“Alerta alimentaria: Sanidad pide que no se consuma el helado de este supermercado”. “Alerta alimentaria: trazas de leche no declarada en este turrón blando de almendra”. “Alerta alimentaria: Sanidad pide que no se consuma este producto para vegetarianos”. “Alerta alimentaria: Sanidad retira unas hamburguesas de pollo y unas salsas de pesto”. Las frases anteriores son titulares reales que se han publicado en distintos medios de comunicación. Son muy recientes (se han difundido entre diciembre de 2019 y los primeros días de enero de 2020) y constituyen solo algunos ejemplos de otros muchos titulares similares.
El revuelo navideño sobre el cadmio en las gambas, las advertencias sobre pescado y mercurio (noviembre) y, por supuesto, la crisis de la carne mechada y la listeria, que estalló el verano pasado, son otros hitos de seguridad alimentaria fáciles de recordar para cualquier consumidor. Pero ¿son equiparables entre sí? ¿Es correcto situar al mismo nivel narrativo la presencia de una bacteria mortal que unas trazas de leche no declaradas en el envase? Más aún, ¿es ético difundir advertencias sobre un metal pesado en el marisco como si fuera una alarma nueva cuando, en realidad, se trata de una recomendación sanitaria de hace diez años? Porque eso fue lo que ocurrió con el cadmio en la cabeza de los langostinos, como explicamos en este artículo.
Imagen: tanyepm
A juzgar por las noticias, las personas nos exponemos a un riesgo mayor cada vez que comemos, y el último año ha sido especialmente nefasto en este ámbito. ¿Es así? Le preguntamos al Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social y este es el dato: «El número provisional de alertas en el año 2019 ha supuesto un incremento del 14,34 % sobre el año 2018. El incremento de 2019 respecto a 2018 es algo superior a la media de los últimos años, pero no significativamente mayor a la observada en otros periodos interanuales. Por ejemplo, en 2017 el aumento fue del 14 % respecto a 2016». Nada que se salga de lo normal, excepto por una cosa: el escándalo de la carne mechada y la listeria. “Lo destacable de 2019 en materia de alertas alimentarias ha sido la crisis de la listeria —indica Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos—. Por lo demás, no ha habido ni más ni menos alertas destacables con respecto a otros años”.
Sin embargo, el goteo constante de alertas transmite la sensación de tsunami de inseguridad. Y, sobre todo, impide distinguir entre un peligro grave para el conjunto de la población (como la listeria, potencialmente mortal para cualquiera) de otros peligros que también son graves pero que solo afectan a una pequeña parte de los consumidores (como las trazas de leche para quienes tienen alergia a las proteínas de este alimento).
La crisis de la listeria, y la enorme atención que despertó en la población, parece ser el punto de partida de las numerosas “alarmas” que se han publicado desde entonces con titulares que invitan al clic. “Algunos medios se han subido al carro de las alertas alimentarias utilizando el clickbait para atraer lectores”, observa Lurueña. Y analiza lo que suelen hacer: “Por un lado, hablan de recomendaciones como si fueran alertas puntuales [el caso del mercurio o del cadmio]. Por otro, hablan de alertas alimentarias relacionadas con presencia no declarada de alérgenos como si fueran alertas destinadas a toda la población [el caso de las trazas de leche o de frutos secos]. Es cierto que estas últimas son alertas alimentarias —dice—, pero no es lo mismo un titular del tipo ‘si comes este turrón puedes morir’ que otro del tipo ‘alerta alimentaria por presencia de leche no declarada en turrón’”.
¿Qué podemos hacer las personas frente a un titular alarmista? “Para evitar entrar en pánico o difundir noticias carentes de rigor, lo recomendable es no quedarse en el titular. Leer la noticia para conocer los detalles. Si se trata de una alerta alimentaria, lo más probable es que las autoridades sanitarias indiquen qué productos están afectados (tanto el tipo como los lotes concretos) y recomienden no consumirlos”, aconseja Lurueña, quien también sugiere ir directamente a la fuente y consultar en las instituciones oficiales. Esto podemos hacerlo de un modo muy simple por Internet, ya que la web de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) tiene una sección dedicada expresamente informar sobre las alertas alimentarias de interés general.
Así funcionan los controles de seguridad alimentaria
En España (y en Europa), la base de la seguridad alimentaria es el buen hacer de las empresas que manipulan o producen alimentos; es decir, la autorregulación y las buenas prácticas. No hay un inspector en cada fábrica, ni en cada bar o restaurante, ya que sería inviable, como abordamos aquí. La responsabilidad, por tanto, recae sobre quienes elaboran o manipulan los productos que comemos.
Miguel Ángel Lurueña lo explica con un símil: “Sería imposible poner un policía dentro de cada uno de nuestros coches para controlar que cumplamos las normas de tráfico. Los responsables somos nosotros, y ellos están para supervisar ese cumplimiento”. ¿Otro ejemplo? “Padres e hijos: podemos controlar en todo momento a nuestros hijos, o educarles para que hagan las cosas bien y confiar en ellos, controlando de vez en cuando lo que hacen”, expone. “En definitiva, el nuestro es un sistema en el que se trata a los operadores alimentarios como ‘personas maduras’, en lugar de como ‘niños irresponsables’”.
Lo irresponsable, en todo caso, es la difusión sensacionalista de recomendaciones, advertencias y alertas acerca de alimentos y productos, ya que puede alimentar la propagación de bulos, esparcir la desinformación y minar la confianza de los consumidores en un sistema de seguridad que, si bien no es infalible, sí funciona (y funciona bien).
Noticias sensacionalistas
Para Beatriz Robles, dietista-nutricionista y tecnóloga alimentaria, «lo que están haciendo algunos medios de comunicación con las alertas alimentarias es utilizarlas para obtener tráfico a sus páginas, empleando titulares alarmistas para supuestamente alertar a la población de un riesgo para su salud. Sin embargo, en gran parte de los casos el riesgo es muy limitado«, dice, y ofrece un ejemplo: «Es lo que ocurre con las alertas alimentarias por alérgenos no declarados, que solo afectan a las personas que puedan sufrir reacciones adversas a las sustancias objeto de dicha alerta».
¿Significa esto que sean irrelevantes? No. Como expone Robles, «no se les debe restar importancia en absoluto, porque las alergias alimentarias pueden tener consecuencias muy graves y llegan a comprometer la vida, pero esto no justifica que se redacten titulares como ‘Sanidad advierte del peligro de este turrón’ o ‘Las autoridades aconsejan que evites comer este helado’, que se utilizan exclusivamente como gancho o clickbait«.
«La responsabilidad de los medios de comunicación es dar información veraz, y si la gravedad del titular no se corresponde con el contenido del texto están jugando con la desinformación de forma cínica, porque además lo disfrazan de servicio público al dar (mal) una información de interés general. Tiene tanto peso dar una noticia como comunicar a la audiencia la importancia real de la misma», reflexiona.
¿Y si algo va mal?
“En caso de que algo vaya mal (por ejemplo, una alerta alimentaria) la empresa está obligada a notificarlo”, señala Miguel Ángel Lurueña. “Es la primera interesada en hacerlo, incluso aunque eso le pueda suponer una importante pérdida de dinero e imagen a corto plazo, sobre todo porque, en caso de no hacerlo, las consecuencias podrían ser mucho peores: daños en salud de los consumidores (incluso muertes, según la gravedad del caso), pérdida de confianza, multas millonarias, cierre de la empresa o cárcel para los responsables”, subraya el experto.
Y finaliza con la siguiente reflexión: “Tras la crisis de la listeriosis puede dar la sensación de que las cosas no funcionan. Es cierto que en ese caso falló casi todo lo que podía fallar: mala comunicación de la alerta, acciones lentas y con errores, pero sobre todo una empresa profundamente irresponsable que por lo que parece se saltó todas las normas. Sin embargo, deberíamos mirar el panorama con perspectiva: en este país hay 47 millones de personas que hacen varias comidas al día, formadas por infinidad de alimentos y no hay problemas sanitarios relacionados con la contaminación de los mismos. Es decir, en general los alimentos son seguros porque en general el sistema funciona”.