El Síndrome de la Abuela Esclava es el nombre dado por el profesor Antonio Guijarro, Cardiólogo de la Universidad de Granada a “un cuadro clínico patológico muy frecuente, grave, potencialmente mortal y que afecta a amas de casa en ejercicio activo”. Aunque todavía no existen datos exactos, ya que las investigaciones son muy recientes, se trata, según Guijarro, de “una auténtica pandemia” que sufren miles de mujeres de edad avanzada con excesivas responsabilidades familiares.
Demasiadas tareas
En apariencia los síntomas de estas mujeres son externos. Acuden una y otra vez a las consultas médicas por cansancio, hipertensión, subidas repentinas de azúcar, decaimiento o tristeza, pero nunca alcanzan a manifestar que llevan sobre sus espaldas la responsabilidad de sus casas, la de sus hijos y el cuidado de sus nietos. Es este exceso de trabajo, acompañado en la mayoría de los casos con la responsabilidad de hacerse cargo de niños pequeños, lo que les provoca un estrés familiar que no se atreven a confesar.
La falta de sinceridad, tanto hacia los médicos como hacia su propia familia, viene originada por una especial concepción de la responsabilidad, formada por una educación basada en la entrega a la familia. Sin embargo, sus cuerpos ya no soportan tanta tensión. Según Antonio Guijarro, primer médico español que le ha puesto nombre a este síndrome, estas mujeres tienen un perfil muy similar: “vivieron los años de la posguerra y numerosas estrecheces. Se ejercitaron en trabajar y obedecer sin rechistar. Ahora son amas de casa con responsabilidades familiares que les sobrepasan, llegando a extenuarles. Pero no se quejan, porque no estaría bien”.
Esa falta de lamentaciones es el principal problema para atajarlo, ya que todas las dolencias intentan curarse con fármacos o incluso hospitalizaciones. Una vez en el hospital y sin cargas domésticas, estas mujeres mejoran de forma muy notable, pero al volver a su rutina cotidiana resurgen los mismos síntomas, o incluso, otras enfermedades. En los casos más extremos de este síndrome, según el profesor Guijarro, una mujer angustiada puede llegar al suicido, ya que no se ven con fuerzas para sobrellevar todas las tareas impuestas, se sienten incapaces, inútiles y con temor a sentir el desprecio de sus seres queridos.
Causas
El Síndrome de la Abuela Esclava se produce por un agotamiento excesivo o sobreesfuerzo físico y emocional crónicos. El estrés se refleja por el agobio o “la sobrepresión que nace de esa obligación, con responsabilidad directa, de cumplir simultáneamente varias tareas con eficacia, puntualidad y acierto”, según el doctor Guijarro.
Algunas de las causas que pueden provocar este estrés son las siguientes:
- Realizar trabajos o actividades extra-hogareños, sin liberarse de las obligaciones de ama de casa.
- Familia numerosa
- Ancianos, niños o enfermos a su cargo.
- Hijos que, tras independizarse, vuelven al hogar materno acompañados de pareja y/o hijos.
- Enfermedades asociadas al natural envejecimiento que limitan la capacidad física y emocional de la paciente.
- Ausencia o pérdida de ayudas domésticas.
- Traumatismo emocional: enfermedad grave o fallecimiento de un ser querido. Separación conyugal propia o de un hijo.
- Deterioro económico: Disminución del poder adquisitivo tras la jubilación. Fracaso de negocios familiares. Pérdidas patrimoniales.
- Acumulación de obligaciones: Atender a familiares que residen fuera del hogar (hijos, nietos, parientes próximos).
Síntomas principales
Estos son algunos de los síntomas comunes en mujeres que padecen este síndrome:
- Hipertensión arterial de difícil control, con oscilaciones muy bruscas, aparentemente caprichosas.
- Molestias paroxísticas: sofocos, taquicardias, palpitaciones en el cuello o el tórax, dolores punzantes por el pecho, que cambian de un lado a otro, dificultad para respirar, mareos, hormigueos, desvanecimientos.
- Debilidad o decaimiento persistentes, un cansancio extremo desproporcionado respecto a sus actividades actuales. En el pasado soportaron tareas mucho más agotadoras sin sentir atisbos de cansancio.
- Caídas fortuitas: las piernas no pueden sostener el cuerpo y la paciente cae al suelo, generalmente sin perder el conocimiento.
- Malestar general indefinido: Casi nunca se sienten cómodas, a gusto ni relajadas, sin saber definir exactamente por qué.
- Tristeza, desánimo, falta de motivación.
- Descontrol de padecimientos metabólicos, como la diabetes. Alternan unas elevaciones alarmantes de las glucemias con descensos bruscos peligrosos, provocando mareos e incluso coma.
- Autoinculpación. Se sienten culpables de su incapacidad actual.
Soluciones
Para poder dar solución a una situación de excesivo estrés familiar, el doctor Guijarro aboga por la implicación de la familia y de todo el entorno más cercano, ya que son los propios familiares quienes deben descargar de un exceso de trabajo a la abuela, aunque sin mermar su autoestima.
“La curación o liberación definitiva se alcanza cuando se consigue el equilibrio entre los cometidos asignados a la abuela y su fortaleza física y emocional”. De este modo, en el momento en que se cancelan responsabilidades excesivas y se produce un contacto equilibrado con la familia, la mujer con este síndrome siente una notable mejoría. Según Guijarro, este síndrome “se puede curar con tan sólo concienciar a las familias a través de los medios de comunicación. Pacientes que antes habrían venido a la consulta, ahora saben de dónde le vienen tantas molestias y están en disposición de combatirlas”.
Desconfianza en el término
A pesar del interés que ha despertado el libro del profesor Guijarro (“El Síndrome de la Abuela Esclava. Pandemia del siglo XXI”), no todos sus colegas de profesión están de acuerdo con la existencia de este síndrome.
El doctor José Mercé, especialista en Geriatría del Hospital Doctor Peset de Valencia, considera que se le da demasiada importancia a un hecho que es normal. En su opinión es preferible que “los niños estén con los abuelos a que se críen en guarderías, por mucha psicomotricidad que les impongan”.
Para este especialista en la Tercera Edad, al contrario de lo que afirma el doctor Guijarro, “los mayores tienen sus propias enfermedades y la relación y el contacto entre los mayores y los nietos provoca que los niños vean la vejez como algo necesario y respetuoso, no como un problema”. “Para los niños supone un gran enriquecimiento escuchar las batallitas del abuelo y esto supone perpetuar la tradición de la cultura oral. Contar cosas a los jóvenes inexpertos”, añade.
Reconoce que es una responsabilidad para los mayores hacerse cargo de los niños, pero también ayuda a los más pequeños a conocer y responsabilizarse de personas mayores. En este sentido, considera que tan esclava puede considerarse una madre trabajadora o cualquier padre que “sienta el agobio de la responsabilidad de educar a un hijo”.
En un punto intermedio entre las dos posturas se encuentra la organización ABUMAR (Abuelos en Marcha) que trata de potenciar la imagen de los abuelos, así como de dignificar su persona hacia los nietos. Esta asociación persigue precisamente el encuentro intergeneracional y defiende la figura del abuelo y los derechos que tiene hacia sus descendientes.
Marisa Viñes, presidenta de la asociación, asegura que debido a enfrentamientos o divorcios, algunos abuelos están privados de ver a sus nietos y de disfrutar de ellos. Viñes reconoce que en su asociación son muchas las abuelas que ayudan a sus hijos y ofrecen una asistencia en las tareas de la casa, pero reconoce que en ningún momento ha conocido casos extremos.
Testimonio
Josefa, que nació el mismo año en el que comenzó la guerra civil española, tiene 67 años y vive con su marido de 70 años. Su vida es un claro exponente de este síndrome. Ahora padece hipertensión y le acaban de diagnosticar niveles altos de azúcar en la sangre, a pesar de que cuida lo que su marido y ella comen, ya que él es también hipertenso.
Ella se hace cargo de la compra de su hija Mª José, y de llevar al colegio a sus cuatro nietos, dos de cada uno de sus hijos. Esta responsabilidad le supone recogerlos cada mañana temprano: a las 8:30 a unos y a las 8:45 a los otros. Los acerca al colegio y hasta las 12:00 se ocupa de su casa, de la compra, y de los encargos de sus hijos. Con cuatro niños a comer todos los días en casa, esta hora es bastante conflictiva. “Hay días que, por no oírlos, preparo hasta tres comidas diferentes, para que cada uno coma lo que quiera”. Josefa los acompaña de nuevo al colegio y, por supuesto, los recoge a las cinco de la tarde.
Afortunadamente, su hijo Luis puede recoger a los más pequeños enseguida pero los nietos más mayores, de 10 y 8 años, se quedan con ella y su marido hasta las siete y media, cuando los del segundo turno (su hija y su yerno) aparecen para llevárselos. A la frenética actividad de cualquier jornada hay que añadir la de los días en que se presenta alguno de sus hijos a comer “y sin avisar”, o la de las fiestas especiales, cuando debe quedarse con todos los críos mientras los mayores hacen compras o salen a divertirse.
Según ha contado, los fines de semana se los toma como unas vacaciones, “aunque tampoco puedo descansar demasiado, porque también tengo que atender mi propia casa y a mi marido”. Como compensación, Josefa encuentra gratificante que los nietos mayores le cuenten más secretos que a sus padres. Además, “de vez en cuando me dicen que ellos me cuidarán cuando ¡yo sea viejecita y no pueda hacer nada!”, añade.