El nivel de dioxinas que contienen los alimentos que se consumen en España es prácticamente desconocido. Los datos acumulados hasta la fecha ofrecen un mapa “imperfecto y fragmentario” de la presencia de un contaminante para el cual no existe un plan nacional de “vigilancia sistemática” que permita la detección de fraudes alimentarios. Piensos y alimentos grasos son, en opinión de expertos reunidos en el simposio internacional Dioxin 2002, los principales productos a seguir.
Hoy por hoy, admite Josep Rivera, presidente del comité científico de Dioxin 2002, el simposio internacional de referencia en contaminante orgánicos persistentes clausurado la pasada semana en Barcelona, el nivel de dioxinas que pueda acumularse en los alimentos que se consumen en España es sumamente «imperfecto». Las claves de la imperfección habría que buscarlas en el escaso número de muestras analizadas hasta la fecha, en la discrepancia existente entre las metodologías empleadas para el análisis y en la inexistencia de un plan de vigilancia sistemático sobre productos considerados sensibles. La suma de imperfecciones genera un mapa «fragmentario» sobre el que no es posible ni trazar una línea de evolución ni tampoco hacer un seguimiento de un eventual foco contaminante.
«En muchos países falta información», señala Heidelore Fiedler, miembro del Programa de Medio Ambiente de la ONU. En informes elaborados conjuntamente por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en colaboración con la Agencia para la Agricultura y la Alimentación (FAO), destaca la especialista, los recuentos de datos de la última década arrojan una esperanzadora reducción del nivel de dioxinas tanto ambientales como en alimentos. La reducción, según reza en los informes oficiales, es del 50% en el mundo occidental. «Pero se trata sólo de una media», matiza de inmediato.
La media está calculada para los países del norte de Europa, donde se efectúa un seguimiento desde la década de los ochenta, Japón, Corea, Estados Unidos y Canadá. Poco o nada se sabe del resto del sudeste asiático y de buena parte de Asia, África y, sobre todo, de los países del Este de Europa. «La contaminación es mayor en las regiones industrializadas», insiste Fiedler. En especial, en aquellas donde prima la combustión como fuente energética. La única excepción, corroborada desde hace años, es Egipto, donde los niveles son «inusualmente altos».
Alemania, Francia o los países nórdicos europeos, continúa, acumulan series históricas que permiten trazar una línea de evolución «claramente a la baja». La mejora de los sistemas de combustión, donde se generan buena parte de las dioxinas, tercia Rivera, se ha traducido en unos niveles ambientales menores a los de hace una década. La conclusión, obtenida en forma de media, arroja reducciones drásticas a lo largo de los 90. Lo mismo se observa en Norteamérica o Japón, con series «consistentes» elaboradas en la segunda mitad de esta misma década. Por extrapolación, el cálculo se aplica también al área mediterránea pero en estos países, puntualiza la experta de la ONU, «la información es escasa».
Sin datosLa información escasea también en España, país en el que tan sólo dos laboratorios, ambos en Barcelona, realizan análisis sistemáticos. Uno pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y otro al Instituto Químico de Sarrià (IQS). A estos dos se han sumado recientemente el de Algete, perteneciente al Ministerio de Agricultura, y el de Majadahonda, del Ministerio de Sanidad. Un quinto, dedicado principalmente a investigación, acaba de ponerse en marcha en Alicante. Los tres últimos se encuentran ahora mismo en fase de consolidación.
Para los dos principales laboratorios españoles la tarea principal ha consistido en el seguimiento sistemático de emisiones atmosféricas. El del CSIC lleva 8 años monitorizando emisiones en 20 puntos de muestreo, aspecto que le ha permitido detectar reducciones significativas, muchas de ellas vinculadas al cese de actividad de determinadas industrias o a la mejora de los sistemas de combustión de plantas incineradoras. Pero en lo que refiere a alimentos, principal vía de entrada de dioxinas y tóxicos equivalentes al organismo humano, la situación es bien distinta.
Hoy por hoy, señala Rivera, es imposible asegurar que la leche de consumo, uno de los productos más sensibles, ha reducido sus concentraciones de dioxinas respecto a una década atrás. Lo mismo podría decirse respecto a pescado, marisco, aceites o piensos, los otros productos sobre los que cabría extremar la vigilancia.
De ellos, asegura, lo único que puede decirse es el nivel que presentan «muestras inconexas» de las que apenas puede efectuarse seguimiento. Además, se trata de pocos análisis en cada caso, lo que dificulta la detección de grandes fraudes «a no ser que se detecte en otros países». Así ocurrió, por ejemplo, en una partida de piensos contaminados que se había producido en España y cuya detección se realizó en un laboratorio alemán.
Plan sistemáticoPara evitar esta problemática, Rivera propone un plan de vigilancia sistemático «actualmente inexistente». Como tal, entiende la selección de productos sensibles, entre los que incluye además de los citados a la leche materna (las dioxinas son contaminantes bioacumulables en tejidos y materias grasas) y los mejillones -«uno de los productos más contaminado», advierte-, sobre los que se deberían efectuar controles «periódicos y aleatorios». Al mismo tiempo, reclama una mayor coordinación de las administraciones autonómica y central para la gestión de alertas y una homologación según los estándares europeos de la metodología de análisis, hoy un tanto dispersa.
La respuesta del gobierno español ha sido, por el momento, la implementación de controles sobre productos de comercialización pesquera (algunos de ellos procedentes de Angola y Mozambique), cereales y frutas. Los productos a analizar corresponden, sin embargo, al cupo de obligado cumplimiento que la UE ha dictaminado para sus Estados miembros y no a un programa de seguimiento global. Los análisis, los primeros que pueden considerarse sistemáticos se iniciaron el pasado primero de julio.
Piensos y pulpa de cítricos
Las mayores contaminaciones por dioxinas de los últimos años tienen en la pulpa de cítricos a uno de sus principales protagonistas. La pulpa, de carácter ácido, suele mezclarse con cal y otros productos que se incorporan a la producción de piensos animales. Entre ellos pueden encontrarse incluso serrín de pino y otros materiales que pueden haberse visto afectados por focos contaminantes. Así ocurrió con partidas producidas en Brasil y que se comercializaron en Europa. La alerta se detectó gracias al control sistemático de leche materna que se efectúa en Alemania.
Los piensos son, precisamente, uno de los productos que en la UE se están sometiendo a mayor control. La razón es que las dioxinas que pueden contener se incorporan fácilmente a la cadena alimentaria tanto si se trata de animales estabulados como si son peces de pescifactoría. Sobre estos últimos apenas hay información pese a que las explotaciones están proliferando en todo el mundo.