Al menos dos laboratorios españoles han iniciado controles periódicos para la detección de dioxinas en distintos grupos de alimentos. De los primeros resultados sólo ha trascendido que los niveles se ajustan a lo legalmente establecido. Esta es la primera vez que se pone en marcha un plan de estas características en España aunque todavía queda lejos de una red de vigilancia como las que existen en otros países europeos.
Los resultados de los análisis de la primera partida de alimentos, remitida al Laboratorio de Dioxinas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IIQAB-CSIC) por el ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, para detectar la presencia de aquellas y de furanos y policloruros de bifenilo asimilables a ambos, se ajustan a las cifras permisibles. La afirmación, realizada a consumaseguridad.com por el profesor Josep Rivera, director del citado Laboratorio y presidente del Comité Organizador del congreso internacional «Dioxin 2002», clausurado el día 16 de agosto en Barcelona, confirma el inicio de los ensayos periódicos que van a realizarse de los alimentos españoles.
La campaña, que se pretende cristalice finalmente en el establecimiento de una red de ensayos similares en toda España, y también en Europa, donde ya está en marcha el proyecto Difference con este objetivo, se inició el pasado primero de julio. Previamente a esa fecha, la Comisión Europea había comunicado a las autoridades de los países miembros la necesidad de realizar rutinas de control en la detección de dioxinas y compuestos afines en diversos alimentos, que se les indicaba en una lista común para los quince estados. En la lista figuraban, además, el número de ensayos que, aparte los generales, debía realizar cada país, según fuera su patrón de consumo o su producción agroalimentaria. Así, para España e Italia se impuso la realización de análisis en aceites de consumo y en carne de cerdo.
Se ha previsto que los controles evalúen el contenido en dioxinas (existen 75 de estas moléculas, 7 de ellas con toxicidad diversa, de las cuales 1 es cancerígena) y en furanos (135 en total, 10 de ellos tóxicos, pero ninguno cancerígeno), para más adelante sumarles los 12 policloruros de bifenilo equiparables a las anteriores substancias por su forma de actuar en humanos («dioxin-like PCB’s» o dl-PCB’s), del total de 209 congéneres posibles. Lo cierto, no obstante, es que en España ya se investigan los tres grupos conjuntamente, adelantándose a lo establecido por la Comisión.
Por el momento son dos los laboratorios que reciben periódicamente muestras aleatorias y representativas de alimentos enviadas por el Ministerio de Agricultura: el ya citado del CSIC que, con sus 13 años de historia, se ha convertido en una referencia para toda Europa, y el del Instituto Químico de Sarrià (Universidad Ramon Llull), situados ambos en Barcelona. Otros tres están ultimando sus instalaciones o formando el personal especialista para añadirse a la futura red: el situado en Algete, dependiente del Ministerio de Agricultura; el de Majadahonda, en la Comunidad de Madrid como el anterior, y perteneciente al Ministerio de Sanidad y Consumo, y el de más reciente, de la Universidad de Alicante.
Más pruebas, más controles
Las autoridades europeas parecen haber aprendido la lección que supuso el escándalo alimentario de los pollos y gallinas belgas contaminados por dioxinas, furanos i PCB’s al haber ingerido piensos elaborados con aceites que contenían fluidos de refrigeración de transformadores eléctricos. Era a comienzos de 1999. El 26 de abril, un laboratorio privado, y acreditado, había detectado tal presencia en los piensos; pero Bélgica no comunicó el hecho a la Comisión Europea hasta finales de mayo, con lo que el comercio de piensos y aves de corral -y el potencial peligro para los ciudadanos- ya había alcanzado grandes dimensiones.
Lo cierto es que la normativa europea se va haciendo cada vez más estricta e intolerante con aquellos productos organoclorados. Hasta mayo de 1998, se aceptada como tolerada una dosis de ingesta diaria de hasta 10 picogramos (billonésimas de gramos) en unidades WHO-TEF, por kilo de peso de una persona. Hoy esa cifra ha disminuido, como obligatoria, a un máximo de 4 picogramos por kilo de peso y día.
Es por ellos que en cada revisión -y son frecuentes- que la Comisión Europea realiza sobre dioxinas y productos relacionados, se añaden nuevos controles para detectar su presencia en toda clase de alimentos y piensos y sus componentes. Existen también previsiones para los años 2004 y 2006.
Dos disposiciones recientes hacen referencia a sistemas de análisis para dioxinas y similares. La última referida a control alimentario es del pasado 4 de marzo. Tiene la figura jurídica de «Recomendación de la Comisión» a los Estados miembros, a los que exhorta a realizar repetidos controles y dar cuenta a los organismos comunitarios de aquellas anomalías que detecten.
La siguiente relación detalla, de forma resumida, los alimentos para consumo humano y los componentes de piensos a los que debe prestarse más atención:
Alimentos para humanos
- Carne y productos a base de carne procedentes de rumiantes, aves de corral, caza de cría, y cerdos
- Hígado y productos derivados
- Carne de pescado y productos de la pesca, y productos derivados
- Leche y productos lácteos, incluida la grasa de mantequilla
- Aceites y grasas animales de todo tipo, incluidas las mezclas
- Aceites vegetales
- Aceites de pescado destinados a uso humano
- Frutas
- Verduras
- Cereales
Piensos/Alimentación animal
- Todas las materias primas para alimentación animal, de procedencia vegetal, incluidos los aceites vegetales y los subproductos
- Minerales utilizados como aglomerantes de piensos
- Grasas animales, incluidas las de leche y las de huevo
- Productos procedentes de animales terrestres: leche, huevos, etcétera
- Aceite de pescado
- Pescados y otros animales marinos, y sus productos y subproductos
- Piensos compuestos, excepto los piensos para animales de peletería
- Piensos para peces y piensos para animales de compañía
Sin referencias animales
Una dificultad añadida al estudio de los efectos de dioxinas, furanos, dl-PCB’s y algunos otros productos organoclorados tóxicos, es que no es del todo posible extrapolar a los humanos los resultados obtenidos en pruebas de laboratorio sobre animales, ni que sean mamíferos. Diferencias siquiera pequeñísimas entre sus metabolismos se traducen en desiguales comportamientos ante la agresión de tales substancias. Por tanto, los datos más fiables referidos a la salud humana son los obtenidos tras algún accidente químico como los de Seveso, Bhopal, guerra de Vietnam, Yhuso o Yu-Cheng.
Para soslayar en lo posible este problema, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha adoptado unas cifras para la equivalencia de toxicidad de dioxinas, furanos y dl-PCB’s diferentes según se trate de mamíferos (humanos incluidos), de peces o de aves. Resultan de esta manera unas tablas con valores distintos según sean valores de la OMS (WHO-TEF), o los internacionalmente aceptados (ITEF), o, aún, de los particularmente usados por algunos países noreuropeos, como Suecia. Por ejemplo: utilizando los factores WHO-TEF para valorar la presencia de dioxinas y similares en los alimentos (así se hace en prácticamente todo el mundo), la 2,3,7,8 TCDD tiene el máximo valor: 1; pero también lo ostenta otra dioxina, la 1,2,3,7,8 PeCDD. En cambio, las cifras respectivas en ITEF son de 1 y de 0.5.
Pero aun así no es posible tomar estrictamente como modelos las pruebas de laboratorio sobre animales. Los ratones y ratas, por poner unos referentes de uso habitual en pruebas toxicológicas, concentran la casi totalidad de aquellos productos en el hígado, y sólo en pequeñas cantidades en las grasas corporales, en tanto que los humanos hacemos exactamente lo contrario. Entre otras consecuencias, esto supone que la vida media de esos organoclorados en los humanos es de 5,1 a 11,3 años, mientras que en los ratones es de sólo unas 3 semanas.
Incluso en animales relativamente próximos genéticamente se presentan diferencias abismales. Así, los cobayas tienen una DL-50 para los tóxicos comentados, de 0.6 microgramos (millonésimas de gramo) por kilo de peso corporal (DL-50 es la dosis de un tóxico determinado que produce la muerte de un 50% de los animales sometidos a la prueba). En cambio la tasa DL-50 de los hámsters es de 1157 microgramos, o de 5000 microgramos para algunos investigadores (Hoschtein, 1988). Es decir, entre 1930 y 8300 veces superior.
LA PRIMERA INTOXICACIÓN ALIMENTARIA POR DIOXINAS
En España se detectó, en 1982, el único caso documentado hasta la fecha de intoxicación por dioxinas. Y fue precisamente a través de alimentos. Al propio tiempo, puso de manifiesto que es muy frecuente contaminarse entrando en contacto con productos que contienen dioxinas como impureza, y no con ellas directamente.
Una familia de Sevilla sufrió cloracné (una erupción cutánea particularmente insidiosa) y síntomas de intoxicación, tras consumir aceite envasado en un recipiente de plástico que había contenido antes hexaclorobenceno y pentaclorofenol, usados como fungicidas. Ambos compuestos tenían impurezas de dioxinas, circunstancia no deseada pero casi inherente a muchos procesos industriales. Los amagos de intoxicación desaparecieron totalmente tras un año de no consumir ese aceite, en tanto que la afección cutánea fue tratada de manera convencional.
Las dioxinas son, efectivamente, solubles en grasas y aceites (lipofília), lo que las lleva a permanecer largo tiempo en las grasas corporales. Esta circunstancia y el hecho de que debido a su alta estabilidad apenas sean biodegradables, conduce a que aumente su concentración en los organismos a medida que transcurre la cadena trófica (bioacumulación). Relativamente sensibles a las radiaciones ultravioletas puras o a la luz solar, sufren degradación fotoquímica, pero en cambio son muy insolubles en agua pura, aunque no tanto en aguas naturales o residuales. En cada litro de agua pura sólo se consiguen disolver 19 milmillonésimas de gramo (nanogramos) de la dioxina de referencia, la 2,3,7,8-TCDD, la más tóxica de todas las conocidas.