuidadores que se ocupan de algún familiar con demencia llega al 70%.
En opinión de los especialistas, esta carga no solo es física, sino también emocional, y se suele manifestar en forma de estrés, depresión, ansiedad y otros trastornos mentales. También manifiestan problemas sociales por la ausencia de tiempo libre y de vida personal propia y la absoluta disponibilidad. En general, dedican unas 7,2 horas diarias al cuidado de la persona dependiente.
Los expertos auguran, además, que entre los próximos 20 y 30 años se producirá un aumento importante de las personas afectadas por demencia, que se convertirá en un grave problema de salud pública. Por este motivo, proponen programas psicoeducativos, como «Educa-dem», para que el cuidador pueda informarse sobre las demencias y aprender cómo afrontar situaciones complicadas y, sobre todo, cómo cuidarse uno mismo.
Problemas a los que se enfrenta el cuidador
Ser cuidador implica una tarea prolongada en el tiempo que exige reorganizar la vida familiar, laboral y socialEl autocuidado es, en concreto, un factor esencial: solo un buen estado de salud del cuidador permite realizar la tarea de manera efectiva y, sobre todo, a largo plazo. En general, la figura del cuidador es una mujer (familiar directa del enfermo) de unos 50 años. Según la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), un 83% son mujeres y el 60% lo hacen sin ningún tipo de ayuda. También suele ser una tarea prolongada en el tiempo que exige reorganizar la vida familiar, laboral y social.
Algunos de los cambios que puede encontrarse el cuidador son:
- Familiares: el cuidado de una persona dependiente puede producir conflictos en la familia, por desacuerdos en la atención o la poca implicación de los otros miembros.
- Laborales: si el cuidador tiene un trabajo fuera de casa, suele experimentar un conflicto entre las tareas de cuidado y las obligaciones laborales; tiene la sensación de estar incumpliendo en ambos sitios. En algunos casos se ve obligado a dejar su ocupación, con los consecuentes problemas económicos e insatisfacción personal.
- Sociales: poco a poco, el cuidador abandona las actividades que formaban parte de su vida social. El sentimiento de preocupación y culpabilidad por no estar en el domicilio, o el miedo a que pase algo mientras está ausente, hace que el círculo de amistades se reduzca y acentúa el sentimiento de soledad.
- Emocionales: los cuidadores experimentan multitud de emociones, tanto positivas como negativas: incertidumbre por el futuro, el vacío después del fallecimiento o tener la sensación de que algunas cosas se podrían haber hecho mejor, entre otras.
- Hábitos: el cuidador puede, de repente, aumentar el consumo de tabaco, alcohol o fármacos e, incluso, sufrir pérdida de apetito.
La persona a cargo de un paciente puede sufrir irritabilidad o enfado sin motivo aparente, apatía, nerviosismo, cambios de humor, tristeza por el gran esfuerzo físico y psíquico, somnolencia y bajo rendimiento general. Tener que responder a determinadas tareas y esfuerzos puede afectar también a todo su entorno: pueden tratar a otras personas de forma menos considerada y llegar a mostrar menos interés hacia el familiar. Según la SEGG, en un 17% de los casos el cuidador comparte la atención del dependiente con otras tareas, como cuidar de los hijos, lo que provoca un mayor estrés y ansiedad. De hecho, dos de cada tres cuidadores sufren estrés o ansiedad.
Cuidador: ¿cuándo pedir ayuda?
Si el cuidador se encuentra en un buen estado de salud emocional y física, la persona cuidada se sentirá mucho mejor. Las personas cuidadoras deben ser conscientes de que la situación puede prolongarse durante años y, por tanto, hay que estar alerta a cualquier señal que indique sobrecarga o claudicación. Ante esta coyuntura, hay que pedir ayuda cuanto antes; hacerlo no es signo de debilidad, sino una forma más de ayudar al enfermo.
Informarse y utilizar los servicios asistenciales de la comunidad (médicos, trabajadores sociales, psicólogos, profesionales de enfermería, voluntariado…), que pueden asesorar y ayudar en momentos difíciles, son algunas de las opciones. También es importante aprender a planificar y gestionar el tiempo, para evitar imprevistos y situaciones en las que uno puede sentirse desbordado. Expresar los pensamientos y emociones, aceptar los límites, gozar de los momentos de intimidad y con los amigos y tratar de establecer una buena comunicación con la persona que se cuida son otros elementos que ayudan a maximizar los elementos positivos de esta tarea.
El cuidador informal experimenta sensaciones positivas, como la satisfacción de cuidar a una persona allegada. Supone luchar por alguien por quien se siente cariño e interés. A veces, los cuidadores descubren cualidades en ellos mismos que hasta entonces no conocían y muchos sienten que han mejorado como personas. El hecho de cuidar puede crear una relación más próxima e íntima con la persona dependiente y ofrece la oportunidad de conocer aspectos desconocidos de su historia, aproxima al cuidador a la realidad del paciente y permite un contacto mucho más profundo y de calidad. Aceptar e integrar la experiencia de cuidar puede ser muy enriquecedor.