En la sociedad actual, el aumento de la población anciana y su creciente longevidad hace que muchas personas cuiden de un familiar dependiente. A pesar de que esta dedicación puede ser muy satisfactoria, también puede resultar una labor muy cansada, difícil e, incluso, generadora de altos niveles de estrés que pueden acarrear graves consecuencias en la salud del cuidador. Este artículo describe cuál es el perfil de la persona cuidadora en España, por qué es fundamental cuidar también de ella y cómo hacerlo.
Más de medio millón de personas necesitan cuidados especiales
Cuidar de una persona o familiar dependiente, a pesar de que puede ser una tarea grata, no deja de tener consecuencias sobre la vida del cuidador: cambios en las relaciones familiares, en el trabajo y en la situación económica, pérdida de tiempo de ocio y déficit en sus relaciones sociales, entre otras. De la misma manera, también afecta al estado de ánimo e, incluso, a la propia salud. Hay diversos estudios que aseguran que las personas cuidadoras tienen peor salud, acuden más al médico y, además, tardan más en recuperarse de las enfermedades.
El aumento de la esperanza de vida y el crecimiento del grupo de población a partir de los 80 años, sumado al incremento del número de personas de todas las edades que sufren algún tipo de deficiencia o discapacidad por enfermedad o accidente, hacen que engrose la cifra de personas con algún grado de dependencia que necesiten el cuidado de otras personas. Se estima que en España hay más de 600.000 personas con algún grado de dependencia y es la familia quien asume su cuidado en la mayoría de los casos.
Los problemas de salud del cuidador
La sobrecarga de trabajo y el estrés afectan a la calidad de vida y la salud del cuidador informal
Los datos de la Encuesta Nacional de Salud 2011-2012 del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad señalan que las mujeres asumen principalmente el cuidado de los menores y de las personas dependientes. Así, en casi el 85% de los casos, el papel de cuidador informal lo ejerce una mujer, sea esposa, madre o hija. Las mujeres, además, invierten mucho más tiempo en cuidar que los hombres y se suelen ver sobrecargadas por el trabajo que ello implica: la atención, el acompañamiento y la vigilancia de la persona dependiente.
Diversas investigaciones esbozan el perfil de la mujer cuidadora: es un familiar directo de la persona dependiente, no tiene empleo y también es responsable de las tareas domésticas, tiene un bajo nivel educativo y es de clase social baja. Otras muchas se ven obligadas a tener que abandonar su trabajo por la imposibilidad de compaginar las ocupaciones familiares con las profesionales.
La sobrecarga y el estrés derivado de de proporcionar cuidados durante largo tiempo a una persona dependiente o con discapacidad afecta a su calidad de vida y al estado general de salud. Estas consecuencias se han estudiado de forma extensa. El gasto de energía y el tiempo que se invierte en ello provoca cansancio, disminución del tiempo de ocio, abandono de las relaciones sociales, sentimiento de depresión, deterioro de la propia salud, abandono del trabajo, problemas económicos, menos tiempo para cuidar a los otros miembros de la familia y a uno mismo, entre otros.
Cuidar al cuidador informal
Por eso, las personas o familias con personas dependientes a su cargo necesitan soporte emocional y hacer un alto en el camino para recuperar fuerzas. Para evitar los efectos de cuidar a otra persona y hacerlo con calidad, es fundamental cuidarse uno mismo en todas las vertientes: física, psicológica y emocionalmente. Y para ello es importante tener en cuenta aspectos como delegar tareas y no intentar asumir toda la responsabilidad del cuidado; aceptar cualquier ayuda; conocer y admitir las propias limitaciones y, así, evitar frustraciones; poner límites en el cuidado de la persona; y cuidar la propia salud y bienestar, entre otros.
Para prevenir situaciones in extremis, lo más idóneo es pedir ayuda con el objetivo de aliviar la carga que supone la atención integral de un familiar o persona dependiente, ya sea a otros miembros de la familia o a la comunidad. En esta última hay disponibles servicios, públicos y privados, que se coordinan con el área de salud y se gestionan desde los servicios sociales del municipio o de la comunidad autónoma de la persona solicitante. Desde atención domiciliaria, asociaciones de ayuda mutua, programas de respiro familiar o de vacaciones con apoyo, hasta ayudas de carácter técnico, material o económico son algunas de ellas.
Un problema relacionado con el cuidado de larga duración a la persona dependiente -en instituciones o en la esfera doméstica- es el maltrato. Y en el hogar la figura maltratadora habitual de la persona dependiente es la pareja o los hijos (entre el 50% y el 60% de los casos). En España, diversos estudios estiman su incidencia entre el 4,5% y el 12%. No obstante, la Guía de Actuación del Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales ‘Malos tratos a personas mayores’ señala que es posible que entre cinco y siete de cada ocho casos de maltrato no se detecten y que, en muchos casos, son las propias víctimas quienes lo esconden, por lo que los porcentajes podrían ser muy superiores.
El estrés y la sobrecarga derivada de cuidar a una persona dependiente -sobre todo si padece algún trastorno emocional o psíquico-, los problemas familiares y económicos, además de los antecedentes psicopatológicos y de violencia familiar del responsable del cuidado, son algunas de las circunstancias asociadas al maltrato. Suele producirse por negligencia o abandono y es habitual que una persona sufra más de un tipo de malos tratos.