Un equipo de investigadores del Departamento de Acústica Ambiental Torres Quevedo de Madrid han confirmado que los sonidos de la Naturaleza, como el agua de un arroyo o de una fuente, el canto de los pájaros o el crepitar de la lluvia sobre la tierra poseen capacidad para combatir el estrés que padecen muchas personas que viven en ciudades urbanas.
«Los sonidos de la Naturaleza -explica la investigadora Isabel López Barrio- tienen, además, un significado para las personas que viven en las ciudades. Evocan el reposo, el ambiente rural, la paz y la tranquilidad que anhelan. Por eso ayudan a restaurar el estrés», subraya. «Los sonidos naturales están interiorizados. Han acompañado al hombre durante su evolución y forman parte de nuestra herencia genética. Nuestra respuesta afectiva ante ellos está en los genes», apunta el biólogo y músico José Luis Carles.
Niños jugando
En su último trabajo, los investigadores del Torres Quevedo han establecido cuatro grandes apartados: sonidos naturales, sonidos tecnológicos (como el tráfico de automóviles, el ruido del tren, los reactores de un avión o el repiqueteo de un martillo mecánico), sonidos sociales y humanos (un mercado tradicional, la movida nocturna, el sonido de las conversaciones en un bar, niños jugando) y señales sonoras (campanas, sirenas de ambulancia…).
Un total de 279 personas mayores de 14 años fueron sometidas a esa serie de sonidos y preguntadas sobre sus sensaciones. Todos los sonidos fueron emitidos a niveles «agradables», es decir, a unos 60 ó 65 decibelios. Por encima de ese umbral, se establece que los sonidos son agresivos para los ciudadanos.
La conclusión más relevante es que los sonidos naturales fueron siempre los mejor valorados mientras que los tecnológicos resultaron ser los menos apreciados. «Los encuestados asociaron los sonidos de la Naturaleza con sentimientos como seguridad, tranquilidad, protección y belleza. Evocan el ambiente rural, la naturaleza y la montaña», precisa la investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Por el contrario, el ruido del martillo perforador se llevó la palma como sonido más desagradable, según la mayoría. Su presencia se asocia a «molestia, desagrado, enfado e incomodidad» y evoca ambientes urbanos donde la sobreabundancia de ruido evita la comunicación humana. La voz del hombre, la posibilidad de hablar y de comunicarse, marca la verdadera barrera entre sonido y ruido. «La voz es una referencia en cuanto a la calidad sonora de los espacios», remarca López Barrio. Cuando hablan, hombres y mujeres, raramente sobrepasan los 55 decibelios.
El estudio pone de manifiesto también cómo las diferencias culturales o de edad influyen en las sensaciones que provocan los sonidos. Así, mientras que para las personas de edad madura el ruido de un mercado tradicional (conversaciones, cajas registradoras, movimiento de personas) les resulta muy grato, los jóvenes lo encuentran poco agradable: «Les suena aburrido y confuso y les provoca una sensación de nerviosismo. Como se imponen nuevas formas de vida y comercio, -señala la psicóloga ambiental Isabel López- los jóvenes prefieren el ambiente y los sonidos de los centros comerciales».
Campanas
Parece evidente, pues, que el gusto o disgusto por determinados sonidos se aprende. Un ejemplo esclarecedor está en las campanas. Los sonidos de sus bronces, que todavía hoy en algunos lugares poseen un lenguaje preciso (a concejo, el ‘tente nublo’ cuando llega tormenta, los distintos toques de difunto…), fueron valorados en la encuesta como «bastante agradables» por los mayores de 40. Por el contrario, los jóvenes de 14 a 19 años calificaron el repicar de campanas como «estridente», un sonido que les causa «desconcentración».
La esperanza de investigadores como López Barrio, Carles o Guillén es que estos estudios sobre sonidos y ruidos y su influencia sobre los seres humanos sean tenidos algún día en cuenta para el diseño de ciudades. «Habría que plantear el sonido como otro aspecto más del medio. Los creadores de ciudades deberían ocuparse de los elementos estéticos o musicales del sonido, algo que no se valora a no ser que sea ruido, molesto», plantea Carles.