Todas las personas pasan por diferentes estados de ánimo a lo largo de la vida sin tener que alarmarse por ello, pero en el caso de los enfermos bipolares esos cambios de su tono vital pueden llevarles a situaciones extremas como regalar todas sus propiedades sin ningún control o suicidarse. La enfermedad bipolar, también conocida como maníaco-depresiva, consiste en una alteración de los mecanismos que regulan el estado de ánimo, que provoca en el enfermo episodios de euforia, ánimo excesivo, hiperactividad, trastornos del sueño y del apetito, además de fases de fuerte depresión que pueden prolongarse durante varios meses. Durante estos períodos el enfermo puede sufrir además delirios y alucinaciones que hagan necesario su hospitalización para evitar males mayores. Aunque no tiene cura, una medicación controlada permite llevar una vida normal a un alto porcentaje de los pacientes.
Síntomas de cada fase
En nuestro cerebro existe el denominado “sistema lïmbico” cuyo cometido es regular el estado de ánimo a través de una especie de ‘regulador’. La función de este sistema resulta similar a la de un termostato doméstico que adapta la temperatura del sistema de calefacción a los cambios ambientales de una vivienda y la mantiene estable. En general, el estado de ánimo de las personas tiende a ser regular y dependiente de los factores ambientales externos, pero cuando una persona padece un trastorno bipolar, su ‘animostato’ no funciona correctamente y su humor pasa a ser inestable y muy variable, a veces causado por un factor externo y otras sin ninguna causa aparente. Esto provoca que el paciente alterne a lo largo de su vida episodios depresivos, fases asintomáticas, conocidas como eutimia, y episodios de euforia, que pueden llevarle a situaciones extremas de pérdida de control de sus actos.
La fase de ‘manía’ provoca episodios de euforia o ánimo excesivo. Los enfermos experimentan durante este período algunos de los siguientes síntomas: irritabilidad, hiperactividad, disminución de la necesidad de dormir, locuacidad, aumento de la sociabilidad, ideas de grandeza, aumento del impulso sexual, aceleración del pensamiento, gastos excesivos e inapropiados, conducta desordenada, planes irrealizables, ideas delirantes o alucinaciones.
Los síntomas de la fase depresiva suelen coincidir con los que conocemos de una depresión normal: apatía, falta de ilusión, sensación de tristeza o vacío, baja autoestima, dificultad para realizar las tareas habituales, enlentecimiento, falta de concentración, deseo de morir, molestias físicas, ansiedad, insomnio o exceso de sueño, pérdida o exceso de apetito, inhibición social, ideas de culpa o ruina.
La causa del trastorno bipolar es genética, pero los factores externos pueden acelerar su aparición, según explica Eduard Vieta, psiquiatra y coordinador del Programa de Trastorno Bipolar del Hospital Clínico Universitario de Barcelona. “La causa principal es genética, pero al igual que ocurre con otras enfermedades como la diabetes, unas personas son más vulnerables que otras a la aparición del trastorno bipolar. Uno de los factores que más influye en este trastorno es el estrés, pero no lo que entendemos habitualmente por estrés, porque aquí lo que estresa son los cambios que no permiten una adaptación de la persona”.
El consumo de drogas también es otro factor que puede desencadenar antes la enfermedad, tal y como señala Ana González Pinto, jefe clínico de Psiquiatría del Hospital Santiago de Vitoria. “Los factores externos aceleran la aparición de muchas enfermedades psiquiátricas. En el trastorno bipolar el consumo de drogas puede ser muy peligroso porque adelanta la aparición del primer episodio, y la edad en la que esto ocurre es muy importante para el paciente”, explica la doctora. El primer episodio del trastorno bipolar suele aparecer durante la adolescencia, aunque también puede darse en niños o no presentarse (o más bien detectarse) hasta la edad adulta, que es cuando llega a su máximo auge. La edad más común es alrededor de los 18 años, de ahí la importancia de conseguir retrasar su aparición para evitar que el paciente no termine los estudios o no pueda incorporarse al mercado laboral.
Distintos tipos de trastorno bipolar
Alrededor de un 2% de los adultos sufre trastorno bipolar en Europa. En adolescentes la prevalencia es del 1% y sólo 0,3% en niños. En Estados Unidos la cifra es algo mayor ya que las estadísticas varían en función de dónde se ponga la barrera diagnóstica. “Hay personas que lo tienen en un grado que se determina claramente como enfermedad y otras en las que existen dudas”, apunta el doctor Vieta. Lo mismo ocurre a la hora de hablar de un ligero predominio femenino del trastorno. El psiquiatra catalán señala que hay 1,2 mujeres por cada hombre, pero añade que si se admiten los casos de depresiones con pequeñas euforias, todavía hay muchas más mujeres. Aunque se trata de una enfermedad hereditaria, las probabilidades de que el hijo de una persona afectada lo sufra son reducidas, y sólo se incrementan un 10% más que en cualquier otra persona.
Se pueden distinguir cuatro tipos de trastorno bipolar:
Trastorno bipolar tipo 1: Se caracteriza por fases de manía, que generalmente requieren hospitalización, y depresiones intensas. Ambas etapas pueden ir acompañadas de delirios y alucinaciones, lo que puede provocar durante la etapa de manía que el paciente se crea superdotado o un Mesías moderno que debe salvar al mundo y que reparta todo su dinero entre los pobres. Mientras que durante la depresión puede llegar a sentirse tan culpable de todo lo que ocurre a su alrededor que desee el suicidio. Por ejemplo, podría darse el caso de un enfermo que piensa que es el demonio y que el Papa ha muerto por su culpa, y desear morir por ello.
Trastorno bipolar tipo 2: Consiste en fases depresivas igual de intensas que en el tipo 1, pero fases de euforia más moderadas denominadas hipomanía, que no requieren ingreso hospitalario y a veces incluso pueden pasar desapercibidas. La doctora González Pinto comenta que este tipo de trastorno se da en personas que pasan una depresión y cuando salen de ella están demasiado contentas, pero no se dan cuenta de que no es un estado normal del todo. En estos casos nunca llegan a hacer cosas extremas ni poner en riesgo su forma de vida, simplemente sienten una alegría desmesurada y cierta hiperactividad, acompañados de otros síntomas como: aumento de la autoestima, aumento de la sociabilidad y la locuacidad, dormir menos de lo habitual, mayor agilidad mental, mayor interés por el sexo, gastar más de lo habitual, optimismo exagerado, falta de autocrítica o cambios bruscos de humor. Algunos de los enfermos definen esta fase como positiva y consideran que es el momento de su vida en el que mejor se han encontrado.
Trastorno bipolar mixto o fases mixtas: consiste en una mezcla de síntomas depresivos y maníacos a la vez. Este tipo de fases resultan muy difíciles de diagnosticar porque el enfermo está triste pero a la vez eufórico a ratos, generando gran desconcierto y un gran sufrimiento para el paciente y su familia. Durante las fases mixtas el enfermo puede experimentar varios síntomas al mismo tiempo: mal humor, aceleración del pensamiento, inquietud, hostilidad, falta de ilusión, cambios rápidos de humor, insomnio, comportamiento descontrolado, ideas delirantes o negativas, alucinaciones o fragilidad emocional.
Ciclotimia: se trata de la sucesión de hipomanías y fases depresivas leves o moderadas, y es frecuente que quienes la sufren nunca hayan solicitado atención psiquiátrica por no ser conscientes del trastorno e ignorar que existe un tratamiento. Las personas ciclotímicas son vistas por los demás como inestables o imprevisibles. Aunque es un tipo de enfermedad más suave, es crónica y muy duradera, ya que las fases de depresión y de hipomanía son mucho más largas.
Afortunadamente los enfermos de trastorno bipolar no pasan toda su vida de una fase a otra. Tras superar una crisis de cualquier tipo, existen períodos en los que el estado de ánimo se va normalizando y los síntomas de la enfermedad desaparecen prácticamente por completo. Estas fases se denominan ‘eutimia’ o ‘estado de ánimo correcto’. La psiquiatra Ana González Pinto, que dirige uno de los dos Centros Stanley de Investigación del Trastorno Bipolar que existen en España, considera que la duración de cada fase depende mucho de la forma de ser de cada paciente, aunque los últimos estudios demuestran que el tiempo que los pacientes graves pasan enfermos es aproximadamente entre un tercio y un 40% de su vida si se medican de forma adecuada.
Duración de las fases y tratamiento
En condiciones normales una fase depresiva suele durar entre 6 y 9 meses y la fase maníaca entre 2 y 4 meses, aunque el doctor Eduard Vieta asegura que si se sigue un tratamiento farmacológico la duración puede acortarse bastante. “Dependiendo de cuando se inicie el tratamiento, la fase maníaca puede reducirse a una cuarta parte, mientras que la fase depresiva se acorta alrededor de un 30%. Es decir, que somos más eficaces tratando las fases maníacas que las depresivas. El problema es que durante el episodio de manía los pacientes no son tan conscientes de que están enfermos y no suelen acudir por sí solos en busca de ayuda”.
En opinión de los expertos consultados el trastorno bipolar es una de las enfermedades psiquiátricas que cuenta con mayores recursos para su tratamiento, ya que se dispone de medicación que frena las fases de euforia y ayuda a superar la depresión, además de reducir la frecuencia de las recaídas y su intensidad. La doctora González Pinto insiste en que hay fármacos muy eficaces tanto en la prevención como en el tratamiento. “Entre los estabilizadores, el litio es el que más se usa, aunque también hay antipsicóticos muy eficaces. Además hay mucha investigación en marcha. Lo importante en esta enfermedad es que hay que medicarse de por vida para tenerla controlada. El paciente debe planteárselo como si tuviera cualquier otro problema crónico. Lo que no debe hacer es ponerse una venda en los ojos y no asumir lo que le ocurre. Es fundamental tomar bien la medicación y no saltarse ninguna toma porque tiene una gran repercusión en el enfermo”, advierte.
Según un estudio de seguimiento de diez años realizado con pacientes en tratamiento con sales de litio, las personas que tenían olvidos a la hora de tomar las pastillas recaían entre dos y cuatro veces más que las que tomaban correctamente la medicación. Estos resultados demuestran la importancia de seguir correctamente el tratamiento, una idea que corrobora Pilar García, presidenta de la Asociación Bipolar de Madrid, y afectada por este trastorno. “Para nosotros es básico tomar conciencia de la enfermedad y una correcta medicación para poder llevar una vida más o menos normal y estar más estabilizados. También es muy importante conocerse bien a uno mismo para saber qué cosas te ponen nervioso o te pueden acelerar, para reconocer pronto los síntomas e ir al médico lo antes posible”.
Las asociaciones de afectados por esta enfermedad realizan una gran labor organizando grupos de autoayuda que son muy útiles para el enfermo y sus familiares. Pilar García recomienda tener información y formación para enfrentarse al trastorno, e intentar huir de procesos destructivos o de la marginación social. “Hay que dar habilidades al enfermo para que vuelva a socializarse. La asociación es un foro estupendo para ello porque conoces gente como tú y desdramatizas la enfermedad”, explica.
El tratamiento no sólo consiste en medicación. A juicio del doctor Vieta más que una terapia es un ‘entrenamiento’, porque considera que la enfermedad “es como un caballo salvaje al que hay que aprender a domesticar, y para eso hay que aprender primero a montar a caballo. Nosotros les enseñamos a reconocer los síntomas de recaída a tiempo para que acudan al psiquiatra antes de que la crisis les supere. También les enseñamos el manejo del estrés, que se consigue siguiendo ciertas rutinas. Por ejemplo es muy importante que duerman lo suficiente y que no alteren los horarios de sueño. Las personas que trabajan a turnos tienen más problemas porque altera la biología del ‘animostato”.
Diagnóstico tardío. Papel de la familia
El gran problema del trastorno bipolar es que aún se tarda mucho en diagnosticar: una media de siete años en Europa y diez en países como Estados Unidos, lo que perjudica enormemente a los enfermos, ya que los expertos aseguran que el 80% del daño y complicaciones que provoca la enfermedad se produce durante los primeros cinco años. “Hay aspectos sociales que no se entienden cuando empieza la enfermedad. Suele coincidir con los años de estudio de la persona o cuando empieza a trabajar. También es una época en la que se suelen iniciar las relaciones sentimentales y un diagnóstico tardío puede dejarles fuera de juego para siempre en muchos aspectos de su vida”, comenta Eduard Vieta.
Pero además de la parte social, hay que tener en cuenta la parte biológica de la enfermedad, porque al principio la aparición de los episodios está más relacionada con factores externos, pero con el paso del tiempo se independiza y se hace espontánea, y por tanto menos controlable y previsible. “Los primeros años son decisivos para evitar que la enfermedad se malignice y vaya por su cuenta con independencia de que la situación del paciente sea estresante o no”, puntualiza el psiquiatra.
¿A qué se debe el retraso en el diagnóstico? Por un lado este psiquiatra lo achaca al desconocimiento de la enfermedad entre los médicos de cabecera, que a menudo confunden los síntomas con una depresión, y se limitan a recetar antidepresivos. “Esto lo único que hace es favorecer que el paciente se ponga maníaco otra vez. Los antidepresivos se pueden usar, pero siempre hay que recetar antes un estabilizador”. Otra razón del diagnóstico tardío es que los pacientes no son tan conscientes de que están enfermos durante la etapa maníaca y no van al psiquiatra, porque siempre encuentran explicaciones alternativas para las cosas inusuales que hacen.
Las consecuencias que acarrea un trastorno bipolar sin tratamiento pueden ser muy graves. La peor es el suicidio, que ocurre generalmente durante la fase de depresión profunda. Ana González Pinto señala que hay alrededor de un 10% de suicidios consumados, aunque recuerda que esta cifra se podría reducir mucho si los pacientes se trataran. El abuso de drogas y los problemas familiares (parejas rotas, separaciones y conflictos) son también consecuencias habituales de esta enfermedad. Asimismo los casos graves pueden suponer la pérdida del puesto de trabajo, ya que la euforia puede llevar a contraer riesgos excesivos y gastar más de lo que se tiene, mientras que la depresión comporta bajas laborales y un evidente descenso de la productividad.
La familia juega un papel fundamental en el desarrollo de la enfermedad, puesto que puede convertirse en una gran ayuda o en un perjuicio, si es un factor estresante para el paciente. En general los psiquiatras observan dos tipos de errores en los familiares: una sobreprotección, sobre todo cuando el paciente es joven, o una negación de la enfermedad, más común entre los cónyuges. Para ellos también existen programas de psicoeducación, que tratan de corregir aspectos específicos de la relación entre paciente y familia.
Pilar García, de la Asociación Bipolar de Madrid, reconoce que la familia lleva mejor la fase depresiva que la maníaca: “en la depresiva estás más controlado aunque sufres más. En la maníaca se pueden hacer muchas tonterías, pero no se tiene tanta conciencia de la enfermedad y por eso lo primero que suele hacer el enfermo es dejar la medicación, porque muchas veces tiene la sensación de sentirse mejor que nunca. Tienes mucha energía y para la familia es difícil convencerte de que no es real y que necesitas un ingreso forzoso. Normalmente esto lleva a situaciones muy desagradables”.
El trastorno bipolar no se cura, pero la medicación permite compensarlo para que un porcentaje razonable de enfermos lleven una vida normal. Según un estudio europeo, coordinado por Vieta y realizado entre más de 3.500 pacientes, un tercio de los bipolares no puede trabajar porque está incapacitado, otro tercio está trabajando pero por debajo de sus posibilidades o en condiciones de precariedad a causa del trastorno, y otro tercio lleva una vida prácticamente normal.