El uranio es un elemento natural radiactivo distribuido en la tierra. Se halla en cantidades muy pequeñas en la naturaleza, generalmente en forma de minerales. Las rocas, el suelo, el agua superficial y subterránea, el aire, las plantas y los animales contienen cantidades variables de uranio que adquieren mediante absorción de manera natural. Las concentraciones que se encuentran en la naturaleza son bajas, no obstante, algunas rocas y suelos contienen cantidades más elevadas en las que es necesario prestar atención. La presencia de este mineral en el organismo es difícilmente evitable, con lo que es importante evaluar sus efectos y poder establecer unos límites de seguridad.
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, es sus siglas inglesas) ha evaluado los riesgos del uranio en el ámbito europeo a causa de la divergencia de normativas existentes y también de los vacíos sobre el conocimiento de la toxicidad crónica del agua podría colaborar con una media de 0,36 mg/kg por día en los países estudiados o un máximo por país de 0,51 mg/kg por día, con lo que tampoco se sobrepasarían los límites seguros establecidos.
La corteza terrestre está formada por minerales de muy diferente composición, entre los que destacan los metales. Por lo tanto, la incorporación de estos elementos en el medio ambiente es inevitable y, como consecuencia, también la contaminación de los alimentos. Se produce durante la recolección, transporte, manipulación, envasado o cocinado de productos de origen vegetal y animal, y también a través de los metales procedentes de herramientas y utensilios empleados que pueden migrar fácilmente el alimento cuando entran en contacto.
No todos los metales son malos por definición; en muchas ocasiones son esenciales para nuestro organismo, hasta pueden comportar problemas de salud si no se ingieren en las cantidades necesarias. Sin embargo, los llamados metales pesados no cumplen una función fisiológica conocida y es mejor evitarlos siempre: son el mercurio, el plomo y el cadmio.
Ya sea de manera natural en el medio ambiente o por la acción de las personas, la exposición de los alimentos a metales es prácticamente imposible de evitar. Sin embargo, sí puede minimizarse con algunas prácticas como las que se describen a continuación:
- Evitar reducir su entrada en la cadena alimentaria mediante correctas prácticas de higiene de productores y demás personal técnico.
- Diversificar al máximo los alimentos de nuestra dieta ya que ciertos alimentos pueden esconder sorpresas por su contenido excesivo, y hasta alarmante, en determinados metales.
- Lavar los alimentos con abundante agua para eliminar posibles restos de metales.
- Eliminar utensilios de cocina en los que aparezcan indicios de oxidación.
- Los alimentos enlatados, una vez abiertos, si no se consumen en su totalidad deben conservarse en recipientes de vidrio.