La dieta consumida por los astronautas durante las misiones espaciales es algo más que una extravagancia tecnológica. Algunos de los desarrollos y alimentos propuestos para alimentar a la tripulación espacial en ausencia de gravedad están marcando la pauta de productos que podrían distribuirse en tierra firme en unos años. Este es el caso de la empresa escandinava Arla Foods, que ha convencido a la mismísima NASA de la necesidad de proveer el calcio y los bífidos de la leche a los astronautas en sus cada vez más largos periplos.
El Centro Espacial Comercial de Tecnología de los Alimentos de la NASA ha hecho público un acuerdo con la empresa sueco-danesa Arla Foods para desarrollar un programa sobre aplicaciones de la leche y sus derivados en futuras odiseas espaciales. El programa Lacmos: leche cósmica, según el sueco Carsten Hallund Slot (Arla Foods), no sólo permitirá evaluar las necesidades nutritivas de los astronautas en viajes espaciales, sino proveer también «fuentes de energía idóneas» para expediciones de trekking o para ayudas humanitarias en situaciones de catástrofe.
Sin gravedad, un astronauta es incapaz de beber leche de forma convencional. Debido a su consistencia líquida, la leche flota alrededor del estómago y no consigue saciar la sensación de apetito. Arla trabaja en productos lácteos de naturaleza sólida que, al mismo tiempo, sean capaces de proveer la energía y los nutrientes de la leche.
Helados, hortalizas y viajes espaciales
La investigación de alimentos en el espacio busca, además de nutrir a los astronautas, formas alternativas de producción, conservación y nuevos alimentosNo hay parcela por pequeña que sea en todos los EEUU donde no exista alguna nevera o máquina dispensadora de helados. Puestos a echar en falta algún producto típico, el helado sería, pues, el alimento más añorado por los astronautas estadounidenses en sus periplos orbitales. La continua renovación de sabores y presentaciones, y la textura cremosa y dulce de estos productos encandilan a pequeños y mayores, pero en el espacio la cosa es distinta. En una nave espacial, la energía necesaria para deshidratar, rehidratar y conservar en frío los helados supone no pocas pegas.
Sin embargo, ya mediados los años 60, los laboratorios Natick -adscritos al Ejército-desarrollaron un helado deshidratado especial para astronautas. Los helados en cuestión presentaban en su composición una elevada cantidad de aceite de coco, sólidos lácteos y azúcar, todo ello envuelto en una capa de gelatina. Sólo se llegaron a utilizar en 1968, cuando los astronautas Wally Schirra, Donn Eisele y Walter Cunningham prepararon con el Apolo VII el terreno a un alunizaje posterior. La cosa no prosperó.
La generación del Shuttle, conocedora del papel de la dieta en la salud general, depositó en la NASA nuevas exigencias alimentarias. Manzanas, plátanos, zanahorias y apio formaron parte por primera vez de una expedición orbital en 1983. Luego siguieron las naranjas, peras, nectarinas, pomelos, uva y pimientos jalapeños.
Al parecer, los gustos y preferencias de los astronautas son los que acaban por marcar la diferencia y, en este sentido, plátanos y naranjas acabaron por desecharse debido a que el olor que producían acababa molestando a los tripulantes. En condiciones de microgravedad se ha descrito que los olores pueden causar náuseas con mucha más facilidad que en la gravedad terrestre. Asimismo, todas las frutas y vegetales destinadas a un vuelo espacial son tratadas con cloro para prevenir infecciones y empaquetadas en bolsas sanitarias especiales.
Se sabe que los astronautas rusos, por su parte, tienen apego a las cebollas, los ajos y los tomates, por lo que en las expediciones mixtas se pueden preparar auténticas ensaladas de fantasía. Con todo, la seguridad manda y todos los vegetales tienen una caducidad limitada de tres días. En las naves no hay neveras que permitan mantener estos productos en condiciones durante más tiempo.
Sin nevera
Parece claro que los astronautas deben dejar atrás en sus viajes muchos de sus hábitos regulares de alimentación, y uno de ellos es la afición por las bebidas hidrocarbonadas. De nuevo, la culpa la tiene la gravedad, en el sentido que, sin ella, las burbujas de dióxido de carbono se distribuyen caprichosamente en el líquido, tanto en su envase como en el organismo y después de haber bebido. Por este motivo restan aliciente al refresco y pueden causar incomodidad en el astronauta tras su ingestión. Vickie Kloeris, la responsable de los programas de alimentación del Shuttle asegura que se han intentado distintas modificaciones en las bebidas de soda para adaptarlas al transito espacial pero, de momento, «no hemos dado con una fórmula aceptable».De todos modos, incluso cuando se consiga un dispensador de bebidas carbohidratadas en condiciones, las burbujas seguirían incomodando en el sistema digestivo de los astronautas y dificultarían su trabajo.
El organismo humano está diseñado para operar en condiciones de gravedad terrestre, lo que obliga a los médicos a no pocas peripecias con sus pacientes astronautas. Benjamin D. Levine, cardiólogo de la NASA, explica que el sistema cardiovascular humano dispone de sensores barorreflejos y otros mecanismos de adaptación para un propósito esencial: transportar oxígeno y nutrientes a todas las células del organismo. «Para sobrevivir en el espacio el secreto es simple, debes llevar tu propio ambiente contigo; si no, te morirías». Ingenieros y fisiólogos colaboran a diario en la NASA para reproducir en las naves y estaciones el mismo ambiente de la tierra: presión, humedad, temperatura, proporción de oxígeno en el aire respirado. «Todo igual salvo en un aspecto: no podemos llevar por equipaje la gravedad de la Tierra».
El corazón debe apañárselas con la gravedad de forma un tanto complicada. «Cuando estamos de pie el 75% de nuestra sangre se encuentra por debajo del nivel del corazón, por lo que éste se ve forzado a bombear sin tregua; cuando no hay gravedad, disminuye sensiblemente el esfuerzo del bombeo y el corazón se encoge», explica el especialista.
Los problemas vienen cuando los astronautas regresan a la Tierra. No podrían dar ni un paso sin caer fulminados al suelo. «Durante el tránsito espacial, el músculo cardiaco se ha atrofiado [siguiendo los cánones de la asombrosa adaptación de que hace gala nuestro sistema cardiovascular], y al regreso tenemos que emplearnos a fondo con medidas físicas y químicas de readaptación a las condiciones de nuestro planeta».
En todo esto el calcio y sus canales desempeñan una labor fundamental. Se calcula que un astronauta llega a perder un 10% de su masa ósea durante un año en el espacio. Se sabe, además, que el proyectado viaje tripulado a Marte tardará aproximadamente 2 años y medio en completar la trayectoria. Arla dispone ya de una variedad de yogur fresco en cuatro sabores y unas barras de chocolate (preparadas en colaboración con la multinacional chocolatera danesa Toms) para garantizar el equilibrio cálcico de los astronautas.