Nutrientes personalizados
El Instituto Tecnológico de la Alimentación AINIA es uno de los centros que se dedican a ello. Una de las líneas en las que trabajan en el Departamento de Tecnologías y Procesos es el desarrollo de nuevos productos diseñados para atender las necesidades de grupos diferentes de población.
“Las personas mayores no solo necesitan productos adaptados a sus necesidades, sino también unos ingredientes nutricionales determinados, como vitaminas, minerales, calcio, hierro…”, explica Beatriz Pérez Graells, ingeniera agrónoma y responsable de este departamento.
Ejemplos de nuevos desarrollos
Un ejemplo es el hierro microencapsulado, destinado a productos de panadería. “El objetivo es que se tome sin notar el mal gusto. Porque trabajamos también mucho con los paneles sensoriales para ir modificando los productos a las situaciones y necesidades de cada tipo de población”, dice esta experta.
En concreto, en este equipo se desarrollan aromas, ingredientes y alimentos preparados. “Creamos un puré de verduras enriquecido con diferentes nutrientes, pollo con una textura distinta a la normal, más blanda para evitar el atragantamiento al ingerirlo. Y todo para calentar en el microondas, de fácil apertura y con una válvula que permite el perfecto cocinado”, añade esta ingeniera.
Otro de los productos que han diseñado es un polvo que se disuelve en leche y contiene requerimientos nutricionales muy específicos, con un alto contenido proteico y pensado, sobre todo, para aquellas personas que padecen pérdida de apetito.
Este tipo de productos especializados aún no han llegado a los supermercados, pero solo es cuestión de tiempo. “Las empresas están cada vez más convencidas de que la personalización de los alimentos es cada vez más necesaria”, afirma Pérez Graells. “Porque no se trata de hacerlos solo para las personas mayores, sino también para muy diversos tipos de población, desde las personas con problemas para agarrar objetos, con dificultades para tragar, artritis o con secuelas de enfermedades”, explica.
Para personas con discapacidad
En España hay más de 4,3 millones de hombres y mujeres con algún tipo de discapacidad, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) en la encuesta ‘Discapacidad, Autonomía Personal y situaciones de Dependencia’, de 2022. Estas cifras demuestran la necesidad de ofrecer a estas personas productos más accesibles para ayudarles con su independencia.
“La accesibilidad es algo que nos hace pensar en una rampa, pero es un concepto mucho más amplio. Está en todos los contextos de nuestra vida, es transversal”, señala Paloma Cid, terapeuta ocupacional de la Dirección de Accesibilidad e Innovación de la Fundación ONCE. “Hay muchas personas con problemas de fuerza que no pueden abrir un envase normal o que les resulta imposible cocinar o pelar y cortar la fruta”, prosigue.
Calcular la accesibilidad de un producto
Hay diversos centros superiores que han desarrollado algunas herramientas dirigidas a revertir la situación que bien describe Paloma Cid.
La Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, ha creado Exclusion Calculator, una herramienta que permite evaluar el número de personas que no pueden utilizar un producto o servicio debido a las exigencias impuestas en su manejo. La vista, el oído, el pensamiento, la destreza y la movilidad son los parámetros valorados por los usuarios —de entre 16 y 85 años— cuando acceden a esta calculadora.
Exclusion Calculator inspiró a la Universidad de Mondragón para desarrollar su propia herramienta, llamada Inklugi, en colaboración con la Fundación ONCE. Esta herramienta permite introducir las características de un producto o servicio y, a partir de ellas, calcular el porcentaje de personas a las que excluye ese diseño. El objetivo es ayudar a cuantificar el grado de exclusión y a priorizar el diseño accesible en el desarrollo de nuevos productos y servicios.
Para comenzar a utilizar Inklugi, basta con introducir en la web los pasos necesarios para utilizar un producto o servicio. Después, hay que responder una serie de preguntas sobre usabilidad, valorando las capacidades visuales, auditivas, cognitivas, de destreza y movilidad. Con estos datos, Inklugi evalúa el porcentaje de población que quedaría excluida desde la perspectiva de los distintos valores anteriormente mencionados. Al mismo tiempo, esta herramienta persigue concienciar y sensibilizar sobre la importancia de diseñar desde el prisma del diseño inclusivo.
Envases más accesibles
Otro proyecto español que busca hacer los productos más accesibles —en este caso para las personas con discapacidad visual— es NaviLens, desarrollado en colaboración con la Universidad de Alicante. Esta tecnología consiste en incluir en los envases de diferentes productos cuadrados de colores de alto contraste sobre un fondo negro.
Una aplicación en el teléfono móvil del usuario es capaz de leer ese código, desde una distancia de hasta tres metros (12 veces más lejos que lo que se necesita para leer un QR o un código de barras) y sin necesidad de enfocarlo directamente. Con NaviLens es posible leer en voz alta toda la información sobre ingredientes, alérgenos y reciclaje. En España ya la utilizan algunos productos de marcas como Kellogg’s, Coca-Cola o Ariel.
La Fundación ONCE también ha contribuido a diseñar distintos tipos de productos de ayuda. Tienen un convenio con el Real Patronato sobre Discapacidad gracias al cual diseñan en 3D unos cinco productos accesibles nuevos al año y los cuelgan en su web para que cualquier persona puede descargárselos de forma gratuita e imprimirlos. Si alguien no dispone de una impresora 3D, la fundación también se encarga de proporcionar este servicio. Entre los productos accesibles hay un tapón de botella de fácil apertura o un mango para cubiertos.
Aunque la cantidad de los productos comercializados es aún pequeña, hay muchas líneas de investigación en marcha. Estas innovadoras propuestas, sin duda, van a permitir desarrollar muchos más a corto plazo. Y es que, si ya hay espacios en las grandes superficies dedicados a los productos para veganos o vegetarianos, no parece tan descabellado que los haya para mayores o para personas con discapacidad. Aunque antes, quizás, se debería disponer de una regulación específica o un sello que permita su identificación.