Alrededor de 11.000 nuevas sustancias se registran cada día en todo el mundo procedentes de productos químicos industriales, pesticidas, medicamentos, productos de limpieza o plásticos, entre muchos otros. Prácticamente todas estas sustancias encuentran su camino en las aguas naturales, aunque en algunos casos en muy bajas concentraciones. Sin embargo, todas pueden acabar formando parte del agua de nuestro grifo, de ahí la importancia de establecer sistemas de vigilancia que contribuyan a la evaluación continuada de la seguridad del agua de consumo humano.
La contaminación de las aguas puede proceder de fuentes naturales o de las actividades humanas. Sin duda, la más importante es la producida por el ser humano. La industrialización y el desarrollo suponen un mayor uso de agua, más generación de residuos y mayor uso de medios de transporte fluviales y marítimos, que son también causa de contaminación de las aguas. Difícilmente el agua queda inocua de toxicidad. Por este motivo, los expertos intentan buscar la mejor y más eficaz solución al tratamiento de las aguas de consumo.
De acuerdo con esta problemática, el grupo de investigación del Instituto Federal Suizo de la Ciencia y Tecnología Acuática (Eawag) ha realizado un estudio centrado en los efectos de contaminantes del agua, como son los plaguicidas o varias sustancias químicas de desecho para evaluar su efecto y su posterior tratamiento. Si bien la investigación se ha centrado en los efectos de cada una de las sustancias bajo condiciones controladas de laboratorio, es evidente que la situación real en las aguas naturales que consumimos es mucho más compleja.
Novedades para evaluar el riesgo
Las emisiones de contaminantes pueden evitarse o reducirse si se aborda el problema en la fase de producción
Según el estudio, el aumento de la temperatura del agua o los niveles más altos de radiación ultravioleta asociados con el cambio climático pueden crear presiones adicionales para los organismos expuestos a los contaminantes. En particular, la clásica doctrina de que los efectos los determina sólo la dosis se ha puesto en tela de juicio. Un ejemplo de ello es la exposición a los plaguicidas que, por normal general, fluctúa bruscamente. Los investigadores de Eawag han demostrado que el intervalo entre las dos concentraciones máximas es un factor crucial para determinar si los organismos se dañan de manera permanente o son capaces de recuperarse.
Si este período es corto, por ejemplo 34 días, el hecho de recibir una segunda ola de contaminación será más perjudicial para los organismos que han sido dañados por una exposición previa. En consecuencia, Eawag ha desarrollado un modelo que tiene en cuenta estos resultados y, por lo tanto, mejorar la evaluación de los riesgos para los productos químicos.
Además, los investigadores de Eawag han demostrado que se deben tener en cuenta los productos de transformación ya que pueden ser igual o más nocivos que el propio tóxico. En un estudio de 37 plaguicidas, el 30% de los productos de transformación se consideran como tóxicos o incluso más tóxicos que el propio compuesto.
Mejorar la calidad desde el principio
Las emisiones de contaminantes pueden evitarse o reducirse si se aborda el problema en la fase de producción. En general, el tratamiento de aguas residuales de las plantas especializadas se ha diseñado y enfocado para eliminar los nutrientes en lugar de las sustancias químicas, con lo que algunas de estas sustancias pueden filtrarse en las aguas de consumo y dañar el organismo. El grupo Eawag ha estudiado la manera de hacer mucho más eficaz la purificación de las aguas residuales.
En una experiencia piloto en la planta de Regensdorf (Zurich) se ha demostrado que la ozonización, alternativa a la cloración, de aguas residuales elimina en gran medida los efectos tóxicos de los microcontaminantes. El ozono se utiliza en el tratamiento del agua desde hace muchos años, aunque su elevado coste impide su utilización habitual. Sin embargo, esta tendencia puede cambiar, el ozono es más potente y de más rápida acción como desinfectante que el cloro, el dióxido de cloro y las cloraminas.
¿Qué indica una agua contaminada?
El agua no contaminada suele ser de un color entre rojizo, pardo, amarillento o verdoso debido, principalmente, a los compuestos húmicos, férricos o los pigmentos verdes de las algas que contienen. Por el contrario, las aguas contaminadas pueden tener diversos colores, aunque no se pueden establecer relaciones claras entre el color y el tipo de contaminación. La temperatura influye de igual manera en el agua: un aumento de ésta disminuye la solubilidad de gases como el oxígeno y aumenta la de las sales. Además, aumenta la velocidad de las reacciones del metabolismo acelerando su putrefacción. Su temperatura óptima está entre 10 y 14ºC.
Los compuestos químicos presentes en el agua como los fenoles, hidrocarburos, cloro, materias orgánicas en descomposición o esencias liberadas por diferentes algas y hongos, aunque estén en concentraciones muy pequeñas, suelen dar olores y sabores al agua. Los más apreciables son el sabor u olor salado, provocado por las sales o el metálico, responsable de los minerales presentes. Así pues, consumir agua con sabor o color no es indicador de calidad.
Las aguas superficiales limpias están saturadas de oxígeno, lo que es fundamental para la vida animal. Si el nivel de oxígeno en el agua es bajo indica contaminación, ya sea por materia orgánica o debido a una mala calidad del agua. Cuanto más oxígeno, más calidad en el agua. Por otra parte, los aceites y las grasas procedentes de restos de alimentos o de procesos industriales no son nada fáciles de metabolizar por las bacterias, con lo que quedan flotando y formando películas en el agua. Su posterior eliminación es muy compleja y genera nuevos residuos nocivos para la salud. Los fenoles, metabolitos secundarios, pueden estar en el agua como resultado de contaminación industrial al reaccionar con el cloro, que se añade como desinfectante, forman clorofenoles que dan al agua muy mal olor y sabor. Se trata, pues de un indicador de agua contaminada.
La vigilancia es una herramienta que contribuye a la protección y la evaluación continuada de la seguridad del agua de consumo humano. Las redes de control de la calidad son sistemas centrados en vigilar la calidad de las aguas y el estado ambiental de los ríos. Mediante estos sistemas se pueden detectar las agresiones que sufren los ecosistemas fluviales y se recoge información del tipo ambiental, científico y económico sobre los recursos hídricos. Evaluar el estado del agua no es fácil, para determinar su calidad se discute cuáles son los mejores indicadores que garanticen un óptimo estado del líquido.
El problema recae en la definición del concepto de “calidad del agua”. Se puede entender la calidad como la capacidad intrínseca que tiene el agua para responder a los usos que se podrían obtener de ella. O, como la define la Directiva Marco de las Aguas, como aquellas condiciones que deben mantenerse en el agua para que ésta posea un ecosistema equilibrado y que cumpla unos determinados Objetivos de Calidad que están fijados en los Planes Hidrológicos.
En España, esta red de control se denomina Red Integrada de Calidad de las Aguas (Red ICA). Para saber en qué condiciones se encuentra un río se analizan tanto los parámetros físicos como químicos y biológicos, posteriormente se comparan con unos baremos aceptados internacionalmente que indican la calidad de ese agua para los distintos usos, ya sea para consumo, para la vida de los peces, para baño, actividades recreativas o industriales.
Los parámetros físicos, químicos y microbiológicos se muestrean mensualmente, mientras que el estudio biológico de las riberas y el lecho del río se hace aproximadamente dos veces al año, en primavera y verano.