Entrevista

José Vicente Tarazona, director de Medio Ambiente del INIA

«No me sorprende que haya contaminantes en la leche materna»
Por Mónica G. Salomone 24 de marzo de 2006
Img tarazona

Cada vez se conoce mejor el efecto de las sustancias contaminantes sobre los seres vivos y el medio ambiente, pero queda un largo trecho por recorrer. En ello está José Vicente Tarazona, director del Departamento de Medio Ambiente del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA), experto en el desarrollo de modelos de evaluación de riesgo ambiental, que predicen, entre otras cosas, cómo se comportará una sustancia liberada al ambiente y sus efectos sobre los ecosistemas. José Vicente Tarazona es vicepresidente del Comité Científico Europeo de Evaluación de Riesgos Sanitarios y Ambientales. Lo fue también del de Toxicología, Ecotoxicología y Medio Ambiente de la Unión Europea, y ha sido asesor externo de Naciones Unidas, la OCDE y la Organización Mundial de la Salud, entre otros organismos. Tarazona es uno de los representantes españoles en las reuniones del Convenio de Estocolmo sobre contaminantes Orgánicos Persistentes (COPs), que entró en vigor en 2004 y que obliga a eliminar del planeta 12 sustancias consideradas muy peligrosas -PCBs, dioxinas y furanos, y nueve plaguicidas. La lista podría ampliarse pronto con otros cinco compuestos en estudio. Además, el director de Medio Ambiente del INIA ha seguido muy de cerca las negociaciones de la normativa europea REACH (Registro, Evaluación y Autorización de Sustancias Químicas), que obligará a la industria a demostrar la inocuidad de una sustancia antes de liberarla al medio. REACH debe aún ser aprobada por el Parlamento Europeo en la segunda mitad de este año, previsiblemente.

¿Qué es exactamente un modelo de evaluación de riesgo ambiental?

Es una metodología científica cuyo objetivo es predecir cómo se comporta en el medio ambiente una sustancia liberada por un vertido, por emisiones…y sus consecuencias sobre los seres vivos. Algunas de estas sustancias se degradan, otras se metabolizan. Necesitamos saber qué pasa con cada una, y cómo interacciona con otros compuestos en el medio. En paralelo, se hacen estudios de toxicidad para saber qué efectos tienen sobre los organismos y a qué concentraciones. En función de los resultados elaboramos el modelo que predice la posibilidad de que produzcan efectos adversos.

¿Puede servir un modelo así para tomar decisiones ante emergencias, como en el caso del Prestige?

Sí, desde luego, pero el modelo tiene que estar ya desarrollado antes de la emergencia. No sólo en casos como el del Prestige, también para situaciones de accidentes en instalaciones en tierra. Tendría que haber una evaluación antes de que los riesgos lleguen a materializarse. Eso permite predecir consecuencias, estudiar alternativas y en función de eso tomar decisiones cuando se produce el accidente.

En el caso del Prestige no los había.

Y sigue sin haberlos. Existen planes y modelos de Protección Civil, pero en riesgos ambientales aún queda mucho por recorrer. Nosotros estamos desarrollando algunos para la Unión Europea.

¿Cómo de desarrollados están los actuales modelos de riesgos ambientales? ¿Pueden ya predecir cómo se van a comportar determinadas sustancias?

En general, las predicciones suelen ser bastante buenas para contaminantes que se conocen bien, como los llamados ‘narcóticos no polares’, que son contaminantes químicos sin acción específica, con un mecanismo general de toxicidad. En otros contaminantes, en cambio, queda bastante por hacer. En plaguicidas, por ejemplo, se va mejorando. Nosotros trabajamos además con medicamentos y con disruptores endocrinos, para los que debemos desarrollar alternativas innovadoras.

¿Los medicamentos son importantes como contaminantes?

«Estudiar los mecanismos por los que actúa un contaminante y conocer las consecuencias sobre una comunidad ecológica compleja son dos grandes desafíos»

Empieza a haber una gran preocupación con ellos. Se los está estudiando con detenimiento desde hace unos cinco años. Durante décadas la investigación se centró en los contaminantes prioritarios convencionales, como los industriales, los productos fitosanitarios y los biocidas, y se desarrollaron normas para obligar a la industria a controlar y tratar sus emisiones y vertidos. Pero ahora se está dando mucha importancia a otras fuentes de contaminación, que incluyen sustancias utilizadas en productos que consumimos todos los ciudadanos, incluyendo los medicamentos. Se los considera unos de los principales contaminantes emergentes.

¿Qué le parece la normativa REACH, que prevé la creación de un sistema de control, hoy inexistente, sobre 30.000 sustancias químicas potencialmente peligrosas para la salud que la industria libera al medio?

Me parece un avance muy significativo, nadie hasta ahora se había atrevido a hacer lo que ha hecho la UE. Pero se han restringido un poco los niveles de exigencia originales, a mi me gustaba más el REACH que defendía la Comisión Europea. El que vuelve ahora al Parlamento es un REACH ‘intermedio’. Aún así, desde el punto de vista de cómo gestionar la contaminación, supone un desafío enorme y representa una apuesta muy valiente. Ahora la comunidad científica debe desarrollar métodos para que sea posible gestionar toda la información que se va a generar.

¿Cómo está afrontando la comunidad científica este reto?

Creo que estamos a la altura de las circunstancias, a pesar de la incomprensión de algunos de nuestros colegas que se empeñan en seguir distinguiendo entre ciencia básica y aplicada. Estudiar los mecanismos por los que actúa un contaminante o las consecuencias sobre una comunidad ecológica compleja son grandes desafíos científicos, si además conseguimos utilizar los resultados al día siguiente, para aconsejar dónde, cuándo y cómo establecer medidas para proteger el medio ambiente, pues mejor para todos. En el Comité Científico Europeo de Evaluación de Riesgos Sanitarios y Ambientales revisamos y proponemos nuevas metodologías de evaluación, en parte con los modelos de prevención de riesgo ambiental.

El desarrollo de modelos de prevención de riesgo ambiental parece un campo en auge, entonces.

Sí, en algunos aspectos se ha avanzado mucho. La razón es que los primeros modelos empezaron a usarse en los años noventa, y sus resultados nos han servido para realimentar y mejorar modelos nuevos. Los modelos actuales son mucho más avanzados. Ahora tratamos de desarrollar nuevos modelos que se basen en el mecanismo de acción de la sustancia sobre los organismos a escala molecular. Es un cambio fundamental respecto a cómo se hacía antes, una consecuencia de los avances en genómica y proteómica. Tal vez en unos pocos años podamos estar hablando de la ‘riesgómica’.

¿Cómo se hacía antes, qué es lo que ha cambiado tanto?

Se seleccionaban especies relevantes para el ecosistema, como peces y algas, por ejemplo, y se establecían protocolos de protección basados en la especie más sensible. Pero no se entendía lo que pasaba realmente, ni la interacción de unas especies con otras. Ahora se trata de entender los mecanismos de actuación, y en función de ellos decides qué especies estudias, qué parámetros, y en qué momento. Como además conocemos cada vez mejor las relaciones entre especies podemos saber si el mecanismo afecta a todo el grupo o si el efecto aparecerá a corto o largo plazo. Vamos entendiendo por qué se producen los efectos, ya no vamos a ciegas.

¿Cómo es su grupo de investigación?

El Laboratorio de Ecotoxicología es de los más grandes del INIA, somos unas 45 personas, está entre los mejores laboratorios del mundo en su campo, y se le considera una referencia para los países de la Europa Mediterránea. Colaboramos mucho con el Ministerio de Medio Ambiente; hacemos, por ejemplo, todas las evaluaciones de riesgo ambiental que le corresponden a España dentro de la UE.

¿Por ejemplo?

Estamos evaluando unas 25 sustancias de las consideradas ‘contaminantes prioritarios’, y participando en el desarrollo de la mayoría de los protocolos y modelos que después se aplicarán en Europa.

La normativa REACH parte de la idea de que se liberan al medio decenas de miles de sustancias potencialmente peligrosas. ¿No es un poco alarmista?

Lo importante es que no tenemos información, y sin ella no podemos evaluar qué riesgo tienen. REACH dice que necesitamos obtener esa información. No sólo de las sustancias individuales, sino también de sus interacciones. Sí que es posible que algunas de estas sustancias tengan efectos muy significativos sobre la salud o sobre los ecosistemas. No hay que dramatizar, pero sí hay que actuar.

Recientemente un estudio ha alertado del hallazgo de restos de medicamentos en el río Ebro.

No me sorprende. Ahora estamos en la fase de darnos cuenta de que están ahí, pero no sabemos qué consecuencias tienen para el ecosistema, eso es lo que pretendemos en uno de los proyectos europeos en los que participamos.

¿Y los trabajos que hallan contaminantes en la leche materna?

Tampoco me sorprende, es normal que estén. Los humanos estamos a la cabeza de la cadena trófica. Precisamente lo que pretenden algunos de nuestros modelos es predecir el potencial de bioacumulación de las sustancias y con ello saber si un determinado compuesto aparecerá, por ejemplo, en la leche materna o en las aves rapaces. Personalmente, me parece más sorprendente que sabiendo que están no se dé prioridad suficiente a financiar los estudios que permitan establecer qué efectos tienen.

‘ECOSISTEMA MEDITERRÁNEO’ EXPERIMENTAL

Img inia

En el INIA funciona desde hace un año un sistema de ‘mini-lagunas-Mediterráneas’, un ecosistema acuático artificial que intenta reproducir un ambiente mediterráneo. Es el único de estas características en Europa. Técnicamente es un ‘mesocosmos’, es decir, un sistema donde conviven «varios cientos de especies representando decenas de grupos taxonómicos», explican José Vicente Tarazona y Gregoria Carbonell, del Departamento de Medio Ambiente del INIA. En el mesocosmos están representados todos los elementos esenciales de una cadena trófica acuática, incluyendo productores primarios (algas, plantas), consumidores primarios y secundarios, consumidores de detritus y organismos mineralizadores.

Estos ecosistemas artificiales «permiten medir directamente parámetros ecológicos que afecten a la dinámica de poblaciones, la biodiversidad, los ciclos de nutrientes y energía o la respuesta de la comunidad a los cambios en las especies más sensibles». En especial, los mesocosmos son la única forma de estudiar los efectos indirectos, es decir, los que resultan de las interacciones entre las diferentes especies en los ecosistemas. «Por ejemplo», explica Tarazona, «la recuperación de una especie afectada puede verse condicionada como consecuencia de que otra especie ha ocupado su nicho ecológico, y esto es algo que sólo podremos ver en un mesocosmos».

Con esta instalación los investigadores pueden estudiar, por ejemplo, cómo se difunde un producto fitosanitario aplicado en un cultivo (¿qué cantidad de compuesto llega al agua? ¿Cómo se distribuye?¿Qué metabolitos se forman?¿Cuándo aparecen los primeros efectos?). También pueden reproducirse las condiciones de aplicación de un insecticida en cítricos, y determinar la distancia mínima entre los frutales y los cursos de agua para evitar efectos adversos. O se puede simular el comportamiento de un río, y estudiar por ejemplo los efectos del efluente de una industria.

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