La tricotilomanía o el trastorno de arrancarse el pelo afecta a casi cuatro de cada cien personas y, aunque no es una enfermedad muy común, sus consecuencias pueden derivar en trastornos psicológicos importantes que deben controlarse a tiempo. Los más perjudicados son siempre las mujeres y los niños, bien sea por presentar cuadros de estrés asociados con cambios hormonales o como respuesta a la presión de padres y profesores. Si la ingesta del cabello se convierte en una costumbre, las consecuencias se complican, con riesgos para el aparato digestivo.
Causas
La tricotilomanía no está considerada una enfermedad muy común. Son pocos los casos que se conocen, aunque puede llegar a afectar a casi cuatro de cada cien personas. Quienes la padecen experimentan una necesidad casi obsesiva de arrancarse el pelo y advierten los expertos que, si no se controla a tiempo, puede convertirse en una enfermedad muy duradera. La parte más afectada suele ser la cabeza, sobre todo en el caso de los niños, aunque también es frecuente que los pacientes se empeñen en depilar con sus propias manos las cejas, las pestañas, las axilas o el pubis.
Según explica el jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario Ramón y Cajal, Jerónimo Sáiz, “en un 10% de los casos, la tricotilomanía está relacionada con un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC )”, y es que los enfermos llegan a arrancarse el pelo de manera casi irracional. “Lo que obliga a hacerlo es un impulso irresistible, y eso angustia”, matiza.
Existe la posibilidad de que la tricotilomanía se manifieste de manera aislada e individual respecto a otros trastornos, aunque es muy frecuente que se relacione con sintomatología obsesiva y cuadros de ansiedad. También se puede encontrar su origen en factores genéticos -pacientes con familiares enfermos-, temperamentales -dificultad de regulación de la conducta- o desencadenantes -situaciones de estrés-.
Actividades sedentarias como ver la televisión, leer, escribir, hablar por teléfono o el momento antes de ir a dormir son situaciones que favorecen el desarrollo de la enfermedad, puesto que el paciente se enfrenta a ratos vacíos en los que “no hay nada que hacer”.
La Sociedad Española de Dermatología y Psiquiatría subraya, por su parte, la asociación “manifiesta” entre el estrés emocional y la enfermedad física, derivada de hábitos compulsivos que alivian la tensión a través de la manipulación del cabello. “Los afectados quedan atrapados en pensamientos que no pueden controlar y se ven obligados a repetir ciertos comportamientos como el único medio de aliviar su tensión interna”, señalan desde la Sociedad.
Síntomas y consecuencias
Por lo general, las personas enfermas se comportan casi siempre de la misma manera. Momentos antes de arrancarse el pelo experimentan una tensión cada vez mayor, a la que sigue una sensación de “bienestar y gratificación” originada por la molestia que provoca el tirón capilar.
Posteriormente, existen varias alternativas. Así, mientras algunos juegan con el pelo haciendo bolitas, otros lo rompen en trocitos, hacen montones o, directamente, se llevan el cabello a la boca. “La sintomatología es la misma en niños y en adultos. Lo que hay que conseguir con ambos es transformar el control de los impulsos”, precisa María Jesús Mardomingo, jefe de la sección de Psiquiatría Infantil del Hospital Gregorio Marañón.
Respecto a la edad, se trata de un trastorno que aparece con más frecuencia entre los tres y los siete años y que se detecta gracias a las zonas de calvicie que aparecen después de arrancarse el pelo. En el caso de los niños, estas áreas se concentran generalmente en la cabeza, ya que sienten menos vergüenza de que la gente les descubra, mientras que los mayores, con la intención de ocultar su problema, recurren a zonas menos visibles.
Se dan casos en los que el problema empieza arrancando el pelo a otras personas o animales y cabe la posibilidad de que el paciente presente otras manías como morderse las uñas o arrancarse las pieles de los dedos.
Consecuencias
Pese a que el enfermo puede empezar a arrancarse el pelo de manera casual y dar lugar a un trastorno pasajero, lo más habitual es que esta necesidad se vaya acrecentando con el paso del tiempo, de manera que el cabello, como consecuencia de los tirones, acabe presentando una imagen distinta, con apariencia de haber sido comido por polillas. “El problema estético que se crea es importante”, manifiesta Jerónimo Sáiz.
En el plano personal, las consecuencias también son visibles. “Los pacientes no se controlan en los tirones, así que acaban teniendo una deficiente imagen personal, unida a una baja autoestima. Se sienten avergonzados por esa manía de arrancarse el pelo y huyen de la gente para ocultarlo”, describe María Jesús Mardomingo. “Tiene mucha repercusión en el entorno social”, añade.
Ante esta situación, los enfermos suelen negar categóricamente su problema y tratan de esconder las calvas mediante la acción del maquillaje o la ayuda de un estilista, que les recomendará la mejor peluca.
A todo esto hay que sumar, además, la posibilidad de complicaciones digestivas derivadas de la ingesta de cabello. Un trastorno que se conoce como tricofagia y que afecta, sobre todo, a los más pequeños, caracterizado por la presencia de náuseas y vómitos, así como por la pérdida de peso.
La tricofagia está originada por la ingesta de todo el pelo o parte de él, de manera que si se consumen cantidades importantes es muy posible que se acaben desarrollando bolas de cabello que quedan atrapadas o retenidas en el estómago o los intestinos.
Tratamiento
Para conseguir acabar con este problema, el tratamiento debe ir encaminado a cambiar la conducta del paciente, enseñarle a controlar los impulsos e intentar descubrir el origen del problema. “Es recomendable un tratamiento psicológico o psiquiátrico, consistente en una terapia encaminada a lograr que la actividad compulsiva desaparezca”, considera Mardomingo.
En este sentido, existen diversas técnicas con las que el paciente aprende a controlarse e identificar el por qué de los tirones, después de convencerse de que no es el único al que le sucede. La mayor dificultad radica, tal vez, en dilucidar el grado de obsesión, que puede ser leve o intensa.
En el caso de los niños, la doctora destaca la importancia de asesorar a los padres, “para que entiendan y colaboren”, y precisa la necesidad de recurrir incluso a tratamientos farmacológicos en aquellas situaciones que presentan sintomatología depresiva. “Los padres tienen que entender en qué consiste la enfermedad y comprender que los niños, generalmente, no lo hacen de forma voluntaria”, matiza.
En ningún caso se puede castigar al pequeño y, menos aún, cortarle el pelo al cero, ya que se trata de una medida agresiva que puede aumentar su angustia. Es importante hablar con el pediatra o el médico de atención primaria para que realice un seguimiento al niño y, si observa que el problema persiste, será el encargado de derivarle a un especialista en psiquiatría infantil.
Consejos
Aunque la ayuda médica es la mejor solución para atajar el problema, existen varias alternativas que también se pueden poner en práctica como complemento al tratamiento correspondiente:
- Es conveniente que los enfermos mantengan el cabello siempre limpio y brillante, puesto que la tendencia a arrancarse el pelo será mayor cuando éste presente un aspecto sucio y desaliñado. El uso de un champú que ayude a fortalecerlo y actúe contra su caída, resulta también muy conveniente.
- Como medida para combatir los ratos libres, en los que el paciente es más propenso a arrancarse el pelo, la realización de ejercicio físico ayuda a gastar energías y eliminar estrés, mientras que disciplinas como el yoga y otras técnicas de relajación reducen la tensión.
- La visita al dermatólogo suele constituir una manera de detección precoz, ya que será éste quien determine si la raíz del problema está en un trastorno cutáneo o psicológico, dando así una explicación más precisa a la alopecia del paciente.
- Cuando las manías o impulsos habituales se exageran, es necesario extremar la atención sobre ellas para evitar que adquieran una intensidad mayor y se conviertan en trastornos obsesivos que provocan ansiedad y sentimientos de culpa en el paciente. Los familiares y personas del entorno juegan un papel muy importante a la hora de detectar cualquier anomalía.