Durante siete años, se ha analizado el efecto de la música en pacientes con síndrome coronario agudo sometidos a un proceso de revascularización. Las conclusiones han constatado que el corazón adapta el ritmo cardiaco al de la música y, con ciertas melodías, el cuerpo se relaja y adopta una sensación de descanso beneficiosa en estas situaciones. Estos resultados pueden revolucionar el silencio que se procura para los pacientes de las unidades de vigilancia intensiva.
La combinación de placas de ateroma y trombos puede ocluir las arterias coronarias y llegar a originar una serie de trastornos conocidos como síndromes coronarios agudos, que comprenden la angina de pecho inestable, el infarto agudo miocárdico y la muerte cardiaca súbita. El tratamiento se basa en la revascularización, un procedimiento para restablecer el flujo de sangre a los tejidos. El equipo de Predrag Mitrovic de la Universidad de Belgrado, sin embargo, parece haber encontrado una terapia complementaria: la música.
Música clásica
Tras someter a enfermos con cardiopatía a doce minutos diarios de música y seguir su evolución durante siete años, los investigadores descubrieron cómo, con un método sencillo y barato, se puede apoyar la recuperación de quienes tienen una salud muy delicada después de la revascularización. El éxito de la terapia consiste en la adecuada selección de los temas.
La música no sólo puede aliviar una depresión, sino actuar también como motor de la memoria y terapia coadyuvante para el Parkinson
Cada paciente, según el especialista serbio, requiere una melodía acorde con su situación: «En general, optamos por músicas que disminuyan la actividad del sistema nervioso simpático; Beethoven es la estrella, y los pacientes se sienten mejor tras la escucha diaria». Mitrovic asegura que la escucha atenta de determinadas canciones proporciona al organismo un beneficio colosal. Estudios previos ya habían confirmado que la música reduce la ansiedad, pero este último ha descubierto que entre los pacientes que la escuchan, las presiones sistólica y diastólica disminuyen de manera significativa, así como el ritmo cardiaco y los episodios de angina inestable, reinfarto, insuficiencia cardiaca y muerte súbita. Este estado del paciente, reduce también la frecuencias de las revascularizaciones.
Mejora la vasodilatación
Mitrovic sugiere que el corazón adapta el ritmo cardiaco y la hemostasis (conjunto de mecanismos que controlan la pérdida de sangre del organismo) al propio de la música. Esto supone una especie de «enganche» que permite «descansar» a los barorreceptores (terminaciones nerviosas en las paredes de los vasos) encargados de adaptar la presión de la sangre a las distintas circunstancias. El cuerpo se relaja, incluso cuando el ritmo de la música sea intenso, «porque se apoya en él y adopta una sensación de descanso beneficiosa».
En parámetros clínicos, la escucha musical mejoró la vasodilatación de los pacientes estudiados en un promedio del 26%, «más que el efecto de la risa, estudiado a través del visionado de DVD», aclara el especialista. Después de Beethoven, la música más vasodilatadora se decanta a favor de las canciones de estilo country. Este estudio ratifica una idea que se planteó hace siglos. Sin embargo, se detalla un efecto fisiológico que se debe tener en cuenta: la música heavy-metal puede contraer los vasos sanguíneos, pero con un efecto mucho menor (6%).
A buena parte de los pacientes revascularizados se les trata para evitar un accidente vascular cerebral (ictus); se desconoce si la música puede ejercer en ellos un papel neuroprotector.
Imagen: Jesper Noer
El neurólogo y escritor Oliver Sacks dedica a la música su último libro “Musicophilia: Tales of Music and the Brain” (Musicofilia, historias de la música y del cerebro). Inglés afincado en Nueva York, el autor de “Despertares” y “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” (un relato sobre cómo afrontar una enfermedad neurológica), afirma que los seres humanos “somos una especie tan lingüística como musical”. En este libro, analiza la relación que tiene la música con determinados trastornos. Sacks desvela fenómenos poco conocidos y nada divulgados, como las alucinaciones musicales, las melodías pegadizas que se convierten en bucles cerebrales, el síndrome de Williams o la amusia (incapacidad para escuchar música).
En el aspecto terapéutico, Sacks sostiene que escuchar música no sólo puede aliviar una depresión o levantar el ánimo, sino actuar también como motor de la memoria y terapia coadyuvante para ciertas enfermedades como el Parkinson, la encefalitis o el síndrome de Tourette. El autor destaca el caso de Martin, un enfermo con retraso mental profundo que aprendió de memoria más de dos mil óperas completas.