La calidad del agua de boca procedente de las redes de suministro público depende de múltiples factores. Los esenciales son el tratamiento de las aguas de origen, en cuya composición, además de contaminantes bien descritos, se encuentran compuestos “emergentes” de los que se desconoce su impacto sobre la salud o sus límites tolerables. La presencia de fármacos o de derivados de jabones industriales, advierte Damià Barceló, experto en Química Ambiental, constituyen el actual centro de interés. Profesor de investigación del CSIC, Damià Barceló coordina el Grupo europeo de aguas residuales (Waste Water Cluster), que reúne varios centros de investigación de toda Europa dedicados al desarrollo de proyectos comunes que persiguen la mejora del tratamiento de las aguas residuales. Barceló, con quien hablamos en su laboratorio del Instituto de Investigaciones Químicas y Ambientales de Barcelona (CSIC), tiene claro que la mejor manera de obtener agua de bebida de calidad pasa por implementar medidas de mejora de las aguas residuales. Son extremos, asegura, de un mismo ciclo, porque cualquier contaminante acaba repercutiendo en nuestro grifo y, eventualmente, en nuestra salud.
No. Lo que hay que mejorar es el tratamiento de las aguas residuales que desembocan en el río. Si se parte de un agua de río con mucha materia orgánica, y se añade cloro, el agua de grifo resultante tendrá peor gusto y olor. Lo que hay que mejorar es la calidad del agua de partida del río.
El río tiene muchas entradas de contaminación. Las hay que proceden de industrias pero también hay una contaminación difusa, muy difícil de controlar porque no sabes de dónde viene. Es de origen agrícola, ganadero, veterinario y urbano. En el agua del Ebro, por ejemplo, se pueden hallar pesticidas que se aplican en los cultivos de la Rioja. Otra de las cosas que se pueden hallar en las aguas son fármacos, como antiinflamatorios.
“Desde un punto de vista sanitario el agua del grifo es, con mucha seguridad, mejor que la embotellada”
Analgésicos de uso común como ibuprofeno, naproxeno o diclofenaco, que van a parar al río con las aguas residuales. También antibióticos. En EE.UU. se ha visto que en algunos lugares donde las aguas tienen niveles altos de antibióticos hay personas a las que la medicación con estos fármacos no les hace efecto. Este es un aspecto que no se ha mirado todavía en España. Y se podría mirar, por ejemplo, en zonas donde hay muchos nitratos a causa de los purines, porque también podrían hallarse residuos de los antibióticos que recibe la piara.
Desde un punto de vista sanitario, seguramente el agua de bebida del grifo es mejor incluso que la embotellada. Ésta última no tiene tantos controles como la primera. Pero es cierto que el gusto y el sabor no son lo mejor. También depende de la zona. En las ciudades de Madrid y Lleida, por ejemplo, el agua es mejor que en Barcelona. La que llega a la Ciudad Condal procedente del río Llobregat arrastra mucha sal debido a que en el curso del río se encuentran las minas de sal de Súria.
“En EE.UU. se ha comprobado que en zonas donde las aguas tienen niveles altos de antibióticos hay personas resistentes a estos fármacos”
Hay un control completo desde el punto de vista microbiológico. Los contaminantes orgánicos persistentes se controlan y los disruptores endocrinos se están empezando a controlar. A finales de 2003, por ejemplo, España hizo la transposición de la directiva europea para el control de 33 contaminantes nuevos, entre ellos el nonilfenol, un disruptor endocrino. Nosotros hemos empezado a analizar nonilfenol en el Ebro y hemos hallado concentraciones bastante altas. Pero todavía hay productos que no están regulados, como los antibióticos. No es fácil introducir un contaminante en las listas prioritarias. Hay que realizar mucho trabajo previo y ponerlo en la lista afecta a muchos intereses.
Obligan a la Administración, al Ministerio de Medio Ambiente, a controlar determinados contaminantes y establecer unos límites de emisión para las empresas. A partir de esa directiva, hay que establecer un programa de vigilancia de varios años y poner medidas para llegar al año 2015 a nivel de contaminación cero.
Los objetivos que se marcan suelen ser bastante duros. Luego se consigue lo que se puede.
El agua prístina escasea y la gestión adecuada de los recursos pasa por un uso responsable del agua y limpiando aquella que se usa. Sin embargo, las plantas de tratamiento de aguas residuales “no acaban de depurar del todo”, afirma Damià Barceló. En esa línea, uno de los resultados de los que se muestra más satisfecho este investigador es el diseño de tres plantas piloto que incorporan un tratamiento terciario para extraer del agua los llamados contaminantes emergentes, como fármacos o contaminantes orgánicos. Las plantas (una en España, dos en Alemania y otra en Bélgica) se han hecho en el marco de la red europea Waste Water Cluster, de la cual Barceló es coordinador.
Otro punto negro es el control de los sedimentos. Aunque los ríos, explica Barceló, tienen un proceso de depuración, muy lento, los contaminantes se depositan y concentran en los sedimentos del fondo, que llegan a convertirse en auténticas “bombas de relojería”. Si los sedimentos se remueven (por aguaceros, inundaciones, construcciones…) los contaminantes acumulados se liberan de nuevo al agua circulante y se dan incrementos repentinos y muy elevados en la contaminación del agua. Evitar eso es el objetivo de SedNet, red en la que participa el equipo de Barceló. Creada por la Unión Europea, SedNet tiene como objetivo desarrollar prácticas viables de gestión de sedimentos en cuencas de ríos, deltas y puertos.