El trastorno desintegrativo infantil es una enfermedad psicológica poco conocida. La sufren niños que tienen un aparente desarrollo normal durante los primeros años de su vida. Pero llega un momento en el que empiezan a perder capacidades adquiridas relacionadas con el lenguaje expresivo o receptivo, habilidades sociales o comportamiento adaptativo, control de esfínteres, juego y habilidades motoras.
Niños con un desarrollo normal, pero que empiezan a sufrir una regresión en áreas como el lenguaje, el control de esfínteres, las habilidades sociales y motoras y el juego. En algunos casos, pierden casi por completo el lenguaje. Este trastorno se inicia, como mínimo, a los dos años de edad y no más tarde de los diez. En numerosos casos se desarrolla una fase previa que se denomina «premonitoria», en la que el niño se muestra irritable y ansioso. El tratamiento incluye a menudo terapia conductual y farmacológica para recuperar las habilidades perdidas.
Trastorno desintegrativo infantil: una alteración del desarrollo
Esta dolencia está clasificada en el grupo de los trastornos generalizados del desarrollo, en el que también figuran, entre otros, el autismo (que se caracteriza sobre todo por la incapacidad para establecer relaciones normales con otras personas), el síndrome de Rett (un trastorno del sistema nervioso que lleva a una regresión en el desarrollo, sobre todo en las áreas del lenguaje expresivo y en el uso de las manos, y que sufren casi en exclusiva las niñas) o el de Asperger (que también se confunde con el autismo, ya que hay una gran dificultad en las relaciones sociales y se repiten comportamientos).
A menudo, el inicio del trastorno desintegrativo infantil coincide con factores estresantes en la vida del niño o con una infección
El trastorno desintegrativo infantil se denominó durante mucho tiempo síndrome de Heller, ya que fue el psiquiatra austriaco Theodor Heller el primero en citarlo en el año 1908. Este psiquiatra describió a seis niños que «habían sido tranquilos y despiertos. Al llegar a los tres o cuatro años de edad se volvían inquietos, perdían la docilidad, se enfadaban a veces sin provocación visible, gemían y destruían los juguetes con los que solían jugar». Se detectaba una pérdida general de las funciones adquiridas, que al cabo de pocos meses conducía al mutismo y a la demencia.
Trastorno desintegrativo infantil: más sombras que luces
A menudo, se confunde su diagnóstico con el autismo, ya que los síntomas de ambas alteraciones de la salud son parecidos. Aunque el trastorno desintegrativo infantil destaca por dos diferencias muy relevantes: antes del inicio, el niño ha tenido un desarrollo normal y, según algunos autores, cuando se desarrollan los síntomas, en general, son más graves. En ocasiones, la regresión de las funciones (como el lenguaje, el control de esfínteres o las habilidades sociales) es gradual (durante varias semanas o meses) o muy rápida (días).
Según diferentes investigaciones, el trastorno desintegrativo infantil sería entre 10 y 60 veces menos frecuente que el autismo. No obstante, su pronóstico es peor: afecta a adultos muy o totalmente dependientes.
Los especialistas no conocen todavía cuáles pueden ser las causas de desarrollo. Se ha observado que en las fases de inicio coincide, a menudo, con factores estresantes en la vida del niño, como el nacimiento de un hermano, una mudanza o un problema de salud de la madre que haya requerido hospitalización. Pero, como señalan otros especialistas, estos son hechos muy frecuentes en la infancia y muchos niños no sufren ninguna consecuencia asociada. También se baraja que su origen sea una infección, como el sarampión o la tos ferina, una enfermedad bacteriana muy contagiosa que ocasiona una tos violenta e incontrolable que puede dificultar la respiración.
Según el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales”, de referencia para numerosos psicólogos y psiquiatras, los criterios para el diagnóstico son los siguientes:
Desarrollo aparentemente normal durante por lo menos los primeros dos años posteriores al nacimiento, con comunicación verbal y no verbal, relaciones sociales, juego y comportamiento adaptativo apropiado a la edad del niño.
Pérdida significativa de habilidades adquiridas con anterioridad (antes de los 10 años de edad), en un mínimo de dos de las siguientes áreas:
- Lenguaje expresivo o receptivo.
- Habilidades sociales o comportamiento adaptativo.
- Control intestinal o vesical.
- Juego.
- Habilidades motoras.
Anormalidades en, por lo menos, dos de las siguientes áreas:
- En la interacción social: alteración en el comportamiento no verbal, incapacidad para desarrollar relaciones con compañeros, ausencia de reciprocidad social o emocional, entre otras.
- En la comunicación, retraso o ausencia de lenguaje hablado, incapacidad para iniciar o mantener una conversación, utilización estereotipada y repetitiva del lenguaje y ausencia de juego realista variado.
- En el patrón de comportamiento, intereses y actividades restrictivas y repetitivas.
El trastorno no se explica mejor por la presencia de otra alteración del desarrollo o de esquizofrenia.