Mantener a los animales bajo estrictas condiciones de higiene, además de ser una exigencia legal, garantiza la seguridad y la calidad de los alimentos. Es una necesidad indispensable. El uso y la aplicación de los medicamentos veterinarios garantiza las condiciones higiénicas en los animales, aunque debe realizarse de manera responsable. Un tratamiento incorrecto, una mala dosificación, medicamentos en mal estado o una inadecuada administración ocasionan efectos contrarios a los deseados y con consecuencias para los animales y para los futuros alimentos que de ellos se deriven.
En alimentos de origen animal, como la carne, la leche o los huevos, es posible hallar restos químicos. Son residuos antibióticos que, si bien se descarta la probabilidad de intoxicación aguda en el consumidor provocada por estas sustancias, se desconocen los efectos que causan en el ser humano. Los expertos trabajan para determinar los riesgos de su consumo y evaluarlos, con el fin de fijar la toxicología de los antibióticos. Los residuos que se hallan en los animales son los compuestos o los principios activos que resultan del tratamiento con medicamentos. La cantidad de estos depende de la naturaleza del producto, la dosis, la forma de aplicación o inyección y, sobre todo, del tiempo que transcurre entre la última dosis y el momento del sacrificio, el denominado periodo de retiro.
¿Peligro real?
Un alimento inocuo es sinónimo de ausencia de agentes físicos, químicos y biológicos. La medicina preventiva, que se aplica antes de que se desarrolle la enfermedad, es el mejor tratamiento para conseguirlo, si bien no siempre es posible aplicarla. Hoy en día, se cuenta con vacunas para prevenir infecciones, antibióticos para tratarlas y hormonas para mejorar el crecimiento del animal. Sin embargo, no se ha detectado un aumento de los residuos antibióticos, sino más bien al contrario: la tasa de presencia de principios activos ha disminuido de forma constante. Tampoco se han detectado brotes de enfermedad, ni alergias o muertes relacionadas con el consumo de restos de antibióticos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que no hay riesgo en el consumo de carne de alimentos derivados de animales tratados con antibióticos.
Vacunas para prevenir infecciones, antibióticos u hormonas son algunas herramientas de prevención de enfermedades animales
Pero a pesar de esta inocuidad, aflora la preocupación entre los consumidores sobre la posible toxicidad. Los métodos actuales de análisis son mucho más precisos que años atrás, un aspecto que facilita la detección de algún posible residuo químico. No obstante, la percepción actual es que, si éste se detecta, en cualquier cantidad, supone un riesgo potencial para el consumidor. Esta idea no tiene en cuenta varios residuos químicos presentes en los alimentos, como los colorantes o los conservantes, que no son nocivos para la salud, siempre y cuando no se sobrepasen las dosis permitidas.
Los problemas asociados a los residuos antibióticos son la mayor preocupación de los consumidores, aunque no se han identificado peligros o toxicidad en ellos. Se han detectado reacciones alérgicas y un cambio en los patrones de resistencia de las bacterias expuestas a los antibióticos, pero no son relevantes. Entre la comunidad científica se ha generado controversia para dilucidar si estos riesgos son reales o sólo teóricos y las conclusiones descartan cualquier peligro derivado del consumo de productos alimentarios procedentes de animales tratados con antibióticos.
Buenas prácticas de medicación
La tasa de detección de residuos antibióticos en los alimentos es muy escasa y no superaría la cantidad máxima permitida por ley aunque los sistemas de detección fueran mucho más sensibles que los actuales, insiste la OMS. Numerosas pruebas avalan la seguridad y la eficacia de todos los alimentos y productos autorizados. Los fármacos se metabolizan en el cuerpo del animal, se descomponen y se eliminan tras un periodo de retirada del fármaco. Además, durante el procesado de alimentos como la leche, los posibles restos químicos se diluyen en las diferentes etapas tecnológicas. Esto se traduce en una total inocuidad en los alimentos que se han tratado con antibióticos.
A pesar de todo, deben seguirse unas prácticas correctas para que la administración de medicamentos se lleve a cabo con todas las garantías. Una de ellas es la retirada del fármaco a tiempo para que, en el momento del sacrificio, el animal haya eliminado los restos químicos de su organismo. Se consideran prácticas correctas:
- Disponer de un programa de tratamiento rutinario y verificado por el veterinario responsable. En él, deben indicarse los tratamientos que se aplican de manera sistemática.
- Utilizar medicamentos sólo cuando el veterinario lo prescriba y seguir de manera estricta sus indicaciones, sobre todo en cuanto a la vía de administración, la dosis y la duración del tratamiento.
- Identificar los animales que se tratan para no confundirlos con otros que no se medican.
- Respetar de forma escrupulosa el periodo de supresión de los fármacos.
El propietario de los animales es el responsable de que la medicación y la pauta de administración sean correctas. Sobre él recae la responsabilidad en caso de detectar residuos químicos en cantidad elevada o sustancias prohibidas por la legislación.
Los medicamentos deben guardarse en un lugar seguro, limpio, fresco y seco. Algunos deben conservarse a bajas temperaturas. Hay que respetar siempre las condiciones que indican las etiquetas y guardarlos en sus envases originales para evitar posibles confusiones al administrarlos. Las medicinas que caducan deben tirarse en un contenedor de residuos especiales. Las agujas y las jeringas deben guardarse en un lugar seguro y limpio.
Como medidas de control añadidas, se debe comprobar cada mes que ningún medicamento esté caducado y, una vez a la semana, controlar con un termómetro que la temperatura de la nevera es la adecuada para los productos que están en su interior. En los registros de los tratamientos veterinarios se debe anotar la fecha, la medicación, la dosis, la patología, el proveedor del tratamiento, la duración, el tiempo de espera de resultados, los animales tratados y el número de receta. Toda esta información debe guardarse durante cinco años.