Tenemos hambre de piel. No es una frase hecha, sino una expresión que se corresponde con un fenómeno neurofisiológico que explica por qué la ausencia de contacto físico durante esta pandemia está afectando a la salud mental de muchas personas. El tacto es el primer sentido que desarrollamos y son esas caricias de los padres las responsables de nuestro crecimiento físico, emocional y cognitivo; las mismas que más tarde nos hacen estremecer con el roce del amante y también las que reconfortan tras la pérdida de un ser querido, calman el dolor o ahuyentan el miedo. No poder abrazar, acariciar, besar o ni siquiera “chocar esos cinco” está creando una inestabilidad emocional y gran incertidumbre entre la población, en especial en las personas que viven solas. Tocar siempre será importante, sobre todo para una sociedad como la nuestra, pero mientras no podamos hacerlo, los psicólogos recomiendan seguir transmitiendo cariño con las palabras, como explicamos en las siguientes líneas.
Consecuencias de la falta de contacto físico
Ese abrazo fugaz al despedir a un amigo tras una noche de fiesta, el achuchón a los nietos, un roce de manos a escondidas, el primer beso, los dedos de una madre secando tus lágrimas, el pellizco en la mejilla de la abuela, cerrar un trato dándole la mano a un cliente o calmar el sufrimiento de un compañero con la palmadita en la espalda. Es el contacto físico, ese toque mágico que nos llena de vida, que tanto nos relaja y también excita, el mismo que hemos dado por sentado toda la vida hasta que nos lo ha arrebatado la pandemia.
Especialmente lo echan de menos las personas que viven solas, ya que esa ausencia de tacto que antes encontraban en la calle, ya fuera saludando a los vecinos o compartiendo momentos de ocio con amigos o compañeros de trabajo, ahora no existe. Y esta pérdida de contacto absoluta ya ha comenzado a tener consecuencias en nuestra salud mental.
Dar o recibir besos, caricias y abrazos es la manera que tenemos los seres humanos de canalizar sentimientos, afectos, cuidados y seguridad, sobre todo en situaciones de tensión e incertidumbre, y no poder darlos está creando una carencia afectiva importante entre la población. “En consulta estamos observando inestabilidad emocional y alteraciones comportamiento en algunas personas, un estrés que se incrementa con aún más con el sufrimiento y la tristeza que padecen esas personas que no tienen la posibilidad de acompañar físicamente a su familiar enfermo o ni siquiera poder despedirse de él en caso de fallecimiento, situaciones que favorecen la aparición con el tiempo de duelos patológicos (vivir en estado constante de duelo) y estrés postraumático”, explica el psicólogo clínico Juan Cruz.
¿Nos pasará factura esta ausencia de piel? La psicóloga Olga Moraga cuenta que “ya hay múltiples estudios en marcha acerca de las consecuencias que tendrá a largo plazo y que será cuando pasen los años cuando se pueda concluir con mayor precisión de qué manera nos ha afectado”. Pero tomando como referencia las situaciones de guerra, y salvando mucho las distancias, porque aunque durante esta pandemia se hayan estado utilizando los mismos términos (toque de queda, estado de alarma, etc.) no estamos ante el mismo escenario, la psicóloga se aventura a comparar situaciones y predecir en un futuro “la aparición de trastornos obsesivos, fóbicos y, sobre todo, trastornos de estrés postraumático entre la población, con síntomas depresivos y ansiosos, sobre todo en aquellas personas que hayan estado hospitalizadas durante mucho tiempo, profesionales que hayan vivido situaciones muy estresantes y angustiosas o familiares que no hayan podido despedirse de sus seres queridos ni estar a su lado en el último adiós”.
Abrazar, fundamental para el desarrollo del cerebro
Imagen: Josh Willink
Echar de menos los achuchones no es un capricho, es una necesidad física y la ciencia lo confirma. La presión que ejercemos en el cuerpo del otro al abrazar o besar trasciende la muestra de afecto, ya que al hacerlo de inmediato se activan áreas del cerebro donde se libera oxitocina y serotonina. Mientras se incrementan los niveles de estas hormonas relacionadas con las emociones positivas, se reducen los de cortisol, la hormona que nuestro cuerpo produce ante situaciones estresantes, disminuyendo al mismo tiempo nuestro ritmo cardiaco y la presión sanguínea. Tocar nos relaja y tranquiliza, y es así desde que nacemos hasta que morimos.
“Los abrazos, los besos y las caricias están asociados a la protección, pero no solo sirven para cubrir necesidades afectivas, sino también físicas, ya que son fundamentales en el desarrollo del cerebro del recién nacido, aportando la madurez emocional y social”, explica Juan Cruz. De ahí que sea tan importante la piel con piel tras el nacimiento. “El contacto es necesario para el desarrollo físico, cognitivo y emocional de todos individuos; ya que aporta seguridad, bienestar, mitiga el estrés, nos valida como ser humano, fortalece nuestra autoestima y refuerza nuestro derecho a ser amados”, explica Olga Moraga.
La falta de afecto durante estos primeros años puede ser devastadora y así lo han demostrado varios estudios. Llevándolo al extremo, el caso de los abusos en los orfanatos rumanos tras la caída del régimen comunista en los 90 sirve para explicar cómo la absoluta ausencia de contacto físico en un recién nacido puede ser tan importante como la falta de nutrición, hasta el punto de complicar su desarrollo físico y social. La mayoría de estos niños, que fueron desatendidos y no recibían ningún gesto afectuoso o contacto alguno, mostraron años después retrasos graves en el desarrollo físico y mental.
Abrazos: los necesitamos en momentos de vulnerabilidad
Es cierto que las personas son diferentes, que unos somos más cariñosos que otros y que no todos necesitamos la misma dosis de arrumacos. Depende de la personalidad y las experiencias vividas. Pero hay algo que tenemos en común, y es el hecho de que es precisamente en los momentos de vulnerabilidad cuando sentimos más necesidad de dar y recibir abrazos.
Juan Cruz, que trabajó en el grupo de apoyo a las familias durante los atentados del 11M en Madrid, sabe muy bien que un abrazo es terapia contra el terror. “Cuando los psicólogos intervenimos en situaciones de emergencias, utilizamos el abrazo humano como una de las muestras de afecto que más pueden calmar el miedo, la ansiedad, la incertidumbre o la soledad entre las personas afectadas”, detalla.
Tocar con la palabra o cómo compartir emociones en la distancia
Hasta que todo pase y podamos volver a tocarnos, podemos intentar reforzar nuestra manera de comunicarnos. Estos son algunos trucos que pueden ayudar a sentir menos la falta de contacto.
- Echa mano de las emociones que os unen. Lo que decimos es importante, pero también cómo lo decimos. Para intentar tocar al otro con tus palabras puedes recurrir a esos hilos invisibles que te unen con él. ¿Os une el mismo sentido del humor, el gusto por la misma música o la fe? Prueba entonces a decírselo con un chiste, una oración o vuestra canción preferida.
- La importancia del lenguaje no verbal y la escucha activa. Escucha las quejas, el dolor o la tristeza del otro, pero hazlo mostrando atención, que note que estás ahí, que tu mirada acompañe su discurso.
- Resalta las palabras y expresa la emoción. ¿Cómo? Entonando, marcando ritmo y cadencia al hablar. ¡Cuántas veces nos hemos sentido tocados al leer una novela o una determinada historia! Utiliza ahora tus palabras como si fueran una extensión de tus manos, que suenen a poesía, que le lleguen tan adentro que casi note que aprietan su piel.
- Transforma la realidad con el poder de tus palabras. Pequeños matices en nuestro discurso pueden marcar a diferencia a la hora de hacer que el otro se motive o desmotive. Crea en tu mente la realidad que quieres que ocurra y transmítelo al otro. No es lo mimo decir: “no nos queda más remedio que aguantar, ya nos veremos”, que “nos vamos a ver pronto, solo hay que aguantar un poquito más”.